Algoritmo es una de las palabras de moda del mundo tecnológico desde hace unos años. No hay emprendedor que no empiece a conquistar el mundo y a ganar dinero a partir de un algoritmo milagroso. Los algoritmos más famosos y omnipresentes que conocemos son los de Google, que están diseñados para bucear en décimas de segundo por millones y millones de páginas web y mostrarnos el resultado y la información más interesante. Los usamos a toda hora y en cualquier sitio. Prácticamente, no podríamos vivir sin ellos.
Un matemático detrás de su nombre
Pero, ¿qué es un algoritmo? Ya el origen de la palabra nos demuestra que los algoritmos no son una modernez tecnológica, sino que existen prácticamente desde que el hombre está sobre la faz de la tierra. De hecho, la misma palabra es un homenaje al matemático persa Al-Juarismi, que vivió a caballo entre el siglo VIII y IX después de Cristo y que está considerado el padre del álgebra y uno de los mayores difusores del sistema indio de numeración que, con el paso del tiempo, se hizo hegemónico en todo el planeta. En esencia, un algoritmo es un conjunto de instrucciones o reglas bien definidas que dan lugar a una solución. En un algoritmo, los pasos deben estar muy claros. Si no es así, hablamos de poesía o de otra cosa.
Un algoritmo son, por ejemplo, las instrucciones para poner en marcha una lavadora, o las órdenes que da un jefe a sus trabajadores para sacar adelante un trabajo. También es un algoritmo el protocolo de actuación de un médico o un policía cuando se tienen que enfrentar a una persona enferma o un asesinato.
Con unos datos biométricos y suficiente poder de computación, un algoritmo nos entenderá mejor de lo que lo hacemos nosotros mismos
Todo son algoritmos. Las multiplicaciones y divisiones que tienen que aprender los niños en el colegio son algoritmos. Y es que, de no seguir las reglas, los chicos no serían capaces de dar con el resultado correcto a los problemas que les pone el profe de matemáticas. Los algoritmos se expresan de muchas maneras. A veces los vemos como diagramas de flujo, otros se plantean simplemente con el lenguaje natural, pero los que más nos interesan son los que se traducen a lenguajes de programación.
¿Es Google el rey de los algoritmos?
Como decíamos más arriba, uno de los grupos de algoritmos más famosos y controvertidos que existen son los que forman el llamado PageRank de Google, que establecen la jerarquía de contenidos y sites de Internet que aparece en la página de resultados de una búsqueda.
El PageRank se encuentra en el epicentro de la economía digital y trae de cabeza a los expertos en posicionamiento y a todas las compañías e instituciones que tienen presencia en Internet y viven en cierta manera de ello. Se dice que Google cambia sus algoritmos unas 500 veces al año, es decir, una vez cada 17 horas. En ocasiones son pequeños cambios, imperceptibles, pero en otras ocasiones pueden echar por tierra el trabajo de meses y años de los expertos en posicionamiento.
Google ha cambiado últimamente sus algoritmos y, por tanto, sus criterios de búsqueda por varios motivos: para evitar que las noticias falsas tengan relevancia, para penalizar sitios web cargados de publicidad, pero con contenidos de baja calidad, o para acabar con los sitios para móviles que abusan de esos intersticiales publicitarios que ocupan toda la pantalla y no dejan ver la información relevante.
En el libro Weapons of math destruction, Cathy O’Neil afirma que ciertos algoritmos que son opacos y están desregulados pueden sembrar el caos
Google analiza con sus algoritmos de búsqueda más de 200 factores. Se puede decir, pues, que en el cogollo de Internet y de la segunda compañía del mundo por capitalización bursátil laten algoritmos. Alrededor de los algoritmos hay una industria poderosa y de dimensiones colosales.
A las puertas del dataísmo
Pero, a pesar de esta abrumadora presencia de los algoritmos, la cosa no ha hecho mas que empezar. El joven historiador israelí Yuval Noah Harari, que se hizo mundialmente famoso por su bestseller Sapiens y que el año pasado volvió a la carga con Homo Deus para hablarnos del futuro de la Humanidad, dice que estamos a las puertas del dataísmo. Harari cree que con unos datos biométricos y suficiente poder de computación, un algoritmo externo podrá entendernos mejor de lo que lo hacemos nosotros mismos.
De esta manera, un algoritmo que será como nuestro ángel de la guarda o nuestro consejero espiritual, o nuestro psicoanalista. Y podrá decidir por nosotros a qué partido votar o a qué universidad mandar a nuestros hijos.
Aunque todavía no hemos dejado en manos de algoritmos ese tipo de decisiones, todo llegará, nos viene a decir Harari. Y es que al día de hoy nuestra vida ya depende en gran parte de estas fórmulas. Los sistemas de navegación recurren a algoritmos para guiarnos por la carretera, y nosotros nos dejamos llevar. Amazon nos sugiere las próximas lecturas también aplicando sus fórmulas. Y las páginas de contactos en Internet nos buscan pareja aplicando también algoritmos.
Según el historiador israelí Yuval NoahHarari, “el poder estará en manos de quien controle los algoritmos”
Harari nos advierte de que no nos quedará más remedio que confiar en las matemáticas para vivir. Otro ejemplo es el coche autónomo que se anuncia como futuro del transporte, que nos conducirá con los ojos cerrados al mejor destino, y nosotros nos tendremos más remedio que dejarnos llevar. La curación de enfermedades también dependerá de la destreza de los algoritmos. Además, están apareciendo algoritmos para que las máquinas aprendan sobre la marcha. Es el machine learning y una nueva era en el ámbito de la inteligencia artificial. Con ellos este mundo entra en una nueva dimensión.
Y ahora los pesimistas
Pero hay quien no ve el futuro tan despejado y prometedor como Yuval Noah Harari. Cathy O´Neil, que ha sido profesora en la Universidad de Columbia, ha escrito un libro, Weapons of math destruction (Armas de destrucción matemática), donde afirma que ciertos algoritmos que son opacos y están desregulados siembran el caos y pueden tener efectos muy perniciosos.
En octubre de 2016, la libra cayó en cuestión de minutos un 6% frente al dólar (la mayor caída desde el Brexit) y propagó el caos en los mercados por culpa de operaciones computerizadas que funcionaban con algoritmos y sin ninguna supervisión humana.
Tay, un programa de Microsoft para hablar con usuarios de Twitter, tuvo que ser retirado porque se volvió racista y xenófobo. Tay aprendió lo peor de sus interlocutores. Tampoco han acabado de funcionar los algoritmos de Facebook para frenar la publicación y propagación de noticias falsas (fake news). Por no hablar del desempleo al que ya están dando lugar algunos algoritmos que permiten a las empresas fácilmente reemplazar a profesionales de carne y hueso por formulaciones matemáticas y de programación.
Tendremos que hacernos a la idea de que el mundo estará gestionado por algoritmos más de lo que lo está ahora. En ese escenario, conviene estar atentos para que no nos dejen al margen o se acaben rebelando, como hacía aquel mítico y quisquilloso ojo rojo de HAL 9000, en realidad un superodenador que ejecutaba algoritmos, en 2001: Una odisea del espacio, la película de Stanley Kubrick. Como decía Harari hace poco, “el poder estará en manos de quien controle los algoritmos”. Ojo.
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