Habrá un antes y un después del coronavirus. Habrá un mundo tras el coronavirus, del mismo modo que hubo un antes y un después de las guerras mundiales, del 11-S o de la apertura de internet. Quienes vivimos esto tendremos que explicar a las nuevas generaciones cómo era antes el mundo.
Nace una nueva realidad, muere la anterior y, como todo cambio brusco, el dolor del parto nos tiene entumecidos en casa.
El SARS-CoV-2 y su enfermedad, la COVID-19, ya están reestructurando el mundo. Empezaron a hacerlo a finales de enero en Wuhan, y el cierre paulatino de las calles de todo el planeta ha dado lugar a todo tipo de dinámicas estructurales. Del increíble aumento del uso de la red de telecomunicaciones hasta la caída en picado de la delincuencia. ¿Cómo será el mundo tras el coronavirus?
El hábito de la higiene tras el coronavirus
En Wuhan estuvieron más de 90 días de cuarentena encerrados en sus viviendas. Muchos años antes, esta y otras regiones de Asia habían aprendido la importancia de la higiene. ¿El coste? Cientos de muertes. Con una tasa de mortalidad cercana al 17% para Hong Kong, el SARS de 2003 dio un toque de atención sobre nuestros hábitos personales.
En España muchos aprendemos a lavarnos las manos, a ser más cuidadosos con nuestra higiene, a ser pulcros más allá de la apariencia. Nos lavamos las manos más que nunca, y es probable que el hábito persista. Pero no será el único que nos acompañe, como demostraba la presencia de mascarillas en Asia mucho antes de diciembre de 2019. ¿Nos acostumbraremos a la mascarilla europea?
Otro ejemplo. Los nuevos hábitos de higiene en los supermercados van más allá de evitar tocar los alimentos con las manos desnudas. La desinfección frecuente de superficies, la prioridad de compra a las personas mayores, la distancia social (y sus soluciones tecnológicas), evitar el dinero en metálico y los protocolos de entrega a domicilio podrían consolidarse. Y son hábitos que vemos también en el trabajo, en el transporte público, en casa.
La consolidación del teletrabajo
A marchas forzadas, probablemente no en la mejor de las circunstancias, un gran número de profesionales están experimentando el teletrabajo. Desde los gobiernos se insta a las empresas a facilitar el teletrabajo a su personal, y no es descabellado preguntarse qué ocurrirá cuando las empresas no estén obligadas a ello. ¿Volverán los trabajadores? ¿Cambiará la movilidad urbana?
Delante de nosotros habrá varios escenarios, probablemente acotados entre dos extremos: trabajadores que exigirán unas mejores condiciones laborales con teletrabajo y con la capacidad de abandonar las compañías; y trabajadores atrapados en sus viviendas a los que las empresas convertirán en elementos externos más asequibles y menos protegidos. Como ocurre en el modelo gig.
Resulta interesante cómo los portales de teletrabajo han vuelto a activarse, una vez más a modo de parche. Pero es probable que la COVID-19 consolide un modelo de trabajo que priorice las oficinas en casa, así como sus ventajas en conciliación familiar, ahorro personal, flexibilidad en gestión horaria y aumento de tiempo libre.
Acostumbrarnos a esta nueva realidad
Un artículo periodístico de 2018 titulado ‘Así será nuestra próxima pandemia global’ recogía la futurología de científicos y líderes como Bill Gates. Según todos los datos, era cuestión de tiempo que se desatase algún tipo de pandemia similar a esta. La concentración poblacional que tanto alivia nuestro impacto ambiental, sumado a los vuelos que tanto la perjudican, fomentan epidemias más serias.
Los científicos llevan advirtiendo desde mucho antes del SARS de 2003 sobre las “pandemias a gran escala” que se desatarán (Morse, 1995; Jones et al.. 2008), así como del aumento de su frecuencia en el tiempo. No es catastrofismo, sino la constatación de un hecho: esto volverá a repetirse con cada vez más frecuencia por cómo organizamos la sociedad.
Para muestra, un botón. Apenas se está abriendo el bloqueo en China se ha confirmado la primera víctima por hantavirus, otro virus zoonótico, es decir, de origen animal. Toca invertir en resiliencia social, buenos sistemas de salud y políticas públicas que protejan a la sociedad sin estancarse.
El alejamiento social al que nos estamos habituando va para largo, al menos hasta que descubramos una vacuna. Si no lo hacemos, un equipo de investigadores del Imperial College de Londres tienen malas noticias: cada pocos meses tendremos que volver a aislarnos de nuevo hasta poder luchar contra el virus.
China está levantando lentamente el aislamiento, y el mundo entero observará su evolución para confirmar o desmentir la teoría de estos ingleses. Si se equivocan, respiraremos aliviados. Si no lo hacen, tendremos que aprender a vivir con nosotros mismos y con una nueva economía.
La economía confinada, como la bautizó con acierto Lauren Smiley en su columna en Medium, ha supuesto una aceleración hacia el ecommerce en detrimento del retail de barrio. En este sentido, la COVID-19 nos ha transportado a un futuro cercano de compras online, pero también de compras locales. Las cadenas de comercio corto son hoy día más necesarias que nunca, y se verán más reforzadas cuando más largo sea el encierro.
La renta básica universal, ¿una nueva perspectiva?
Pocos imaginaban hace unos años que la RBU sería una herramienta a contemplar tan pronto. Las rentas básicas tienen beneficios sociales orientados a los colectivos vulnerables, y algunos países (España incluida) llevaban tiempo estudiando las propuestas. Pocos de nosotros éramos capaces de imaginarnos dentro de estos grupos de riesgo.
Lo cierto es que en las últimas semanas se han disparado las reclamaciones de seguros por desempleo en países poco avanzados en materia social (arriba, Estados Unidos). Con tantos desplazados laborales, muchos países han habilitado mecanismos de compensación salarial que podrían perdurar tras este experimento natural
La región Gyeonggi de Corea del Sur ha establecido un “ingreso básico anti-desastre” de 80 dólares diarios; y Japón condiciona el mismo “ingreso de compensación” a los padres que teletrabajan y cuidan a la vez de sus hijos, de modo que se suma a un salario probablemente reducido por la distracción.
El gobierno federal estadounidense se sorprendió a sí mismo hablando de cheques de 1.200$ mensuales por adulto y 500$ por niño a aquellas familias por debajo de los 75.000$ anuales. Viniendo de los republicanos, sorprende una propuesta que meses antes había sido tildada de “comunista” cuando la defendía Andrew Yang (demócrata).
De momento, la medida está en stand by, aunque grandes figuras como Bernie Sanders, senador independiente, han apoyado un ingreso mensual por hogar de 2.000$ durante la pandemia. En Reino Unido, Rebecca Long-Bailey, líder del Partido Laborista, ha hecho lo propio a través de su columna en The Guardian.
En Hong Kong la dirigente Carrie Lam decretó un pago a todos los ciudadanos de 1.200$; de momento, un pago único. En España la medida de compensar a los trabajadores en ERTE con paro garantizado es, en cierta forma, una renta básica, aunque no universal. Incluso Luis de Guindos (PP/BCE) defiende una RB temporal.
¿Nuevo mundo, nuevas reglas?
El mundo parece diferente cuando la población escucha a la OMS y sigue sus consejos incluso antes que sus propios países tomen medidas. O cuando a todos los niveles políticos surgen alianzas que unos meses antes habrían incendiado a sus bases. Atrapados en nuestras viviendas, los europeos entendemos mejor a los chinos, y los americanos recortan, por desgracia, posiciones con nosotros.
Aunque los bulos y las fake news siguen presentes, parece que el la confianza en la ciencia, la medicina real y las políticas sociales avanzan posiciones. Solo ha hecho falta una pandemia mundial para ver que tenemos mucho más en común que aquello que nos separa. Y es probable que este espíritu de resistencia, resiliencia y apoyo mutuo persista. Al menos durante un tiempo.
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Imágenes | Kelly Sikkema, iStock/curtoicurto