Según las estimaciones, en el planeta se crían 70.000 millones de animales cada año. Alrededor de 10 por cada ser humano existente.Gran parte de esta población se encuentra en criaderos intensivos, el ambiente ideal para el desarrollo y la propagación de patógenos. Las condiciones de salud, la escasa diferencia genética, la resistencia a los antibióticos y el hacinamiento son factores propicios para generar nuevas epidemias. Como si eso fuera poco, el sector contribuye considerablemente al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación de territorios y sistemas hídricos.
Los mataderos son el centro de muchos de los nuevos brotes de COVID-19. Europa y Estados Unidos han reducido su consumo de carne en los últimos años, también por el éxito de la filosofía vegana. Sin embargo, el mundo no es solo la OTAN. La producción mundial de carne ha aumentado constantemente desde la década de 1960. En los últimos años, el liderazgo de producción se ha mudado de Europa y Estados Unidos a China, Argentina y Brasil. Y la creciente demanda de carne de los países emergentes es la causa principal del aumento del consumo global.
Según un informe de 2016 del PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente), dedicado a las principales emergencias ambientales, el alza del consumo de carne aumenta la probabilidad de eventos epidémicos. Un claro ejemplo de esto es la gripe aviar. En 2017, las aves de corral representaban el 37% de la producción mundial de carne. Miles de millones de animales, casi siempre procedentes de criaderos intensivos. Esta enorme masa de aves está sujeta a epidemias repetidas causadas por virus gripales de cepa A.
El salto de especie en los criaderos intensivos
Como todos los virus de la gripe, H5N1, H7N9 y H9N2 pueden cambiar y combinarse fácilmente con otras variantes hospedadas en cerdos y caballos. Los virus gripales aviares habitan varias especies de aves silvestres y pueden dar un salto a otra cuando entran en contacto con aves de granja. En 2015, un virus del subtipo H5N2 desencadenó una epidemia en granjas avícolas de Estados Unidos. Para contener la infección y limitar la posibilidad de que el virus se propagara también entre los humanos, fueron abatidas más de 43 millones de aves.
El salto de especie (spillover) no es tan frecuente. Cuando ocurre, sin embargo, y el virus adquiere la capacidad de propagarse entre los humanos, el desastre se vuelve muy probable. Solo en el siglo X, tuvimos la gripe ‘española’, en 1918-1919, la ‘asiática’, en 1957-1960, y la de ‘Hong-Kong’, en 1968-1969. La FAO, en un informe de 2013, enfatizó que «la salud de los animales de granja es el eslabón débil en el sistema de salud global”.
David Quammen, en su ya famoso libro ‘Spillover’, lo reitera claramente: «Aquí ya no se trata de civetas salvajes, sino de criaderos intensivos a escala industrial. Es casi imposible analizar a todos los cerdos, novillos, gallinas, patos, ovejas y cabras para detectar un nuevo virus antes de identificarlo, y los esfuerzos para lograrlo acaban de empezar. Las pandemias del mañana podrían ser hoy nada más que una ‘pequeña caída en la productividad’ en algún sector ganadero donde se practica la cría intensiva».
El caso de la la peste porcina africana
La facilidad con que se puede propagar una epidemia entre los animales de granja es aterradora. Lo ha demostrado, entre otros, el virus de la peste porcina africana (VPPA). Un patógeno capaz de causar fiebre hemorrágica cuya mortalidad es cercana al 100%. Este virus también puede sobrevivir en la carne procesada pero es inofensivo para los humanos. Por lo menos hasta que no logre dar el salto de especie. La epidemia, actualmente en curso, estalló en 2007, en varios países de Europa del Este.
En 2018, el virus llegó a criaderos intensivos de Asia, afectando particularmente a China, el líder mundial en producción de carne de cerdo. El precio se disparó y el país tuvo que depender de las importaciones por primera vez en su historia. Se calcula que, hasta la fecha, la epidemia ya ha matado al 25% de la producción porcina mundial, directamente o por los ejemplares sacrificados. La infección ha llegado a los animales en criaderos intensivos de cualquier tamaño.
La evolución de la peste porcina africana explica cómo los virus pueden moverse de una granja a otra, cubriendo miles de kilómetros. Este viaje, además, es facilitado por el hecho de que el ganado cruza las fronteras nacionales. En 2017, dos millones de animales fueron transportados vivos de un país a otro, en camiones y barcos. Un fenómeno que en los últimos años ha experimentado un fuerte aumento por los mecanismos de la globalización, explica ‘The Guardian’.
Los peligros del Antropoceno
Entre las causas principales que pueden producir el ‘spillover’ están el cambio de uso de los terrenos (31%) y las transformaciones implementadas en el sector agrícola (15%). Es lo que evidencian numerosos estudios, incluido el detallado informe IDEEAL, publicado por la EcoHealth Alliance en 2019. La expansión de los criaderos intensivos ocurre porque los animales necesitan cada vez más espacio y alimentos. Para aumentar la superficie de las granjas, se deforestan las selvas confinantes, cambiando el uso del suelo y amenazando la biodiversidad y la integridad del ecosistema.
La ONU asegura que la transformación de los ecosistemas llevada a cabo por el ser humano en los últimos 50 años no tiene precedentes. Ha afectado al 77% de las tierras emergidas: eso es lo que define el Antropoceno. La deforestación también se implementa para dar cabida a grandes granjas y cultivos dedicados a la producción de alimentos para animales. ‘The Guardian’ publicó el año pasado una investigación aclarando que la deforestación de la Amazonia está estrechamente relacionada con la producción de carne bovina.
Aún no conocemos el origen exacto de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, deberíamos haber entendido que este tipo de fenómeno ocurre como consecuencia de la acción humana. Llevamos años hablando de la necesidad de pasar a un enfoque ‘One Health’ para el planeta. Y es un hecho que la salud humana está conectada con la de los ecosistemas y los animales (tanto silvestres como de cría). No obstante, no parece que este objetivo pueda convertirse pronto en una prioridad compartida. Lo que está claro es que vallas y fronteras no sirven contra los virus.
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