Decíamos hace algún tiempo que el grafeno es el “material de Dios”, llamado a cambiarlo todo: desde erradicar la sed mundial a servir como alternativa al caucho en un calzado deportivo del futuro. Tal concepto le queda algo grande, pero resume a la perfección la fiebre de titulares que llevamos viviendo desde hace algunos años. Cabe preguntarse, ¿es una fama merecida?
Sí, si nos ceñimos estrictamente en sus propiedades físicas. Pero antes de mirar al cielo y esperar que el grafeno solucione nuestros problemas diarios, un par de apuntes. No todo es tan fácil como nos han contado.
NI FUE DESCUBIERTO NI SE PRODUCE EN MASA
Una lámina de carbón de dos dimensiones, en forma de malla hexagonal. Esto es lo que llevamos leyendo desde 1947, cuando Philip Russell Wallace calculó su estructura molecular. Por supuesto, anteriormente ya se había escrito sobre estas estructuras, pero fue un campo poco abonado.
La teorización quedó congelada hasta que dos físicos, Andre Geim y Konstantín Novosiólov, buscando cómo crear transistores de grafito cogieron este material y experimentaron con él en sus ratos libres.
La sorpresa fue mayúscula: podía manipularse a temperatura ambiente y se mantenía estable termodinámicamente. ¿Y con qué lograron aislarlo? Con celofán. El descubrimiento les valió el Nobel en 2010 y en 2013 la Comisión Europea lanzó una propuesta, Graphene Flagship, dotada con 1.000 millones de euros y una meta: posicionar Europa a la cabeza de posibles aplicaciones y progresos con este material.
COPOS, ÓXIDO, MEZCLAS Y MUCHA TEORIZACIÓN
Pero sintetizar esta monocapa es difícil. Mucho. Aunque existe una amplia variedad de caminos para alcanzar la misma meta.
Lo que se logró con cierta accidentalidad es muy costoso —y a veces tóxico— de producir en masa. Entonces, ¿cómo puede haber ciudadanos produciéndolo en sus casas? Porque la solución pasa por vender copos o bolitas, soluciones en las que se distribuye grafeno diluido. Si la estructura hexagonal no es geométricamente perfecta, sus propiedades caen estrepitosamente. Es casi más fácil fabricar materiales de propiedades similares.
Y esas propiedades son de sobra conocidas: 200 veces más resistente que el acero, inmune a la radiación ionizante, 1.000 veces menos pesado que el papel, deformable, autorreparable y un largo etcétera. ¿Para baterías para móviles? Incluso para vehículos: las bolas de grafeno quintuplican la velocidad de carga de una batería de iones de litio. Con una pequeña dilución duplicaría la vida útil de las carreteras.
El listado de posibilidades es inmenso. Ni siquiera conocemos todas sus posibles aplicaciones y recombinaciones con otros elementos de la tabla periódica. Evita la cadena de degradación y oxidación del plasma sanguíneo, mejora la composición en la fabricación de carrocerías —desde monoplazas hasta deportivos de lujo, sin olvidar barcos de competición como el Graphenano One—, dando lugar a superficies más ligeras, más elásticas y resistentes a impactos.
Gracias a su gran conducción y absorción eléctrica, el grafeno parece ser una solución ideal tanto para la fabricación de nuevos paneles solares como para la gestión térmica en un lugar tan frío y hostil como el espacio exterior. Y, si no queremos salir del planeta, podemos encontrar grafeno hasta en la fabricación de raquetas de pádel.
¿QUIÉN LIDERA ESTA CARRERA?
El gobierno chino, con una quinta parte de las patentes mundiales, tiene claro hacia dónde quiere dirigir sus investigaciones. China se lo está tomando muy en serio.
Corea del Sur cuenta con su producción interna espoleada por el gigante Samsung.
Y entretanto, España es una verdadera potencia mundial, una productora de primera fila abasteciendo una quinta parte del consumo total. Una revolución que, en realidad, acaba de comenzar.
Imágenes | Wikipedia
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