Para quien no esté familiarizado, las Google Glass son, a grandes rasgos, unas gafas de realidad aumentada —aquí puedes encontrar una magnífica explicación de uso en forma de infografía—. Desarrolladas por Google X, fueron presentadas en el Congreso I/O de junio de 2012 y puestas a la venta (modelo Glass Explorer Edition) en abril de 2013 por valor de 1.500 dólares. Sí, una verdadera pasta, aunque algo después descendieron hasta los 1.000 dólares.
Ya desde mediados de 2011 Google venía desarrollando prototipos, ligeramente mas pesados —la versión 1 superaba los 3,6 kg—. El hardware recibió importantes mejoras, de 512 MB iniciales hasta 2GB de RAM, aunque la prensa general achacó una preocupante falta de batería.
En cualquier caso, los early adopters estaban fascinados con las posibilidades del nuevo producto. El futuro sobre la mesa. A partir de la versión XE8, los usuarios comenzaron a grabar sus sesiones de paracaidismo, rápel, motociclismo y un nuevo debate se presentó sobre la mesa: la intimidad.
«NO QUIERO QUE ME GRABES»
Imagina poder hacer una foto con un parpadeo. Google Glass hacía ese deseo realidad. Rápidamente, la imagen de las “glassholes” se distorsionó: sin una legislación específica, ¿cómo se prohibiría su uso cuando otros usuarios demandaban privacidad y seguridad?
Un usuario le estampó a otro las gafas contra el suelo. En un restaurante de East Village (Manhattan) se produjo un altercado cuando una usuaria se negó a quitarse las gafas y se le exigió abandonar el local. ¿Acaso estábamos ante discriminación tecnológica? Todo el mundo era susceptible de ser grabado. Esa incomodidad condenó al gadget. Algunas voces sentenciaron que «aún no estábamos preparados».
Entonces algo cambió: durante los años venideros —esto es, de 2014 a 2016— la cultura del selfie y la conexión permanente a través del Internet de las Cosas relajó la perspectiva en torno a la intimidad tecnológica. Nos acomodamos a ver esas recomendaciones de anuncios en Facebook, Twitter o Amazon, empezamos a entender qué significaba Big Data.
Al fin y al cabo, los usuarios disfrutan compartiendo sus experiencias, bien a través del Timeline de Google Maps, bien a través de ‘Pokémon GO’. Es decir, somos menos susceptibles de prestar nuestros datos privados a cambio de una experiencia más personalizada. La culpa es de los algoritmos, nunca nuestra.
EN BUSCA DE LA ESPECIALIZACIÓN
Pero nadie pensaba darse por vencido. Estamos hablando de un gadget que, además de montura ajustable (en diferentes colores), incluye conexión Bluetooth o WiFi vía MyGlass, contaba giroscopio y acelerómetro de 3 ejes, cámara y micrófono estéreo integrado, teclado táctil, sensor geomagnético, sensores de luz ambiente —para modificar en tiempo real la exposición—, sensor de proximidad, reconocimiento de voz, sistema operativo Android, sistema de inducción ósea para la transmisión de audio y salida USB para carga o conexión a otros dispositivos. Es decir, un gadget muy completo.
Creativos como Det Ansinn apoyaron al producto de forma firme, creando diferentes aplicaciones, como GlassBattle (un ‘Hundir la flota’ mediante RA), VoteGlass o Drivers Glass. En España apostaron por ellas Droiders, primeros a nivel mundial en retransmitir una intervención quirúrgica usando Google Glass. Esta telemedicina también fue apoyada por el Beth Israel Deaconess Medical Center, por la Escuela de Medicina de Stanford en el tratamiento de autismo, incluso se transmitió vía Hangouts una cirugía maxilofacial.
Por desgracia, tras la división de opiniones, Google Glass no salió de Estados Unidos y su estreno en tiendas a inicios de 2015 acabó cancelado. Pasaron dos años en los que los modelos originales se llenaron de polvo. Dos años sin actualizaciones ni revisiones de modelo.
Entretanto, Google continuó su expansión y transformación comercial. El 10 de agosto de 2015, Google Inc. presentó Alphabet Inc., la holding company que aglutinara los distintos tentáculos de la compañía, reestructurando la vértebra central y concentrando todos sus proyectos de I+D a un grupo de departamentos concreto.
El mundo estaba cambiando rápido. Pero la competencia movió ficha: Sony SmartEyesGlass, Optinvent Ora, Meta Vision, Recon Jet, Epson presentó su propia visión del producto. Y Microsoft aprovechó su silencio para nutrir de mejores especificaciones a sus HoloLens. El territorio había cambiado. Y las Google Glass encontraron su lugar: el sector laboral, mediante una red de socios. Lección aprendida: un gadget no llegaría al sector ocio hasta que ambas partes, usuarios y diseñadores, estuvieran lo suficiente preparadas.
CONECTAMOS CON LA ENTERPRISE
Un buen día, la empresa de Menlo Park, California, presentó sin grandes aspavientos comerciales Glass Enterprise. Es decir, una versión 2.0 del concepto original, con rediseño tanto en el prisma como el arco corriendo a cargo de Luxottica, marca que fabrica gafas para Oakey o Ray-ban. La comercialización —por parte de Streye, la única empresa con licencia de distribución— se redujo a sectores profesionales, con una plataforma de aplicaciones controladas y un precio por unidad de 1.550 euros.
Ninguna patente cae en saco roto y la capacidad de reconocer objetos y enlazar a dónde comprarlos, leer códigos de barras de productos, hacer fotos o vídeos, lector QR y OCR, jugar a aplicaciones en RA o realizar streamings directos a Youtube siguen siendo viables. Es sólo que ahora servirán al sector industrial.
«Los trabajadores en muchos campos, como la fabricación, la logística, los servicios de campo y el cuidado de la salud, encuentran útil consultar un dispositivo portátil de información y otros recursos mientras sus manos están ocupadas», decían desde la propia Google.
En la actualidad Mapfre las usa durante el proceso de peritaje de vehículos, DHL en el check-in de billetes, algunas empresas privadas de contabilidad las han adoptado, son vistas en cadenas de montaje y en el mercado médico han seguido siendo un aliado idóneo, gracias a aumentar su batería de 500mAh a 780 mAh, mejorar la definición de la cámara de 5 a 8 MP y contar con una conexión WiFi de nueva generación.
Pero la clave, como apuntábamos, no está aquí, sino en el usuario común. Y la realidad es que nunca hemos estado tan preparados. Durante los estados de análisis comercial, se sospechó que la versión final costaría entre 350 y 500 euros, algo así como un smartphone de gama media. En el mercado actual, la intención de compra de un producto de semejantes características es mucho mayor. Dicho sin ambages: ya estamos preparados. Es hora de una nueva era de Realidad Aumentada.
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Imágenes | Google, Pixabay