Son seres capaces de derribar rocas, petróleo, poliuretano, TNT. Resisten la radiación nuclear e incluso son capaces de explotarla. Son los hongos, seres que pertenecen a un reino propio, no son ni vegetales ni animales, y que demuestran con los hechos qué significa ser resiliente. Todavía no los conocemos mucho, pero lo que estamos descubriendo nos hace pensar que pueden jugar un papel central en la salvación del planeta.
Las principales características del universo fúngico son: extraordinaria versatilidad, conexión, formación de redes, interdependencia. Los hongos viven escondidos, y solo tecnologías recientes como la secuenciación del ADN nos han permitido acceder a algunos de sus secretos. Incluso las partes que vemos, las que llamamos setas y que llevamos siglos utilizando como alimento o medicina, son esquivas, no se conservan bien y esto dificulta su estudio.
En 2004, la FAO invitó a explorar el mundo de los hongos, porque es allí donde se pueden encontrar muchos de los nutrientes que el mundo necesita. A partir de ese momento, ha habido una explosión de noticias y estudios sobre ejemplares cada vez más extraños, capaces de realizar tareas consideradas imposibles. Y potencialmente útiles para una infinidad de propósitos.
Después de la catástrofe de Hiroshima, el primer ser vivo que emergió de los escombros radiactivos fue un hongo. Otro caso extraordinario es el del Cladosporium sphaerospermum, descubierto en Chernobyl, donde crece maravillosamente utilizando la radiación y convirtiéndola en energía gracias a la melanina que sintetiza. Transportado a la Estación Espacial Internacional, gracias a una capa de solo 1,7 milímetros, este hongo redujo la radiactividad cósmica en un 5,4%. Potencialmente se podría cubrir una colonia humana o una nave espacial con una lámina de estos hongos. 21 centímetros serían suficientes para cancelar la radiación de Marte.
Edificios y ropa hecha con los hongos
Desde hace unos años, el micelio, la parte vegetativa del hongo (comparable a las raíces), se utiliza para crear plástico, material de embalaje, carne vegetal, tejidos para ropa, zapatos y bolsos. Algunos laboratorios están tratando de crear un material similar a la piel. Sería más rápido de producir y menos contaminante que el que se obtiene de animales o sintéticamente. Una de las empresas que produce piel hecha con hongos se llama MycoWorks.
En su laboratorio de California, los desechos agrícolas se utilizan para alimentar el ganoderma, un hongo que se alimenta de la madera, y para cultivar su micelio. En la naturaleza, el micelio desarrollaría el fruto, pero, a ciertas temperaturas, niveles de humedad y otros factores ambientales, produce fibras. MycoWorks las trata hasta conseguir un material similar a la piel que denominan reishi. El cultivo del micelio también podría ayudar a reducir el dióxido de carbono en el aire. De hecho, estudios recientes han demostrado que algunas plantas que viven en simbiosis con hongos ayudan a almacenar hasta un 70% más de dióxido de carbono en el suelo.
La empresa estadounidense Ecovative, por su parte, está desarrollando materiales de construcción a partir de hongos. Su objetivo es sustituir el plástico, los ladrillos y el hormigón. Y está teniendo éxito en la creación de campamentos militares que pueden autorrepararse y descomponerse cuando ya no se necesitan. También existe un proyecto denominado Fungar, para utilizar el micelio como material de construcción ‘inteligente’. Es decir, capaz de detectar y responder a los niveles de iluminación, temperatura y contaminación.
¿Qué son realmente los hongos?
El pasado mes de mayo, un joven biólogo e investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, Merlin Sheldrake, publicó un notable libro dedicado al mundo de los hongos. En ‘Vida enredada. Cómo los hongos hacen nuestros mundos, cambian nuestras mentes y dan forma a nuestro futuro’, se pueden descubrir muchas cosas interesantes.
Para empezar, olvidemos la idea de que los hongos son esos pequeños paraguas que aparecen de vez en cuando en el bosque. Esa es la seta, lo que en una planta llamaríamos fruto y la parte donde se producen las esporas. El resto del hongo se encuentra bajo tierra, donde desarrolla entramados de impresionante tamaño. En Oregón, se ha encontrado un organismo del hongo de miel, Armillaria, que se extiende por 10 kilómetros cuadrados, pesa cientos de toneladas y tiene unos 2800 años.
La mayoría de los hongos forman redes de múltiples células llamadas hifas. Son estructuras filamentosas muy finas que se ramifican, se fusionan y se enredan para formar la filigrana anárquica del micelio. El micelio, por tanto, debería considerarse como un proceso en constante evolución, siendo la principal característica de los hongos la tendencia a explorar y proliferar.
«Wood Wide Web» es una expresión acuñada por el botánico David Read para indicar las redes miceliales de los hongos, que conectan entre sí los árboles. Es como si cada árbol de un bosque estuviera en contacto con los demás mediante intercambios de información y nutrientes en forma química. En nuestra perspectiva antropocéntrica, diríamos que la red basada en el micelio se comporta de manera muy similar a internet.
El concepto de simbiosis fúngica
Sheldrake, sin embargo, invita a adoptar una perspectiva micocéntrica y ver las cosas desde el punto de vista de los hongos. Estos seres, de hecho, llevan millones de años adoptando determinadas estrategias para convivir y ser cultivados por otras especies vivientes. Durante 20 millones de años, por ejemplo, las hormigas Macrotermes han cultivado un hongo dentro de sus nidos. Estos nidos alcanzan incluso los nueve metros de altura, porque el hongo es capaz de transformar la madera en alimento.
El hongo Ophiocordyceps ha desarrollado una forma única de reproducirse. Escoge a un insecto, a menudo una hormiga pero también saltamontes y arañas, su micelio entra en él y controla a la víctima obligándole a hacer lo que quiere. El insecto permanece consciente pero ya no puede manejar sus movimientos, transformándose en un verdadero zombi. El hongo generalmente le obliga a trepar a los árboles al mediodía para dispersar mejor sus esporas.
Nuestro cuerpo también está repleto de bacterias y hongos, hasta el punto de que su número supera al de ‘nuestras’ células. De hecho, somos ecosistemas formados por miles de millones de seres en constante relación. En 1877, el botánico alemán Albert Frank acuñó el término «simbiosis» para describir la relación vital entre un hongo y un alga que da vida a ese ser compuesto que llamamos liquen. Ya no es posible concebir un organismo de ningún tipo, incluidos los seres humanos, distinto de las comunidades microbianas con las que comparte un cuerpo.
Hongos y humanos estamos en el mismo barco. De hecho, en muchos sentidos somos la misma cosa. Por ello conviene estudiar el extraordinario potencial gracias al cual estas criaturas nos pueden ayudar a salvar el hogar común. Y, de paso, sobre todo en esta temporada, no hay que olvidar que son exquistos.
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Imágenes | Krzysztof Niewolny/Unsplash, Kirill Ignatyev/Flickr
Me parece una excelente idea, los hongos en efecto son unicos y con capacidades que no se encuentran en otros reinos. Mi carrera como cientifica se incio con hongos hace 42 anios y tube que cambiar a los hongos por biomedicina porque no habia dinero para trabajar con hongos aunque se veia su potencial economico.