La geobióloga estadounidense Hope Jahren, reconocida por la revista ‘Time’ como una de las personas más influyentes del mundo, acaba de publicar un libro sugerente acerca del cambio climático y lo mucho que podemos hacer para que las cosas no vayan a peor.
Jahren acompaña con multitud de datos y estadísticas interesantes su crónica sobre los efectos perversos que está teniendo y tendrá en el planeta el desmedido consumo de combustibles fósiles. Pero también cuenta esta deriva desde una perspectiva muy personal. Y quizá por eso es más persuasiva.
En ‘El afán sin límite’ analiza los cambios en los patrones de consumo desde que nació, allá a finales de los años 60, en un frío pueblo de Minnesota. En este medio siglo, recuerda Jahren, la población del mundo se ha duplicado. Pero la producción de cereales, carne o azúcar se ha triplicado en el mismo periodo.
Y también se ha multiplicado por tres el consumo de combustibles fósiles, mientras que el de electricidad se ha cuadruplicado. Es decir, la población ha crecido, pero nuestro consumo lo ha hecho mucho más.
La gran cuestión que plantea su libro no es si hay planeta y recursos suficientes para sostener a los 10 000 millones de personas que previsiblemente vivirán en este mundo en 2100. Para la autora, las perspectivas son lúgubres si mantenemos los niveles de consumo actuales en Occidente. La gran incógnita es si seremos capaces de dar un giro para rebajar nuestras expectativas y garantizar así la supervivencia de todos. Es decir, si llegaremos a ‘desintoxicarnos’ del consumo y a vivir con menos.
Jahren propone desandar 50 años, solo eso
Para Jahren, salir del atolladero medioambiental es sobre todo una cuestión personal. Hay tecnologías muy sofisticadas que irán sustituyendo a los combustibles fósiles que causan el efecto invernadero. Y vendrán otras aún más refinadas y efectivas. Pero la solución no vendrá de la tecnología, sino de una revolución en los hábitos.
Si todos volviéramos a los niveles de consumo de un suizo medio en los años 60, con sus coches de los años 60 y sus abigarrados abrigos de lana de la época, las emisiones de CO2 en el mundo caerían de golpe un 20%. Y los suizos de la época de los ‘Beatles’ no vivían nada mal, rememora Jahren en su libro. Es decir, que no hay que retrotraerse a la Edad de Piedra y a una vida exenta de comodidades para revertir la situación. Los occidentales, y sobre todo los estadounidenses, solo tendrían que desandar los últimos 50 años para empezar a salvar al planeta y a la propia civilización.
Jahren apuesta por una “desintoxicación del consumo”. Hay recursos suficientes para los más de 7000 millones de habitantes que hoy moran en el planeta. Solo hay que repartirlos mejor. En su trabajo hace un llamamiento al 10% de la población que acapara la mayor parte de los recursos. De la voluntad de los más ricos dependerá la salvación de todos.
En el fondo, la geobiológa estadounidense es una optimista bien informada. Y hace honor a su nombre (hope significa “esperanza” en español). “Todas las necesidades y todo el sufrimiento del mundo –sí, todo– surgen de nuestra incapacidad de compartir, no de la incapacidad de la Tierra para producir”, subraya en un momento de ‘El afán sin límite’. Y repite su mantra siempre que puede: “Consume menos, comparte más”.
Las energías renovables no son la solución
Aunque todavía no hemos iniciado este camino de vuelta desde un consumo desaforado. Y Jahren, que para escribir su libro consultó múltiples trabajos científicos y bases de datos de organismos públicos y privados, lo sabe. De hecho, señala que aunque las fuentes de energía que no provienen de combustibles fósiles tienen cada vez más importancia, en el fondo siguen siendo una parte ínfima del pastel energético. Como el azúcar glas que cubre un contundente bollo.
Además, Jahren encuentra en las renovables un problema de partida: su ineficiencia. Los combustibles fósiles o el uranio enriquecido de las centrales nucleares albergan gran cantidad de energía. El viento o los rayos de sol, no tanta. Aunque la energía disponible en forma de corrientes de aire, mareas o luz solar es infinita, por el momento no hay medios de capturarla en grandes proporciones.
Jahren asegura que se necesitaría un millar de aerogeneradores o un millón de placas solares solo para que los habitantes de una ciudad de 100 000 habitantes pudieran encender la luz. Y advierte para que no pequemos de ingenuos: “Pasarnos por completo a las renovables teniendo en cuenta el actual índice de eficiencia actual es, por desgracia, pura fantasía”. Se aleja así de salidas a la crisis climática como la que propone Jeremy Rifkin, basadas en inversiones multimillonarias en energías renovables.
Profundo examen de conciencia
La solución al cambio climático pasa, pues, porque miles de millones de personas cambien sus hábitos más cotidianos y, en términos energéticos, se vuelva a los niveles de esa Suiza de los años 60. Y eso requerirá por parte de todos un examen de conciencia. Jahren anima a preguntarnos qué significa el hambre en el mundo, la extinción de las especies, la contaminación de los océanos o el calentamiento del Ártico, entre otras cuestiones.
También invita a recabar información sobre nuestro modo de vida, para ver si va contra nuestros valores. ¿Cuántos kilómetros conducimos? ¿Cada cuánto volamos? ¿Cuánta comida tiramos? ¿Cuánto recorre el paquete de Amazon que hemos pedido? ¿Dónde y cómo se fabricó ese producto adquirido por internet? ¿Cómo se genera la electricidad que consumimos en casa?…
Y, una vez contestadas a estas preguntas, propone ir introduciendo cambios en la forma de vida. No tienen que ser drásticos ni totales. Aconseja ir poco a poco, pero con paso seguro.
¿Podemos hacer menos kilómetros con el coche? Si es posible, buscaremos la manera. ¿Es posible reutilizar los envases de plástico? ¿Seremos capaces de bajar el termostato en invierno y subirlo en verano? ¿Podemos comprar menos? ¿Invertiremos en compañías que traten bien a sus empleados y estén concernidas por el futuro del planeta? Y así, por la vía de la autoexigencia, llegaremos a la desintoxicación del consumo. Es la terapia de Jahren para salvar el planeta.
Llevamos 200 años quemando combustibles fósiles y poniendo al planeta contra las cuerdas. Y, según apunta la autora, nos quedan otros 200 años para evitar que se doble el contenido de dióxido de carbono en nuestra atmósfera y aumente la temperatura terrestre dos grados centígrados. “Esto significa que tenemos aproximadamente tres generaciones para encontrar una forma de que la humanidad sobreviva a la civilización”. No hay tiempo que perder.
En Nobbot | El plan de Jeremy Rifkin para salvarnos de la sexta extinción masiva de la vida sobre la Tierra
Imágenes | Erica Morrow, iStock.com/atlantic-kid, iStock.com/AndreyPopov
Decía Pascal que el origen de todos los males humanos consiste en una nuestra incapacidad para permanecer en estado de reposo en una habitación. Hemos olvidado nuestra íntima (e indisoluble) relación con la naturaleza y hemos llenado nuestras cabezas con deseos insostenibles en el medio plazo, como comer piñas de Costa Rica, viajar de vacaciones a Nueva York, cambiar de móvil cada pocos meses, recorrer en 10 años el equivalente a varias circuferencias terrestres con nuestros coches, incluso habitar Marte, como muestra la siguiente entrada de este blog. El libro de Hope Jahren es necesario, sencillo, directo y bien escrito, pero mientras no recibamos un castigo (en forma de desastres), se unirá sin pena ni gloria a la larga lista de ensayos y artículos que nos advierten de que debemos aprender a asumir límites, como los niños pequeños.
Una forma muy interesante de establecer nuestra relación con la naturaleza.
En lugar de sentirla como algo extraño y ajeno , y por lo tanto susceptible de ser explotada, incorporada como una cosa más es nuestras posesiones ; con este cambio en la mirada, la sentimos como algo que forma parte de nosotros mismos de nuestra piel, digno de ser cuidado.