La inteligencia artificial está evolucionando tan rápido que los humanos no somos capaces de seguir sus razonamientos o de controlar sus mutaciones. De ahí que grandes visionarios, como Elon Musk, aconsejen a la humanidad actualizarse con un puerto universal como el Neuralink (en desarrollo).
La interfaz mente/máquina siempre ha tratado de saltar de la ciencia ficción a la ciencia real. Estamos en la linde de crear esta tecnología justo cuando la necesitamos, y todo parece indicar que los humanos tendremos puertos universales. Estos, claro, traerán nuevos problemas.
La inteligencia artificial va a darnos dolor de cabeza
La inteligencia artificial lleva años siendo espoleada para que piense por sí misma. Aunque todavía usa técnicas de machine learning (claro, es una máquina…), ya hemos conseguido que aprenda como los humanos, que se lleve lo aprendido en una tarea para la siguiente, o que componga música y pinte cuadros.
En enero de 2017 conseguimos que una inteligencia artificial llamada Watson sustituyese al 30% de la plantilla de una empresa japonesa, y todo apunta al alzamiento de las máquinas para las décadas venideras. Alzamiento, y no rebelión, es una distinción clave. Las máquinas no van a volverse contra nosotros, ya desmontamos esa posibilidad en su momento, al menos de forma consciente.
De nada sirve programar el mejor software si vamos a ser incapaces de entender cómo funciona, mejorarlo en el futuro o repararlo
Pero lo que sí va a pasar (es más, está pasando) es que no vamos a ser capaces de seguir a las inteligencias artificiales a su esfera de pensamiento. Ya ha llegado el día en que las máquinas han creado un lenguaje propio y somos incapaces de seguirlas. Están en otro plano de entendimiento, uno que, por analogía con los animales y otros seres vivos, visualizamos como más alto.
Por bajar el problema a tierra, imaginemos que un día programamos una IA para que optimice el peso específico de cada uno de los archivos de un servidor privado (como una página web o una base de datos de Google Drive). Y ella se pone a trabajar, optimizándose también a sí misma hasta el punto en que, aunque sabemos lo que hace, no sabemos cómo lo hace.
Esto no parece un problema muy grave para el usuario medio. Aunque su desconocimiento y desinformación sobre cómo funciona Internet preocupa a los expertos, el usuario de una aplicación no necesita saber cómo funciona. Solo necesita saber cómo operarla.
Pero el informático detrás de su desarrollo sí necesita comprender todo lo que le pasa, o será imposible mantenerla actualizada.
La solución de los puertos universales, el Neuralink y los sentidos artificiales
En un futuro no muy lejano, casi presente, tendremos que adaptar nuestras capacidades humanas a la velocidad de las máquinas para poder seguir sus líneas de razonamiento. Líneas en sentido literal.
Un ingeniero informático que pierda el control sobre una red neuronal, por poner un ejemplo, no tendrá sentido en ninguna compañía. De nada sirve programar el mejor software si vamos a ser incapaces de entender cómo funciona, mejorarlo en el futuro o repararlo. Necesitamos tener el control, y entender a las máquinas.
El humano aumentado va a ser necesario, ya sea por medio de prótesis que amplíen nuestras capacidades físicas, para los trabajos más materiales, como un exoesqueleto que nos ayude a llevar carga o sentidos extra que compremos en un Sense Market. O, en el caso que nos ocupa en el artículo, gracias a la conexión entre el cerebro y las máquinas.
La conexión entre el hombre y la inteligencia artificial, o la interfaz mente/máquina, como se ha venido a llamar primero en la ciencia ficción y luego en los implantes cocleares y otras formas de electrodos diseminados por el cerebro, va a facilitar que experimentemos Internet y la IA sin requerir del uso de limitadas pantallas. Trasladando nuestra conciencia y comprensión directamente a los datos (o viceversa) y, con suerte y mucha investigación, comprendiéndolos.
La tecnología de Ghost in the Shell, que hace años parecía tan futurista, se está cristalizando en el presente a pasos agigantados. En su momento permitirá ampliar nuestro cerebro con un procesador secundario o instalarnos un puerto universal con WiFi para implantar conocimientos en el cerebro o hablar con la mente.
Porque tecnologías como el Neuralink de Elon Musk, pensado en un principio para uso médico, también nos facilitarían la tan ansiada telepatía.
El cambio cultural que supondrá vivir conectados
A finales de 2016, Moby nos advertía del aislamiento humano que supone vivir zombies con el móvil en la mano a través de su videoclip Are you lost in the world like me?. Y es que el cambio cultural desatado por los smartphones no tiene precedentes salvo quizá la llegada de Internet a los hogares, a muchos órdenes de magnitud por debajo.
Conectar nuestros cerebros a las máquinas requerirá también salvaguardas en seguridad informática y seguridad orgánica. El momento en que los delitos vistos en Ghost in the Shell se materialicen y los cerebros sean pirateados no parece muy lejano. A fin y al cabo, el cerebro pasará a ser un objeto más del IoT, quizá con su propia IP y un número IMEI.
Pero los problemas futuros más probables no son los más imaginativos, sino los que la humanidad lleva lastrando durante siglos. Hoy día no tienen las mismas oportunidades laborales quien tiene un ordenador y conexión a Internet que quien no puede acceder a estas commodities, que ya suponen una segunda brecha digital. La primera fue de conocimiento, y la segunda es de acceso.
¿Cómo se distribuye la riqueza en un mundo en que gran parte de la población no podrá actualizarse por falta de presupuesto personal? Hoy día, cualquiera dispone de una biblioteca donde conectarse unas horas al día, pero un implante cerebral no es una herramienta plug&play y no tiene pinta de resultar accesible.
Cuando los dispositivos que conformarán la barrera de entrada a algunos puestos de trabajo sean tan personales como un implante neuronal, ¿quién tendrá acceso a ellos? Cuando para un trabajo sea necesario un sentido extra, con su coste y su mantenimiento, ¿qué tipo de personas podrán acceder a él?
La inteligencia artificial es una fuente de conocimiento como la humanidad no ha conocido otra igual. Gracias al uso de redes neuronales y Big Data somos capaces de aprender más en menos tiempo, como especie. Pero como seres humanos estamos bastante limitados por nuestra propia biología.
Esta biología, que se vio magnificada a través del humanismo de siglos pasados, se percibe en un futuro como un lastre. Noah Harari habla en Homo Deus de esta pérdida del humanismo hacia otro tipo de mentalidad. Quizá una en la que la unión entre los humanos y las máquinas sea lo normal. El futuro lo dirá.
En Nobbot | ¿En qué trabajaremos cuando ya no quede trabajo?
Imágenes | iStock/jayfish, iStock/humonia, iStock/Peshkova, iStock/faithiecannoise