15 de junio de 2022. En menos de una hora, una tormenta eléctrica prende 11 focos en la sierra de la Culebra (Zamora). En poco tiempo, ayudado por la elevada sequedad, las altas temperaturas y el fuerte viento, el incendio se propaga sin control.
Durante cinco días, las llamas calcinaron miles de hectáreas de una de las joyas ecológicas de la península ibérica, hogar de especies tan emblemáticas como el lobo y el gato montés. El balance oficial de la Junta de Castilla y León llegó a hablar de más de 30 000 hectáreas quemadas. Al final, las mediciones satelitales del servicio europeo Copernicus lo han dejado en unas 25 000.
Vamos hasta el 8 de septiembre de 2021. Dos fuegos intencionados prenden en Jubrique (Málaga). En pocas horas, el incendio se convierte en uno de los más explosivos registrados nunca en España. Alimentado por las llamadas condiciones 30/30/30 (menos de un 30 % de humedad, más de 30 ºC de temperatura y vientos de más de 30 kilómetros por hora), el fuego devoró más de 8000 hectáreas en pocos días. Aunque se dio por controlado en menos de una semana, no se consideró extinguido por completo hasta 45 días después.
Ambos sucesos tienen sus particularidades, pero también cosas en común. Nos cuentan la historia de cómo están cambiando los incendios en nuestra península y en Europa. Y nos hablan de una relación cada vez más estrecha con el cambio climático. Los incendios forestales siempre han estado ahí, pero no son los mismos.
Los incendios y el cambio climático
“Tradicionalmente, los incendios han respondido a los ciclos de los ecosistemas y a causas naturales”, señala Peio Oria, delegado de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) en Navarra. “Las variables meteorológicas son solo uno de los factores que afectan a los incendios, en los que también influyen factores sociales y ambientales”. Aun así, a la hora de medir el riesgo de que se produzcan y se propaguen incendios forestales, las variables meteorológicas como la temperatura, la sequedad y el viento son uno de los baremos más fiables.
Tal como recoge el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su siglas en inglés), los patrones climáticos que elevan el riesgo de incendios en Europa (como las olas de calor) han aumentado su incidencia en los últimos 40 años. Esto es acusado en particular en el centro, el oeste y el sur del continente. Otro estudio recién publicado y dirigido por Jofre Carnicer, profesor de ecología de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, ha revelado un cambio importante en el régimen de incendios de Europa relacionado con el cambio climático. Un cambio muy acusado en la región mediterránea.
Según el artículo, los veranos y las primaveras con valores de riesgo de incendio elevados han sido muy frecuentes en los últimos años, por lo que muchas zonas de Europa meridional y del Mediterráneo han alcanzado condiciones muy propicias al fuego. Estas condiciones serán, además, cada vez más frecuentes debido al aumento de las olas de calor y la sequía.
“Para evaluar un incendio desde el punto de vista meteorológico hay que tener en cuenta bastantes variables. No es tan simple como en el caso de una ola de calor, en la que la variable temperatura lo marca todo”, añade Oria. “Aun así, está claro que el cambio climático nos lleva hacia escenarios en los que habrá más incendios. Cuántos, dependerá de la gestión forestal. Y también incendios más grandes”.
La dorsal africana, las olas de calor y el fuego
Los incendios de la sierra de la Culebra y de sierra Bermeja (Almería) tienen un denominador común. Ambos se produjeron durante episodios de ola de calor provocados por una situación meteorológica habitual en la península Ibérica durante los meses de junio, julio y agosto. Se trata de la entrada de una masa de aire cálido y seco procedente del norte de África. “Es lo que llamamos la dorsal africana. Ese sistema de altas presiones normalmente está establecido en el norte del Sáhara, Marruecos y Argelia. Pero en verano es habitual que este aire cálido y seco llegue a la península”, detalla el experto de la AEMET.
En meteorología, las relaciones entre causas y consecuencias no siempre se cumplen. Sin embargo, esta configuración meteorológica o patrón sinóptico suele dar lugar a olas de calor y a condiciones más favorables para que se inicien y se propaguen los incendios. “Es un patrón como el que se dio en la última ola de calor, con aire seco y caliente y, muchas veces, calima asociada. También se dio durante la ola de calor que tuvimos en 2019, la que entonces fue la más temprana registrada, aunque este año ya la hemos superado”, señala Oria.
De acuerdo con los datos de AEMET, el número de días al año en los que tiene lugar la situación sinóptica de mayor riesgo para los incendios forestales en la península y Baleares se ha duplicado en los últimos 70 años. Mientras que la época del año en la que es común que se produzca esta situación se ha alargado 30 días desde 1950. Ambas observaciones encajan en los pronósticos de la situación que el cambio climático está generando en estas zonas.
“El cambio climático traerá más incendios, está fuera de toda duda. En la península ibérica se puede hacer mucho todavía en materia de adaptación. Podemos hacer más prevención, tener más concienciación y mejorar la gestión forestal. Podemos volver a usos más tradicionales de la tierra, crear paisajes en mosaico, recuperar pasos de ganado y cañadas… Muchas cosas para evitar que el fuego se propague rápido”, explica Oria. “El cambio climático, sin embargo, no es una dinámica que podamos revertir de golpe. Lo único que podemos hacer es frenarla”.
Una nueva generación de incendios
En 1985 ardieron en España cerca de medio millón de hectáreas. Y en 1995 se produjeron 25 557 incendios. Nunca se han vuelto a superar esas cifras, según las estadísticas oficiales. Hoy, aunque las tendencias no son del todo evidentes, hay menos incendios y se quema menos superficie que antes. Las técnicas de control y extinción han mejorado en las últimas décadas y eso se nota en los bosques. Sin embargo, lo que preocupa es la entrada en escena de una nueva generación de incendios.
“Los grandes incendios forestales están quemando un porcentaje cada vez mayor de las hectáreas que arden cada año. Su presencia ha aumentado de forma alarmante. Las condiciones de propagación han cambiado, sobre todo, en las primeras horas del incendio. La velocidad de propagación es muy elevada, alcanza niveles desconocidos hasta ahora en España. El mejor ejemplo es, quizá, el del año pasado en sierra Bermeja. Poco a poco, parece que los escenarios que tanto temíamos van ganando terreno”, afirma Oria.
Los llamados incendios de sexta generación son fenómenos complejos que son provocados por varios conjuntos de factores concretos. La continuidad de la masa forestal y la disponibilidad de mucho combustible (madera), tanto seco como vivo, provocadas por el abandono del medio rural y de los usos tradicionales del monte, son de los más importantes. Y el clima y la meteorología añaden otro buen puñado de factores a este cóctel.
“Si tenemos un patrón meteorológico inestable en la zona del incendio, el foco de calor que crea el fuego hace que se generen corrientes de aire ascendente muy fuertes. Estas toman el control de la dinámica del incendio”, explica Oria. “Se genera un pirocúmulo que funciona como una especie de chimenea. Crea un efecto de tiro que, por un lado, succiona el material que está ardiendo y lo lanza lejos, creando nuevos focos. Y, por otro lado, oxigena el incendio, aumentando la capacidad de combustión”.
Para el experto de AEMET, lo que más preocupa es que la coincidencia de todos los factores que están detrás de los incendios de sexta generación se da cada vez más a menudo. “Es algo, además, que se ha visto en Grecia y en California (Estados Unidos), en la Columbia Británica (Canadá), en Australia en 2020, en Portugal en 2017… Se van cumpliendo los pronósticos. El cambio climático y el abandono del rural favorecen la aparición de estos nuevos incendios”.
¿Un respiro en el Cantábrico?
La mayor parte de la península ibérica está bajo la influencia del Mediterráneo. En esta región, los incendios obedecen, por lo general, a la misma tipología sinóptica. Sin embargo, en la zona cantábrica, la que va del norte de Navarra hasta Galicia, las cosas son diferentes. Los mayores incendios forestales suelen coincidir con anticiclones y prevalencia de vientos del sur que se dan en otoño y primavera y son muy poco habituales en verano.
“En Navarra, la diferencia se ve muy clara. Tenemos una vertiente cantábrica y una mediterránea. Durante la última ola de calor, bajo el patrón de la dorsal africana, los incendios saltaron continuamente en la parte mediterránea. Pero no hubo ninguno en la cantábrica. En febrero de 2021 sucedió lo opuesto: hubo una ola de incendios en la zona cantábrica y ninguno en la mediterránea. Puede haber excepciones, está claro, pero la norma es esa”, explica el delegado de la AEMET.
Durante la última gran ola de incendios registrada en Galicia , en otoño de 2017, las condiciones también se cumplieron. El fuego, alimentado sobre todo por los fuertes vientos producidos por los restos del huracán Ophelia, dejó cerca de 50 000 hectáreas calcinadas. Aun así, el incendio de mayor tamaño, localizado en los municipios de Pazos de Borbén y Pontecaldelas (Pontevedra), no llegó a las 10 000.
“Los incendios en la zona mediterránea son los más preocupantes porque parecen capaces de quemar una extensión mucho mayor. Mientras, los grandes incendios en la vertiente cantábrica parece que, por ahora, no son tan probables”, concluye Oria. “La relación entre el patrón sinóptico que se da durante los incendios en la región mediterránea y el cambio climático es mucho más clara. En el caso del Cantábrico, es más difícil verlo. Aun así, es probable que este patrón también vaya a más”.
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