Aunque parezca lo último de lo último, se lleva hablando de inteligencia artificial (IA) desde mediados del siglo pasado. Concretamente, el término se acuñó en 1956 y, resumiendo mucho, se aplica a aquellas máquinas que imitan sobre todo las funciones cognitivas de los seres humanos, como aprender o resolver problemas. Un ejemplo típico es el del ordenador que juega al ajedrez y gana.
En la retina de muchos (sobre todo talluditos) estará la partida que en 1997 ganó la computadora Deep Blue, fabricada por IBM, a Gari Kaspárov, el carismático campeón del mundo ruso. Sin embargo, después de muchas décadas de fantasías, mitos y realidad, la IA sigue estando en boca y en la mente de todos, de los tecnólogos y las multinacionales de la informática y las comunicaciones, que recurren a ella para hacer la vida más fácil y sacar más partido a la información que atesoran, pero también de los inventores de historias. Quizá porque todavía nos sigue fascinando (y aterrando) pensar en ese día en que las máquinas nos dobleguen y acaben dominando el mundo.
Siempre obsesionó a los cineastas
Desde Stanley Kubrick a Spike Jonze, pasando por George Lucas, Ridley Scott o Steven Spielberg… Muchos recordarán al enigmático HAL 9000, aquella supercomputadora que vigilaba los sistemas de la nave Discovery en 2001: Una odisea del espacio. En la película de Kubrick, HAL se enfrentaba a los tripulantes al darse cuenta (leyendo sus labios) de que éstos querían desconectarla. Más tarde, George Lucas humanizó y le dio un tono cordial y divertido a sus criaturas C3PO y R2D2, dos robots que tantas veces relajaron en ambiente en la saga de La Guerra de las Galaxias con diálogos hilarantes en la línea del Gordo y el Flaco. A principios de los 80, Ridley Scott sorprendió a todos con una obra maestra de la ciencia-ficción como Blade runner. En ese mítico film, un agente Rick Deckard (Harrison Ford) tiene que capturar a unos robots, “replicantes”, que están pensados para ser más humanos que los humanos, pero que se han sublevado y, en principio, carecen de emociones y empatía. El último director en lidiar con una inteligencia artificial en la gran pantalla, dándole además un papel muy protagonista, fue Spike Jonze en Her, donde Joaquín Phoenix, que encarna a un solitario que está a punto divorciarse se enamora de Samantha, la voz del sistema operativo de inteligencia artificial que compra.
Y también protagonizó novelas
El genial Frankenstein de Mary Shelley es quizá uno de los primeros autómatas que protagonizan una obra. Aquí no hay cables, ni circuitos ni procesadores. El ser, creado por Víctor Frankenstein durante un experimento partir de partes diversas de cadáveres diseccionados, es metáfora de los efectos perversos que puede tener el uso desmedido de la tecnología, pero también del desamparo que siente el hijo abandonado.
Otras dos obras clásicas que se centran en las andanzas de criaturas carentes de alma, pero semejantes en aspecto y comportamiento a los hombres, son El Hombre de la arena, relato de E.T.A. Hoffmann que narra el enamoramiento de un joven hacia una autómata que le lleva a locura; y La Eva futura, escrita por el francés Auguste Villiers de L`Isle-Adam en las postrimerías del siglo XIX, una obra que popularizó el término androide y que cuenta cómo el joven Lord Ewald reemplaza a la mujer bella pero estúpida de la que se ha enamorado por otra artificial y parecida en lo físico, pero espiritualmente superior.
En 1950, Isaac Asimov escribió un libro seminal -y de tono guasón- y que para muchos no ha pasado de moda ni en un ápice. Se trata de Yo, Robot, un compendio de relatos que nos permite conocer cómo fueron los primeros autómatas y cómo esos robots sencillos pueden devenir en máquinas sofisticadas, con capacidad para pensar y controlar la economía planetaria.
Y así hasta llegar a la cuarta entrega de la saga Millennium, que ha vendido más de 80 millones de ejemplares en todo el mundo. En esta entrega, titulada Lo que no te mata te hace más fuerte, que apareció el pasado verano y es la primera que no está escrita por difunto Stieg Larsson (y eso se nota), el periodista Mikael Blomkvist recibe la llamada del profesor Frans Balder, un eminente investigador especializado en inteligencia artificial que dice tener en su poder información vital para el servicio de inteligencia norteamericano. Y hasta ahí conviene contar para no destripar el libraco de 650 páginas a potenciales lectores.
La llevamos en el bolsillo
Pero más allá de fabulaciones, la inteligencia artificial ha llegado para quedarse entre todos nosotros. Durante mucho tiempo pareció el coto vedado de los grandes centros de investigación y de desarrollo de robótica, pero hoy se ha popularizado sin que prácticamente nos hayamos dado cuenta. Y está en nuestros móviles, tabletas u ordenadores personales, y casi siempre tiene nombre de mujer. Hablamos de Siri (en los iPhone) o de Cortana (para los dispositivos con Windows) o de Google Now en Android.
El reconocimiento de voz ha sido una de las áreas de desarrollo de la inteligencia artificial que más auge ha cobrado, junto a la robótica industrial y doméstica. Como curiosidad, Cortana, el asistente virtual de Microsoft, se adapta a cada país y en España es capaz de contar chistes de Chiquito de la Calzada o Gila o de dar la receta del pantumaka. En todo caso, todavía falta para que estos asistentes superen “el test de Turing”, esbozado en un trabajo de 1950 y dice que existirá inteligencia artificial cuando no seamos capaces de distinguir entre un ser humano y un ordenador en una conversación a ciegas.
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