Las ballenas beluga son fácilmente reconocibles por su color blanco y la forma de su frente. Un observador más detallista podría señalar también que, a diferencia de otras ballenas, no tienen aleta dorsal. Aunque puede parecer poco relevante, este rasgo juega un papel esencial: les permite nadar bajo el hielo y vivir así en en las frías aguas del océano Ártico. Como las de la bahía de Cook, en Alaska.
Cuando en febrero de 2017 una fuga de gas natural fue detectada en un punto cercano a esta costa, sonaron todas las alarmas. Se trata de una zona de apareamiento muy frecuentada por las ballenas beluga y, por lo tanto, fundamental para esta especie, que se encuentra en peligro de extinción. Esta es la historia de cómo gracias a una boya con sensores conectados a internet se evitó que la fuga terminase en desastre.
Las 300 belugas de la bahía de Cook
Las belugas suelen pasar los meses de invierno nadando en aguas profundas y frías. Sin embargo, durante los meses de verano rondan las zonas costeras, estuarios y aguas poco profundas. A veces incluso se adentran en los ríos hasta varios kilómetros.
Durante décadas, la caza comercial y deportiva, la contaminación y muchos otros factores relacionados con la actividad humana (incluyendo el aumento del ruido submarino) han amenazado las comunidades de ballenas. Las que frecuentan la bahía de Cook han sido de las más afectadas. Tan solo en esta bahía las belugas han visto su población reducida en un 75% en los últimos 40 años, pasando de unos 1.300 ejemplares en 1979 a 328 en 2016.
Hoy, muchas de estas actividades están prohibidas, pero el hábitat de las ballenas sigue viéndose amenazado. Son especialmente sensibles a la contaminación y la degradación de su hábitat. Además, las que habitan en esta zona se enfrentan a retos mayores por su proximidad a la zona más poblada de Alaska.
Un plan de actuación a temperaturas negativas
Se han detectado casos de cáncer, patologías reproductivas y deterioros en el sistema inmunológico de estos animales,probablemente relacionados con la contaminación de su hábitat y la actividad humana. Por ello, cuando se detectó la fuga de gas cerca de Nikiski, a tan solo seis kilómetros de la costa de la bahía, se activó un plan para proteger la fauna de la zona en general y estos mamíferos en particular.
La situación era complicada por la climatología: en febrero, las temperaturas en Nikiski suelen oscilar entre los -10 y los -2 grados centígrados. Las aguas de la bahía permanecen congeladas durante meses. Esto hacía imposible reparar la fuga y también complicado establecer un sistema de medición de la contaminación.
La solución quedó en manos de Aridea Solutions, una empresa norteamericana que diseña tecnología para hacer frente a problemas medioambientales. En este caso, su propuesta fue instalar una boya equipada con sensores wireless para monitorizar aire y agua en la zona de la fuga. Con los datos que se recopilaron, pudieron diseñar las líneas de actuación.
Sensores conectados en las frías aguas del Ártico
Los sensores monitorizaron los niveles de metano, oxígeno y CO2 del aire y el metano disuelto, el O2 disuelto y otros parámetros del agua. Estos datos se transmitían a un barco cercano y de ahí se enviaban a tierra, permitiendo a los científicos ver y analizar la información casi en tiempo real.
Detrás de la transmisión de datos entre la boya y el barco estaba la tecnología de Libelium. La empresa española desarrolló el Plug & Sense! Platform para permitir la interconexión de diversos protocolos industriales y conectar los sensores.
Debido a las condiciones climáticas extremas, fue necesaria una grúa para situar la boya en el lugar preciso y el trabajo de varios ingenieros para ayudar con el despliegue, la capacitación y la calibración del sensor. Una vez colocada, la boya tomó mediciones durante los meses de marzo, abril y mayo. Llegado este mes, el hielo se descongeló y el oleoducto pudo ser reparado de forma segura por buzos.
Una base para soluciones de IoT y medioambiente
Según las declaraciones de los ingenieros de Aridea, los niveles de contaminación se mantuvieron bajos y no supusieron un grave peligro para las ballenas. Si los parámetros hubiesen resultado más altos, no hubiese sido posible esperar hasta el mes de mayo y se tendría que haber procedido a reparar la tubería de otro modo.
Las ballenas beluga que habitan aguas norteamericanas están protegidas por la Marine Mammal Protection Act. Entre otros logros, han conseguido reducir la caza de estos animales y la pesca comercial. Sin embargo, el número de ballenas disminuye cada año. Tras esta experiencia, los ingenieros de Aridea esperan que la boya pueda servir como base para futuros proyectos que combinen soluciones de internet de las cosas (IoT) y medioambiente.
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Imágenes | Unsplash/YuanYue, Wikimedia Commons/Lucca Galuzzi, Libelium