El planeta se está calentando y el clima está cambiando. No hay dudas al respecto. Pero, cuando se trata de hacer predicciones sobre las temperaturas, es difícil cerrar la horquilla.
Conocemos el poder de los gases de efecto invernadero y, en particular, del más abundante de ellos: el CO2. Desde que Charles Keeling demostró a mediados del siglo pasado que la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera no había dejado de crecer desde la Revolución Industrial, se ha trabajado sobre la base de una relación directa entre CO2 y aumento de las temperaturas. Esta relación es real, pero hay muchos otros factores en juego.
Un nuevo paper, publicado por investigadores de la Universidad de Liverpool y el Imperial College de Londres, señala a las nubes como uno de los elementos que causan más incertidumbre a la hora de predecir los cambios del clima. Son capaces de enfriar y calentar la atmósfera; y de cómo evolucionen dependerá también nuestro futuro climático.
Un límite de temperatura
Uno de los documentos que más impacto ha tenido en la comprensión del cambio climático y sus implicaciones y más ha influido en las políticas ambientales de todo el mundo es el ‘Special Report on Global Warming of 1.5 °C’. Publicado por el panel intergubernamental del cambio climático (el IPCC) en 2018, el informe estudia las implicaciones de que la temperatura media global ascendiese por encima de la barrera de los 1,5 grados Celsius respecto a niveles preindustriales.
Este límite, que según la Organización Meteorológica Mundial podríamos sobrepasar esta misma década, es solo una referencia. No significa que el mundo no vaya a sufrir los efectos del cambio climático antes de superarlo. De hecho, ya lo está haciendo. Ni que con 1,6 grados se desate el apocalipsis medioambiental.
Se trata de una referencia para establecer políticas que nos ayuden a esquivar los efectos más severos del cambio climático y, sobre todo, a mantener bajo control la subida de las temperaturas en los próximos siglos. Porque el calentamiento global no se frenará en 2050 ni en 2100. Ni siquiera lo haría de forma inmediata si dejásemos de emitir gases de efecto invernadero por completo.
El límite de los 1,5 °C es también la referencia del Acuerdo de París y de la estrategia de lucha contra el cambio climático de la Unión Europea, aunque en ambos casos se da casi por seguro que será imposible y que es más realista trabajar por no superar los 2 grados Celsius. Pero ¿cómo sabemos qué hay que hacer para cambiar el futuro?
Las nubes y los modelos climáticos
Los científicos que estudian el clima basan sus predicciones en una serie de modelos matemáticos cada vez más precisos. Con ellos son capaces de anticipar la evolución del cambio climático en función de ciertas variables cuyo efecto es conocido (como la presencia en la atmósfera de gases de efecto invernadero). Para ello, se estudia la sensibilidad climática; o cómo la temperatura cambia en función de la energía que llega al planeta desde el Sol y la que sale rebotada de vuelta al espacio.
En algunos de los modelos utilizados, las nubes contribuyen al efecto invernadero. Es decir, funcionan como una especie de manta que cubre la Tierra e impide que la energía se escape. Es algo con lo que estamos familiarizados. Las noches despejadas son más frías que las nubladas, sobre todo, en invierno.
Otros modelos, sin embargo, priorizan el efecto albedo de las nubes, su capacidad de reflejar energía. Y es que esta manta que cubre el planeta también actúa como una sombrilla. En ella rebota buena parte de la energía que llega del Sol. El papel de cada una de estas características de las nubes en el cambio climático ha sido objeto de discusión durante años. La respuesta es que depende de cómo cambien las nubes.
Un espejo en equilibrio
Por lo general, las nubes altas y finas contribuyen al efecto invernadero. Y las bajas y espesas reflejan más cantidad de energía. Hasta ahora, este segundo tipo de nubes ha sido más abundante, tal como señalan los autores del paper ‘Controls of the transient climate response to emissions by physical feedbacks, heat uptake and carbon cycling’, publicado en ‘Environmental Research Letters’. Es decir, las nubes hacen más por enfriar el planeta que por calentarlo.
Pero la historia no termina aquí. Las dinámicas terrestres, atmosféricas y oceánicas de nuestro planeta son complejas. Todo está conectado. El cambio climático afecta a la formación y la composición de las nubes: poco a poco las nubes altas y finas están ganando protagonismo. Para los autores del estudio, este factor es importante y debe incluirse en todos los modelos climáticos.
Atendiendo a la física de las nubes, se sabe que la presencia de nubes bajas disminuirá en las zonas tropicales a medida que aumente la temperatura. Además, también está comprobado que la presencia de nubes altas aumenta con la subida de los termómetros. Es decir, el espejo que hasta ahora mantenía el calentamiento bajo control irá dejando de ser efectivo a medida que el mismo calentamiento aumente.
¿Cuánto? No se sabe. Los autores del estudio se limitan a descifrar la importancia de las nubes y a señalar la necesidad de que los modelos climáticos las tengan en cuenta. El cambio climático es real y las temperaturas están aumentando. Las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero producidos por las actividades humanas están detrás de todo. Pero el futuro depende, también, de las nubes.
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Imágenes | Unsplash/Michael Weidner, L.W., UCL