La plaga gris: ¿nanorrobots y tumores planetarios?

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¿Te imaginas una sustancia plateada compuesta por billones de nanorrobots que consume todo a su paso? Eso es la plaga gris (en inglés, grey goo), un escenario hipotético pero posible. Los nanorrobots, quizá por mala programación, un fallo, o un ataque terrorista, no dejan de reproducirse. Y eso es perjudicial.

Hay consenso científico sobre el uso futuro de nanorrobots por sus beneficios sociales, como la claytrónica, aunque no sobre la plaga gris. Aunque es raro que se dé porque un gran número de factores ha ido mal, es importante diseñar las tecnologías autónomas de forma ética y responsable.

Necesitamos nanorrobots para innovar

Buena parte de los lectores se preguntarán qué podrían aportar los robots diminutos a nuestra sociedad. Lo cierto es que ya disponemos de una enorme flota de ‘dispositivos’ recorriéndonos por dentro, ahora mismo. Los llamamos bacterias o microorganismos y conformamos con ellos el holobionte del que dependemos. Nuestra salud se ve afectada, positiva o negativamente, por su presencia.

La diferencia entre una bacteria natural y un nanorrobot artificial radica en la intencionalidad y, probablemente aunque no necesariamente, en los materiales. Una bacteria no tiene más objetivo que replicar su material genético. Un nanorrobot podría tener muchos, aunque es poco probable que tenga que ver con su propia supervivencia o la transmisión de su código vital. Después de todo, ya tendremos los planos para construir más en un ordenador.

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Durante los últimos años se habla mucho de nanorrobots en medicina, como agentes que hagan bien aquello que nuestros propios anticuerpos (células) hacen mal. Es decir, robots diminutos como complemento a una biología que no pensó en todo mientras evolucionábamos. Por ejemplo, buscando tumores, entregando medicamentos o filtrando toxinas.

Puede que la idea de tener pequeños robots dando vueltas por nuestro cuerpo nos resulte incómoda. Un modo de eliminar esta sensación es pensar en ellos como sustitutos dirigidos de nuestras propias células. Eventualmente, es muy posible que hagan mejor este trabajo que las células biológicas al tener un artífice detrás, del mismo modo que las vacunas ayudan a entrenar a nuestros anticuerpos. Claro, que siempre puede surgir un error que desencadene la plaga gris

Estos robots son un cáncer, literalmente

Las máquinas autorreplicantes, o máquinas de Von Neumann, han sido teorizadas desde hace mucho tiempo. Homer Jacobsen, Edward F. Moore, Freeman Dyson o John von Neumann, quien finalmente las puso nombre, hablaron sobre cómo podríamos lanzar un puñado de ellas a Marte y que colonizasen el planeta por nosotros. Y todos dejaron claro el grave problema de la replicación sin control.

Acabó siendo Eric Drexler, en su libro ‘Engines of Creation’ (1986), quien puso nombre a uno de los peores escenarios de la humanidad. Las máquinas de destrucción o plaga gris. También fue de los primeros en hablar de la tecnología con referencias biológicas como las que aparecen abajo. Y del concepto de technium, aunque él no fue quien le dio nombre. Así hablaba de sus nanorrobots en su libro:

“‘Plantas’ con ‘hojas’ no más eficientes que las celdas solares de hoy podrían dejar fuera de competencia a las plantas, llenando la biosfera de follaje no comestible. ‘Bacterias’ omnívoras resistentes podrían sacar de competencia a las bacterias reales: podrían diseminarse como polen soplado, replicarse rápidamente, y reducir la biósfera a polvo en cuestión de días.”

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Imagina un nanorrobot alimentado por energía solar. Ponle que cada día es capaz de crear otro nanorrobot como él. El objetivo es construir los suficientes en Marte como para que levanten una estación base o terraformar. Al final del primer día habría dos robots. Tras una semana, 128. Al final del primer mes, Marte tendría 1.000 millones de diminutos robots, una posible masa crítica para empezar la estación. Pero ¿y si se vuelven ‘locos’ y siguen reproduciéndose?

Un mes después habría más de un millón de millones de millones de robots, y desde la Tierra observaríamos una enorme mancha extendiéndose por la superficie del planeta. Drexler fue quien le puso nombre al gray goo, y también el primero que lo llamó “cáncer”. Un cáncer planetario de muy difícil erradicación.

Nosotros somos la plaga ‘gris’

A menudo se tiene miedo a la tecnología que no conocemos porque puede cambiar nuestro statu quo. Como ocurre ahora con el 5G y sus magufos. Por descontado, una masa viscosa de materia gris recorriendo el planeta y ‘comiendose’ todo a su paso cambiaría bastante la vida sobre el planeta. Nosotros desapareceríamos, y eso asusta. Pero se nos olvida que la vida en sí misma ya cambió el planeta, y que la plaga gris no tiene por qué ser gris.

Drexler también fue el primero en imaginarse la plaga gris como una entidad biológica o pseudobiológica. ¿Un organismo que se reproduce luchando por los recursos energéticos disponibles? Esa podría ser la definición de las primeras bacterias. Nosotros mismos, una especie ‘superior’, conformamos con nuestras ciudades ramificaciones no muy diferentes al modo en que una bacteria consume los recursos de una placa de Petri.

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Por supuesto, la tasa de reproducción del ser humano es muy inferior a la de una bacteria. O, ya puestos, a la de un nanorrobot. Pero es importante destacar que, por lo que sabemos, mañana mismo podría aparecer una bacteria sin competencia que se lleve todo a su paso. Biológicamente, no hay nada que se lo impida aparte del azar. Una plaga gris sin tecnología.

También podría ocurrir que la creásemos nosotros mismos en laboratorio, dado que ya tenemos la tecnología para hacerlo. Los humanos solo podemos controlar lo segundo, y por eso es importante orientar la nanotecnología de modo que la plaga gris siga siendo un escenario improbable en los libros de texto.

¿Cómo evitamos que la plaga gris desarrolle un tumor planetario?

Hay muchos mecanismos que se han considerado para evitar que algo así ocurra. Por ejemplo, diseñar un nanorrobot dependiente de telómeros artificiales. Cada vez que una célula biológica se divide, sus telómeros se acortan un poco. Tras una serie de ciclos, la célula es incapaz de seguir reproduciéndose.

Otra posibilidad es obligar a los nanorrobots a trabajar con materiales muy poco comunes. Por ejemplo, hacer necesaria la presencia de níquel (0,019% de la corteza terrestre) en el procesador del nanorrobot. Esto reduciría su usabilidad, pero también la posibilidad de que crezcan sin control y conviertan el planeta en una bola de billar grisácea.

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El “botón del pánico” o “botón de la muerte” de los robots también ha sido considerado. Se trata de un programa capaz de paralizar o destruir todos los nanorrobots. Pero el gran problema de la plaga gris no es cómo diseñarlos, sino que exista la posibilidad de mutación en varias generaciones.

Varios errores de copiado a lo largo de varios ciclos reproductivos podrían dar al traste con la programación original. Por ejemplo, que un nanorrobot incorpore por error un material mucho más abundante que el níquel, como el hierro, y siga reproduciéndose.

Piensa que toda la vida actual se debe a errores de copiado de unos pocos átomos o moléculas en cada generación. De modo que es posible, aunque poco probable. En cualquier caso, lo ideal es entrelazar tantos mecanismos de control como sean posibles, haciendo virtualmente imposible la plaga gris.

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