Quizá solo sea un trozo de roca interestelar esculpido por el tiempo y los rayos cósmicos. O puede que se trate de un trozo de basura espacial extraterrestre.
El 19 de octubre de 2017, los datos del telescopio Pan-STARRS, en Hawái, mostraron algo extraño. Entre la Tierra y el Sol había pasado un objeto con una trayectoria tan hiperbólica y excéntrica que solo podía tener una explicación: venía de fuera del sistema solar. Si los números no fallaban, el objeto medía 400 metros de largo, su ancho era al menos diez veces menor y rotaba a gran velocidad.
El primer objeto interestelar observado desde la Tierra fue bautizado como Oumuamua, que en hawaiano significa algo así como ‘el primer mensajero que llega de lejos’. Muchos de los telescopios terrestres apuntaron en su dirección intentando obtener más datos. A los tres días desapareció y siguió su curso hacia las afueras del sistema solar. Todo lo que nos dejó fue un puñado de números, ninguna foto y muchas preguntas sin respuesta.
La versión oficial es que se trata de algún tipo de asteroide que, sin embargo, se comporta como un cometa (aunque no deja cola). Su forma y su movimiento son inusuales, pero todo puede deberse a procesos o sucesos desconocidos. Al fin y al cabo, es el primer objeto de fuera del sistema solar que captamos con nuestros telescopios. Sin embargo, hay una interpretación de Oumuamua menos ortodoxa: es un objeto artificial.
¿Y si estamos buscando mal?
La teoría no nace de la mente de un puñado de conspiranoicos o de cazadores de ovnis. Su principal valedor es Avi Loeb, un destacado astrónomo de la Universidad de Harvard (Estados Unidos). En 2018, Loeb publicó su hipótesis en la revista ’Astrophysical Journal Letters’ junto al astrónomo Shmuel Bialy. Y a principios de este año la desarrolló en forma de ensayo en su libro ‘Extraterrestre: La humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra’.
Para Loeb, Oumuamua bien podría haber sido una pieza de tecnología alienígena, tanto en funcionamiento como abandonada y destinada a vagar por el espacio hace miles de años. Podría tratarse de una vela solar impulsando un artefacto más pequeño, una antena ‘anclada’ en el universo (en este caso, nuestro sistema, que está en movimiento, se habría cruzado con ella) o una nave espacial. El caso es que no lo sabemos, ni es probable que lo sepamos nunca, porque cuando pasó Oumuamua no estábamos mirando. Al menos, no como deberíamos.
Según el astrofísico de Harvard, nunca encontraremos otras civilizaciones extraterrestres si no las buscamos como es debido. Si se rechazan de forma sistemática todas las hipótesis que contemplan la posibilidad de que haya no solo vida, sino vida inteligente, ahí afuera, esta siempre pasará desapercibida. En otras palabras, si para cada objeto que percibimos en el espacio lo primero es pensar “ah, otra roca más”, es probable que no veamos que es un platillo volante.
Y es que todo lo que tenemos de Oumuamua es un punto de luz y un buen puñado de datos. Los instrumentos que lo detectaron sirven para identificar los objetos que pasen cerca de la Tierra, pero no están buscando objetos interestelares, ni mucho menos objetos artificiales. Por eso, con el objetivo de que a partir de ahora cambiemos nuestra forma de buscar vida extraterrestre, la Universidad de Harvard ha lanzado el Proyecto Galileo, liderado por Loeb y un equipo de más de 20 investigadores.
¿Qué busca el proyecto Galileo?
Cuando esté orbitando la Tierra a 1,5 millones de kilómetros de distancia, el telescopio James Webb nos acercará a los orígenes del universo. Y, de paso, nos ayudará a buscar señales de vida en planetas lejanos. Lo hará observando de cerca algunos de los miles de exoplanetas identificados hasta ahora y buscando indicios de agua o carbono en su atmósfera. Esta es, a día de hoy, una de las formas más habituales de buscar vida más allá de la Tierra.
Otro de los enfoques con más tradición es el que lleva impulsando el Instituto SETI de la NASA desde los años setenta del siglo pasado. Parte de la hipótesis de que, si existe una civilización extraterrestre, tendrá algún tipo de tecnología y esta emitirá algún tipo de onda de radio. Así, los investigadores del SETI rastrean las señales de diferentes telescopios en busca de sonidos alienígenas.
El Proyecto Galileo quiere ir más allá y buscar objetos físicos. Fotografiarlos y observarlos de cerca. Quiere que el próximo Oumuamua no se nos escape. “En 2017, el mundo observó por primera vez un objeto interestelar que visitó nuestro sistema solar brevemente. Oumuamua resultó tener propiedades anómalas que desafiaban las explicaciones naturales. Así, solo nos queda especular si Oumuamua puede ser explicado por causas naturales nunca vistas o ampliando los límites de nuestra imaginación hasta pensar que quizás sea un objeto tecnológico extraterrestre”, explicaba Loeb en la presentación de Galileo el pasado mes de julio.
Para el astrofísico, hemos descubierto ya un número suficiente de exoplanetas propicios para la vida como para seguir ignorando la posibilidad real de que haya vida inteligente ahí fuera. Además, el impacto que tendría descubrir una civilización extraterrestre en la humanidad sería tan elevado que merece la pena esforzarse. Claro que es normal que lo defienda, dado que toda la carrera y casi todos los proyectos de Loeb giran en torno a esta cuestión.
El Proyecto Galileo tiene como principal objetivo convertir la búsqueda de civilizaciones tecnológicas extraterrestres en algo sistemático, estructurado y bien financiado. Sus tres vías de investigación principales son:
- Obtener fotografías en alta resolución de objetos como Oumuamua, también llamados UAP (siglas en inglés de fenómenos aéreos no identificados). Para ello, usarán modelos de deep learning que les permitirán identificar los objetos conocidos y descubrir los no identificados. Una vez separada la ‘paja’ del ‘trigo’ (alienígena), utilizarán un conjunto de radares y telescopios para intentar obtener imágenes detalladas del objeto. Quién sabe, señalan, si en esa foto veremos un “Made in Alfa Centauri Bb”.
- Vigilar la llegada de nuevos objetos interestelares. Para ello, el equipo se servirá de instrumentos como el futuro Legacy Survey of Space and Time (LSST) del observatorio Vera C. Rubin (Chile). El objetivo es anticipar la llegada de objetos lejanos para observarlos en detalle cuando estén cerca de la Tierra.
- Buscar posibles satélites extraterrestres que ya estén vigilando la Tierra. De nuevo, como no los estamos buscando, podrían pasar desapercibidos. Sobre todo si son de pequeño tamaño y se mueven en órbitas que no solemos utilizar.
El Proyecto Galileo está financiado en exclusiva por donantes privados y ya ha sumado más de 1,7 millones de dólares. Además, señalaban en su presentación, no se dedicarán a perseguir cualquier avistamiento de OVNI. Solo seguirán pistas con base científica, captadas por instrumentos precisos.
Antes de que Galileo construyese lentes capaces de ver las lunas de Júpiter y los anillos de Saturno, solo un puñado de locos creía que la Tierra no estaba en el centro del universo y giraba alrededor del sol. Quizá la nueva tecnología nos ayude a ver las civilizaciones que pueblan los miles de exoplanetas conocidos. “Ahora más que nunca debemos atrevernos a mirar a través de nuevos telescopios, tanto literal como figuradamente”, concluye Loeb.
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