Las películas cómo y cuándo las queremos. La información en la palma de nuestra mano. Grandes potencias de procesamiento al alcance y en la nube. La tecnología ha facilitado y democratizado el acceso a muchos servicios. Vivimos en una época a la carta que también ha llegado a la ciencia. ¿Que quieres trastear con la edición genética? Una solicitud online y menos de 60 euros y tendrás un plásmido CRISPR en el buzón. Bueno, no exactamente. Pero así es cómo Addgene se ha convertido en el Netflix de los genes.
Encuentra tu virus. Encuentra tu plásmido. Descubre nuestras colecciones especiales CRISPR. O de proteínas fluorescentes. Comparte con la comunidad. Síguenos en Facebook, Twitter, Instagram, YouTube… Addgene realmente parece una especie de Netflix, al menos, a nivel interfaz. Pero su catálogo on-demand esconde miles de elementos que están haciendo posible la revolución de la genética.
Inundando el mundo de plásmidos desde 2004
“Fue debido a las dificultades que me encontré a la hora de obtener plásmidos de otros laboratorios mientras hacía mi tesis. Los retrasos y las imprecisiones en los plásmidos que recibía tuvieron un impacto directo en mi investigación. Creé Addgene como una organización sin ánimo de lucro para facilitar que se comparta la ciencia”. Melina Fan, una de las tres fundadoras de Addgene, presenta así este inmenso repositorio de material para la investigación genética.
La compañía nació en 2004 y hoy tiene más de 50.000 plásmidos catalogados en su base de datps y almacenados en su repositorio. Material biológico que es capaz de servir a cualquier laboratorio o institución científica del planeta. De hecho, en estos 14 años, ha completado más de un millón de envíos alrededor del mundo. Un momento. ¿Una base de datos de plásmidos para edición genética? Hay que aclarar algunos puntos.
Los plásmidos son pequeñas moléculas de ADN circular, normalmente presente en bacterias. Son independientes del cromosoma de la célula y, por lo general, están compuestos por pocos genes. Son capaces de replicarse a sí mismos. Y pueden ser introducidos en una gran variedad de células. Por todas estas razones son tan importantes en la edición genética. Son el vehículo con el que se introducen los nuevos genes (en el caso de los transgénicos) o la secuencia CRISPR en la célula.
Así, los equipos de investigadores crean plásmidos según sus necesidades. El problema viene cuando otros laboratorios quieren repetir el experimento (la reproducibilidad es uno de los pilares del método científico) o utilizar el mismo plásmido. ¿Cómo conseguirlo? Antes de Addgene se pedía directamente al laboratorio o a alguna de las empresas biotecnológicas que los hacían. Ahora, cada vez más investigadores acuden al catálogo de Addgene.
“Addgene trabaja con más de 2.000 laboratorios de 500 instituciones de investigación para simplificar el intercambio de reactivos [plásmidos]”, señala Joanne Kammens, directora de Addgene en el paper ‘Addgene: Making Materials Sharing Science As Usual’. Básicamente, Addgene solicita a estos laboratorios cualquier plásmido usado en sus experimentos. Lo cataloga con precisión y lo almacena. Cuando otra institución lo solicita, le envía una copia. Es genética bajo demanda.
La revolución CRISPR será a la carta
“La verdadera razón por la que CRISPR se ha popularizado tanto en biotecnología es su facilidad de uso y su bajo coste”, explica Samuel H. Sternberg, bioquímico y experto en CRISPR, en su libro ‘A crack in creation’. “Los investigadores pueden diseñar fácilmente su versión de CRIPSR […] y ejecutar el experimento en pocos días y sin necesidad de asistencia externa. Lo único que se necesita para empezar es una copia del plásmido de CRISPR básico”. Y ahí es donde Addgene ha encontrado su trampolín de éxito.
“Addgene es como Netflix, solo que para plásmidos”, continúa el bioquímico. Solo en 2015, Addgene envió alrededor de 60.000 copias de plásmidos CRISPR a laboratorios de todo el mundo. Y eso que la revolución que ha propiciado esta herramienta genética solo estaba empezando. “Casi cualquier aspirante a científico puede obtener resultados que habrían sido inconcebibles hace pocos años”, concluye Samuel H. Sternberg.
Empezó casi por casualidad en un laboratorio de la Universidad de Alicante hace ya 25 años. El trabajo de ciencia básica de Francis Mójica y su equipo nos ha llevado a conocer mucho mejor cómo funciona el código de la vida. Y a poder cambiarlo para mejorarlo (casi siempre). La tecnología CRISPR copia el sistema inmunitario de las bacterias. Mediante una proteína (Cas9 es una de las más conocidas), esta herramienta funciona como una tijera. Corta y pega trozos de ADN con una precisión molecular (nunca mejor dicho).
Entre los primeros productos aprobados tras su edición CRISPR se encontraban bacterias para la fermentación láctea o champiñones que no se oxidan. Pero, hoy, la mayor parte de los esfuerzos se dirigen a la medicina. Mosquitos que no transmiten la malaria, tratamientos pioneros contra el cáncer o esperanzadoras pruebas contra el sida (sobre todo, en China). CRISPR da sus primeros pasos y todavía hay muchas líneas rojas (legales y éticas) en el camino. Mientras tanto, la biblioteca de Addgene no deja de crecer.
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Imágenes | Addgene, Unsplash/Louis Reed, Ousa Chea