Si tienes un millón de dólares, el programa Smallstar Rideshare de SpaceX te permite subir 200 kilogramos al espacio a las órbitas SSO, LEO y POLAR. Su proyecto Starlink, que ya ha lanzado cuatro tandas de 60 satélites a 549 kilómetros, espera enviar al menos otros 1.300. ¿Corremos el riesgo de cumplir el síndrome de Kessler?
En el caso de llenar las órbitas de dispositivos, podríamos crear un manto impenetrable de residuos para las futuras naves espaciales. Especialmente si hay algún accidente en cadena que transforme satélites en micrometeoroides. Pero ¿cuáles son las posibilidades de que esto ocurra? ¿Qué es el síndrome de Kessler y por qué es importante en la actualidad?
¿Qué es el Síndrome de Kessler?
Es una reacción en cadena de objetos en órbita, satélites en funcionamiento y basura espacial. En la película ‘Gravity’ (2013) se planteaba un escenario similar. La destrucción explosiva no controlada de un satélite enviaba metralla que chocaba con varias estaciones espaciales y decenas de satélites, que a su vez generaban más metralla.
Con una baja densidad de objetos en órbita, el síndrome de Kessler resulta improbable. La metralla acaba cayendo a la atmósfera terrestre o siendo lanzada al espacio exterior. Así ocurrió el 29 de junio de 1961, cuando apenas habíamos empezado a colonizar el espacio (el Sputnik 1 se lanzó en 1957) y el número de objetos en órbita no rozaban los 50. Se produjo la primera explosión no intencionada en el espacio. Con carga nuclear, por cierto.
El Ablestar y su preciada carga, el satélite de navegación Transit 4A, explotó sin motivo aparente, y liberó después 294 piezas rastreables de basura espacial, según la NASA. “Rastreables” es la palabra clave. Se sospecha que miles de otras piezas más pequeñas también salieron despedidas. En 1998, más de tres décadas más tarde del incidente (no aislado, por cierto) la NASA seguía 200 de aquellos fragmentos.
Actualmente, la NASA mantiene vigilados unos 13.000 objetos “mayores de 10 centímetros”, aunque se sospecha de la existencia de unos 100.000 fragmentos de entre 1 y 10. Y subiendo, especialmente con una industria aeroespacial en crecimiento exponencial desde los años 2000 (2000-2008, 2007-2016). Cuantos más objetos haya en órbita, más probable será el síndrome de Kessler.
Atrapados en la Tierra, una consecuencia inesperada
En la película ‘Gravity’ veíamos cómo parte de la superficie de la Tierra quedaba aislada. A medida que una masa de restos en órbita avanzaba a miles de kilómetros por segundo, impactando en los satélites de comunicaciones y convirtiéndolos en nuevos proyectiles supersónicos, las señales se iban apagando. Algo así supondría un auténtico revés para nuestra economía.
Un escenario como el de la película haría que retrocediéramos un par de décadas en comunicaciones satelitales, observación del espacio exterior, análisis preciso de la atmósfera y los océanos, navegación, mapeo de la superficie de la Tierra y una veintena de aplicaciones más delegadas a los satélites. Pero eso no sería lo peor: podríamos quedarnos atrapados en la Tierra.
Resulta curioso que Elon Musk, la misma persona que corre en busca de un segundo planeta para los humanos con el objetivo de crear un backup ante catástrofes, sea quien también está llenando las órbitas de satélites, lo que aumenta las posibilidades de que el síndrome de Kessler sea una realidad. Es posible que tenga que elegir entre uno de sus dos sueños.
Una de las consecuencias directas del síndrome de Kessler es que una reacción en cadena de objetos en órbita lo suficientemente violenta podría dejar inutilizado el espacio. Y no hablamos solo de no poder enviar más satélites de comunicaciones. Con la órbita repleta de escombros y micrometeoroides, enviar astronautas en una nave espacial presenta un riesgo inasumible.
¿Cuántos satélites harían falta para que el Síndrome de Kessler fuese una certeza?
No es complicado visualizar cómo, dada una densidad suficiente de satélites, este escenario catastrofista se vuelve realista, luego posible, más tarde probable y finalmente seguro. En lo que no encontraremos consenso será en cuántos satélites hacen falta para algo así.
En 2018, tuvimos la oportunidad de hablar con el astrofísico Héctor Socas-Navarro. En su estudio, teorizaba sobre la posibilidad de que la nube de satélites terrestres delatase nuestra posición a “observadores externos”. A mayor cantidad de satélites en el Cinturón de Clarke, mayor eran las posibilidades de ser detectados. En 2018 había unos 700. Hoy superan los 1000.
En la imagen de arriba, usando la herramienta interactiva ‘Stuff in space’ (cosas en órbita, en español) vemos estos satélites en rojo. Los puntos azules son cuerpos de cohetes y los grises son chatarra. Según la descripción que dio la NASA en 2005 a un mapa similar, el 95% de los puntos son restos. Solo uno de cada 20 fragmentos en órbita tiene o ha tenido alguna utilidad práctica. El resto es basura.
Aunque no haya consenso sobre el número mínimo de satélites necesarios para esta reacción en cadena, sí que se admite que cada año que pasa la posibilidad de colapso aumenta. Estamos llenando el espacio de suciedad y, como en la Tierra, nos va a traer consecuencias en años o décadas.
La tragedia (espacial) de los comunes
La tragedia de los comunes, publicada en 1968 en ‘Science’, explica el colapso ambiental que experimentamos en la actualidad. Sintetizado (mucho): un grupo de pastores comparte tierras en común, y el hecho de que cada uno trate de aumentar al máximo el número de cabezas de ganado para obtener beneficios a título personal (Equilibrio de Nash), termina por destrozar el campo.
Es una síntesis perfecta de cómo las naciones se acusan unas a otras por las emisiones de carbono sin cerrar el grifo ninguna, pero también podría convertirse en una predicción acertada sobre el espacio. Si cada empresa individual trata de maximizar beneficios ocupando más órbitas, el síndrome de Kessler será la catástrofe ‘ambiental’ del espacio. Y ninguno podremos usarlo.
En Nobbot | Juan González Allonca, el abogado del espacio
Imágenes | iStock/dottedhippo, John Hopkins Applied Physics Laboratory, iStock/3DSculptor, NASA