Es ahora o nunca. Esa es quizá la principal conclusión de la tercera y última parte del sexto informe del IPCC, el panel intergubernamental de expertos sobre el cambio climático.
Estas cuatro palabras, cada vez más repetidas, se diluyen frente a la inacción. El margen de ese ‘ahora’ es cada vez más estrecho. Si queremos evitar las peores consecuencias del cambio climático, las emisiones de gases de efecto invernadero deberán alcanzar su máximo en 2025. Quedan solo tres años. Lo bueno es que sabemos cómo hacerlo o, al menos, tenemos una idea bastante clara de las soluciones realistas disponibles en la actualidad.
De hecho, esta última entrega del IPCC profundiza en la mitigación, en las soluciones para el cambio climático. Es el fruto del trabajo de 278 científicos de 68 países apoyados por 358 colaboradores externos. En total, han resumido en algo más de 3000 páginas la evidencia científica disponible sobre el tema. El informe contiene, de hecho, más de 18 000 referencias a papers y estudios publicados en los últimos años.
Dónde estamos ahora: el máximo de emisiones
Las emisiones de gases de efecto invernadero han seguido creciendo durante las últimas décadas. En 2019, expulsamos a la atmósfera un 54 % más de gases que en 1990. Sin embargo, el aumento de las emisiones se ha ido ralentizando. Por primera vez, asegura el informe, existen indicios de que las políticas climáticas y de transición energética están empezando a hacer efecto. Si entre el 2000 y el 2009 las emisiones crecían a un 2,1 % interanual, en la década siguiente lo hicieron al 1,3 %.
Además, el análisis del panel de expertos recalca que el cambio climático no solo es un problema de combustibles fósiles, es también una cuestión de desigualdad. El 10 % más rico del planeta es responsable de entre el 34 y el 45 % de las emisiones. La mitad más pobre contribuye a entre el 13 y el 15 % de los gases de efecto invernadero expulsados a la atmósfera. Queda mucho por hacer, sí, pero algunos tenemos más tareas pendientes que otros.
El 42 % del CO2 de origen humano presente hoy en la atmósfera ha sido emitido desde el año 1990. Si queremos que el aumento de la temperatura a finales de siglo no supere los 1,5 ºC respecto a niveles preindustriales, las emisiones deben alcanzar el pico en 2025 y reducirse con rapidez. Antes de 2030, deberían haber decrecido un 43 %. Aun así, es probable que, por la acumulación de energía en la atmósfera, la barrera de los 1,5 ºC se supere durante un tiempo. Aunque, si se alcanza el cero neto en 2050, la temperatura se habrá estabilizado para finales de siglo.
Sin embargo, si el pico de emisiones no se alcanza en 2025, con la trayectoria actual y si las estimaciones son correctas, la temperatura a finales de siglo será 3,2 ºC más elevada que en la segunda mitad del siglo XIX. Otra de las noticias positivas del informe es que los escenarios extremos, aquellos en los que la subida de la temperatura media supera los 5 ºC a final de siglo, parecen hoy más improbables que nunca.
¿Qué podemos hacer? Soluciones para el cambio climático
Reducir las emisiones es posible. Al menos 18 países lo han logrado de forma sostenida durante los últimos 10 años. Además, el 20 % de las emisiones planetarias ya están sujetas a mecanismos de control (como el de los créditos de carbono) y 56 estados, responsables de la mitad de las emisiones, han aprobado leyes climáticas específicas. Aun así, la brecha entre legislación, planes y acciones reales es evidente. Si las cosas siguen como hasta ahora, el calentamiento a finales de siglo será de 3,2 °C.
A la hora de analizar el cómo, el informe recoge todo tipo de soluciones que divide entre cambios de hábitos, socioculturales y en el uso de infraestructuras e innovaciones tecnológicas. Señala sin tapujos que es hora de reducir drásticamente el uso de combustibles fósiles. Una afirmación a la que, hasta ahora, se había resistido. Sin embargo, no profundiza en las reformas del sistema para abandonar el crecimiento continuo que sí se dejaron ver en anteriores informes.
Energía: las renovables son el camino
El sector energético es el gran generador de emisiones. Más del 70 % de los gases de efecto invernadero de origen humano tiene que ver con la producción de energía. Abandonar el carbón de forma inmediata (el combustible fósil más contaminante) y apostar sin miedo por las renovables, cuyo coste se ha desplomado en la última década, es el camino. Al menos, en el corto plazo, para lograr que las emisiones no sigan subiendo más allá de 2025.
El informe hace hincapié en la relación entre el coste de las medidas y sus efectos. El precio de la energía solar ha caído un 85 % y el de la eólica ha bajado un 55 % en la última década y sus consecuencias sobre las emisiones son inmediatos. Mientras, otras tecnologías como la nuclear y la captura y el almacenamiento de carbono crecen demasiado despacio y tienden a adoptarse de forma más lenta.
Por último, el informe señala que seguir instalando capacidad de producción energética mediante petróleo, carbón o gas solo acentuará más la dependencia de los fósiles y complicará su abandono en el futuro. Aunque la entrada en juego de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono podría permitir algo más de margen de maniobra, si no queremos superar la barrera de los 1,5 o 2 ºC, una gran parte de las reservas de combustibles fósiles deberá seguir bajo tierra.
Agricultura, ganadería y bosques: más allá del debate de la carne
Los bosques, los humedales y las turberas son nuestro almacenes naturales de CO2. Es la tecnología de captura de carbono que la Tierra lleva millones de años perfeccionando. La restauración y la conservación de estos ecosistemas es clave también en la mitigación del cambio climático. Aunque el informe advierte de que en ningún caso servirá para reemplazar la inacción climática. Además, señala que llenar de árboles aquellas zonas que no eran de bosque (por ejemplo, para compensar la huella de carbono o producir biomasa para biocombustibles) puede tener efectos socioeconómicos y medioambientales negativos.
La agricultura y la ganadería, el origen de nuestros alimentos, son hoy responsables de más del 15 % de las emisiones globales. Es necesario acabar con el desperdicio alimentario y apostar por las técnicas agrícolas que reducen las emisiones de metano y óxido de nitrógeno. Y, además, debemos afrontar de una vez el debate de nuestra dieta. Más allá de olvidarse o no del chuletón, las dietas con mayor proporción de proteínas vegetales y una menor ingesta de alimentos de origen animal y grasas saturadas podrían reducir bastante las emisiones de gases de efecto invernadero.
El transporte y las ciudades: más bicicleta, más electrificación
Buena parte de la descarbonización debe girar en torno a las ciudades, donde hoy vive ya más de la mitad de la población mundial. La mejora de la eficiencia de los edificios, la apuesta por el transporte público, la electrificación, los espacios verdes y la producción local de renovables son algunas de las palancas que pueden impulsar el cambio en las urbes del planeta. Aun así, el informe asume que el transporte es uno de los grandes obstáculos en el camino de la descarbonización.
Los vehículos ligeros a batería (mientras la electricidad tenga origen limpio) y los combustibles alternativos para el transporte pesado (tanto hidrógeno como de origen biológico) son una de las vías de acción para reducir la huella de carbono de la movilidad. Sin embargo, el informe señala también una verdad incuestionable: el coche que menos contamina es el que no se usa. Hacer ciudades más compactas, diseñadas para caminar y moverse en bicicleta, puede reducir las emisiones del transporte urbano en hasta un 25 %.
Más justicia y más financiación
El informe profundiza en muchos otros campos. Las 3000 páginas dan para todo. Analiza, por ejemplo, los desafíos de la descarbonización de la industria (hay sectores que, hoy por hoy, no se pueden electrificar ni depender de renovables) y la importancia de avanzar hacia una economía circular real en la que se reduzca y se optimice la necesidad de materiales. Aunque hay un último tema que merece mención especial y que, a menudo, pasa desapercibido: la redistribución y la necesidad de una transición justa.
Los países desarrollados contribuyen al cambio climático de forma desproporcionada. Lo hacen hoy y lo han hecho durante toda la historia. Son los grandes responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero. Ahora, algunos de ellos forman parte también del selecto club que lidera la transición hacia una economía sin combustibles fósiles. Pero esto no es suficiente. Hace falta más apoyo financiero para que todos los países puedan permitirselo.
Según el informe, la financiación climática debe incrementarse entre un 300 y un 600 % en todo el mundo para alcanzar el pico de emisiones dentro de tres años. Eso significa que los países más ricos deben empezar por asumir sus compromisos financieros con los más pobres. En la última cumbre del clima volvieron a comprometerse a aportar 100 000 millones de dólares anuales para la acción climática de los países desarrollados.
“Los requisitos de inversión para adaptación, reducción de pérdidas y daños, infraestructura, regulaciones y desarrollo, así como para protección social, exacerban aún más la magnitud de los desafíos de los países en desarrollo”, señala el informe. Aun así, “existe suficiente capital y liquidez global para cerrar estas brechas de inversión”. Es decir, tenemos el dinero necesario, solo hay que dirigirlo hacia donde hace falta.
La transición justa, de hecho, no tiene solo que ver con lo que sucede lejos de los países ricos. Tiene que ser prioritaria también dentro de sus fronteras. Si no somos todos responsables de igual forma de las emisiones que han causado el cambio climático, el coste de la transición tampoco puede ser repartido entre todos por igual. Es ahora o nunca. Hay que actuar ya, pero algunos más que otros.
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