Los ciberdelincuentes pueden saber dónde estás. Los robots automatizan cada vez más tareas. Las mafias usan las redes sociales para modificar la política. La inteligencia artificial mejora rápidamente sus capacidades. ¿Te da miedo la tecnología? Normal: eres humano y has evolucionado para temer los cambios, especialmente aquellos que vienen del mal uso de la tecnología.
El mal uso de la tecnología no es nuevo, y el cambio social que implica usarla bien ha generado siempre cierta aversión. Si miramos al pasado, observamos cómo se tuvo miedo a casi todas las innovaciones que nos precedieron. El jabón, las medicinas, las ondas hertzianas, la televisión, los postes eléctricos, el gas para iluminar las ciudades, las vacunas (alguno aún sigue con esto), los telares automatizados, y, ahora, a los vehículos autónomos, al 5G o a los organismos genéticamente modificados.
“¡Cuidado, cambio!”, nos grita el cerebro reptiliano
El cerebro humano se divide, grosso modo, en tres partes relativamente bien diferenciadas. Es el cerebro reptiliano, el más antiguo, el que gestiona y activa el miedo en mayor grado. Es el que te grita desde dentro del cráneo cuando alguien te dice que en el futuro podríamos ser cíborgs a voluntad, incluso aunque ya los haya y hasta se compren sentidos nuevos en el mercado.
El cerebro reptiliano es una parte primitiva de nosotros mismos que se siente cómoda con la cotidianidad. Es la que dice “no” a cualquier innovación de forma visceral. Al menos, hasta que la innovación se demuestra inocua o beneficiosa para la sociedad, en cuyo caso se desactiva y te dice “puedes beber, no hay predadores”.
Ahora mismo las noticias, quizá con un poco de hype, hablan con frecuencia de la inteligencia artificial (IA). Para ser justos, el abaratamiento de la recogida de datos, su almacenamiento y la forma en que estos se procesan han logrado que la IA avance rápidamente.
En algoritmia quizá menos, pero tenemos tanta información que hemos logrado diseñar sistemas expertos orientados a una actividad concreta. Imposible evitar hablar de AlphaGo. Pronto las máquinas oirán, verán y olfatearán mejor que nosotros, y eso puede dar miedo, especialmente si tocamos temas laborales.
¿De dónde surge el miedo al avance tecnológico?
Históricamente, el miedo social ha aparecido en el momento en que un gran número de sectores de actividad se ven tocados por una tecnología. Es decir, cuando esta penetra en la sociedad. En 1835, cuando el ferrocarril se abría paso por el Viejo Continente, la Academia de Medicina de Lyon dijo que “el movimiento de trepidación suscitará enfermedades nerviosas, mientras que la rápida sucesión de imágenes provocará inflamaciones de retina”.
No era cierto. Tampoco era cierto que la radiación del tendido eléctrico estadounidense produjese enfermedades a quienes vivían cerca. Entre 1880 y 1890 se libró “la guerra de las corrientes” entre la alterna y la continua, pero a su vez estas luchaban con el conocido gas.
Unas décadas atrás, se fundaba la Gas Light and Coke Company Londres y se expandía por un mundo reticente. A Frederick Albert Winsor, su dueño, le costó convencer a los ayuntamientos de que el uso del gas para calefacción, cocina e iluminación era más seguro que las velas o la leña. Costaba especialmente cuando aquí y allá los edificios de madera salían ardiendo por alguna fuga.
Una vez aprendimos a usarlo con seguridad y la sociedad hubo superado el miedo al gas corriendo por dentro de los muros, la guerra de las corrientes despertó de nuevo al cerebro reptiliano gracias a una serie de accidentes domésticos, especialmente con corriente alterna. Se tuvo miedo a la electricidad que hoy en día usamos a diario con total naturalidad.
Tenemos que aprender a vivir con la tecnología
Si hablamos del siglo XVIII es por la cantidad de avances que tuvieron lugar en esta época, así como la distancia a nuestro tiempo. Pero desarrollos más cercanos también han despertado el miedo en la población. El Gran Colisionador de Hadrones del CERN iba a destruir el mundo (según algunas fuentes nada fiables) y los niños probeta fueron poco menos que satanizados. Sin embargo, su tecnología ha permitido hitos maravillosos, como los bebés de tres progenitores.
A menudo hemos hablado sobre los límites de la tecnología, especialmente en su vertiente ética. ¿Hay alguna barrera tecnológica que no debamos cruzar? Para los amish de la antigua orden, la respuesta clara es que sí. Este pueblo estadounidense decidió autolimitar su propia tecnología entre los siglos XVIII y XIX, de modo que algunas innovaciones mencionadas arriba quedan fuera de su alcance.
Los amish de la nueva orden (se escindieron hace décadas) argumentan que abrazar la tecnología lentamente es posible, aunque siempre con un margen “prudencial” de algunos siglos. Con respecto al uso de la tecnología, en líneas generales, el hacker Deepak Daswani comenta en su libro ‘La amenaza hacker’:
“Se trata de hallar un equilibrio […] porque abandonar todo esto —la tecnología—, es abandonar la cultura y la sociedad, básicamente”.
En el siglo XXI nuestro miedo a las máquinas podría verse tan “prudente” como hoy la conducta amish, o quizá como un miedo infantil fruto del desconocimiento de la calidad de vida futura. Sin embargo, el miedo a perder el trabajo por la tecnología ya se ha despertado.
¡Queremos trabajo para humanos!
Dice Javier Serrano, autor de ‘Un mundo robot’, que eventualmente habrá que lidiar con el concepto de un sistema laboral automatizado hasta extremos hoy insospechados. El cambio se realizará lentamente y quizá dure décadas, pero parece que ya ha empezado. ¿El problema? Estamos manejando tecnología del tercer milenio con una política social del siglo pasado.
Esto provoca enormes desigualdades sociales entre ricos (que se hacen más ricos) y pobres (que pierden poder adquisitivo). Así lo refleja David Pradales en un artículo titulado “La mitad de los españoles cree que la innovación aumenta la desigualdad”, algo técnicamente cierto.
Dicho esto, aunque es verdad que la diferencia entre el que más y el que menos gana crece con el tiempo, y crece rápido, es importante resaltar algunos puntos importantes. Como que los que estamos más abajo vivimos mejor que las generaciones que nos precedieron. O que la brecha de género disminuye gracias a la innovación tecnológica, por ejemplo.
La calidad de vida de los países “desarrollados” tiene una gran cantidad de métricas asociadas. Para todo el planeta, pero con foco en países “no desarrollados”, tenemos los Objetivos de Desarrollo Sostenible, muchos de los cuales han sido alcanzados antes de tiempo gracias a la tecnología.
¿Pánico al teléfono inteligente?
El smartphone es una herramienta nueva. Lleva con nosotros algo más de una década. Como ya ocurriese en otros periodos históricos, el teléfono móvil está despertando miedos, algunos fundados (como la adicción) y otros no tanto. Como dice Candice Odgers, profesora en psicología y comportamiento social en Follow This (Netflix):
“Es muy fácil culpar a los smartphones. Si pasamos mucho tiempo con una tecnología nueva, se genera un pánico moral. [Pero] no es una droga. Es algo que nos ofrece oportunidades e información. No todo es negativo, aunque se presta más atención a eso.”
No es la primera vez que hablamos de cómo nos podemos volver adictos a una nueva tecnología. Como dice Adam Alter, “mucha gente inteligente se dedica a convertir la tecnología en irresistible”. El mal uso de los teléfonos móviles ha despertado en las ciudades auténticos ejércitos de phonbies.
¿Podemos aprender a usarla bien? ¿Dejaremos de temer sus consecuencias una vez la usemos de forma responsable? Buena parte del miedo al móvil son magufadas, creencias infundadas como que el 5G genera problemas de salud. Pero psicólogos orientados a trastornos conductuales, como Marc Masip, director del Instituto psicológico Desconect@, están levantando la voz con respecto a aquellas consecuencias medidas en sociedad: nos estamos enganchando.
El mercado móvil actual está dividido en dos, Apple y Android. En 2018 ambas plataformas lanzaron dos programas para evitar quedarnos “colgados” de sus aplicaciones. Android lanzó App Timer. Apple hizo lo propio meses más tarde con Screen Time. La idea es ayudar a los usuarios a no engancharse al teléfono móvil y usarlo como una herramienta responsable.
Usar la tecnología de un modo responsable elimina el miedo
¿Recuerdas el cerebro reptiliano? Arriba hemos comentado que para calmarlo necesita seguridad. El gas le daba miedo porque provocaba explosiones, de modo que se subsanaron y hoy lo usamos con frecuencia. La electricidad generaba cortocircuitos e incendios, de modo que protegimos la red eléctrica. La automatización sin políticas sociales genera paro endémico. El mal uso del teléfono móvil, adictos a la información (de baja calidad).
El teléfono móvil es una tecnología nueva “de contacto directo”, y aún estamos aprendiendo a usarla bien. Como dice Charlie Warzel, periodista en BuzzFeed News, “cuanto más responsables seamos a la hora de manejar e interactuar con la tecnología, más seguros podemos estar”, y esto se aplica tanto a un cuchillo de cocina como a la configuración de la red wifi doméstica.
A medida que generamos más seguridad en robótica, el miedo a las máquinas disminuye. La versión posapocalíptica de un Terminator viajando al pasado para matar a Connor se torna cada vez más absurda. El miedo al vehículo autónomo, una de las últimas tecnologías, también. El pánico inicial ha disminuido por lo menos a la mitad, y en un par de años veremos coches sin conductor.
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