En los últimos meses, decenas de antenas de telefonía móvil han ardido en Canadá, Reino Unido y Nueva Zelanda. Quienes les han plantado fuego aseguran que el 5G es la causa de la pandemia.
Al mismo tiempo, la COVID-19 forma parte de un gigantesco complot de la industria farmacéutica, como se señala en ‘Plandemic’, un vídeo que ha recibido ya millones de visitas. Otra industria milmillonaria, la ecologista, está detrás de la invención del cambio climático. Y el propio Darwin conspiró hace casi 200 años para menoscabar la importancia del plan divino que puso al hombre en la Tierra.
Las teorías conspirativas son abundantes y tienen rasgos comunes. Quienes las creen y apoyan son inmunes a la evidencia. Van más allá de un escepticismo sano y buscan respuestas sencillas a eventos complejos, aleatorios y, en ocasiones, incomprensibles con las herramientas de las que disponemos. Buscan una explicación que les reconforte.
“Los seres humanos somos contadores de historias. Pensamos en historias, comunicamos con historias, recordamos historias. Y para las historias necesitamos un significado. A nivel mental, es muy difícil para nosotros digerir los eventos aleatorios”. John Cook, doctor en ciencia cognitiva, investigador y profesor del Centro de Comunicación sobre el Cambio Climático de la Universidad George Mason (Virginia, Estados Unidos), lleva años intentando descifrar la lógica conspiranoica. Acaba de publicar, junto con Stephan Lewandowsky, de la Universidad de Bristol, el manual ‘The Conspiracy Theory Handbook’.
Las conspiraciones existen
Durante años, la agencia de inteligencia de Estados Unidos NSA espió a los usuarios de internet. La industria del tabaco usó su influencia durante décadas para ocultar los riesgos para la salud que suponía fumar. Y las petroleras trataron de hacer pasar por loco a Clair Cameron Patterson, un geoquímico que señaló con insistencia que el plomo de la gasolina era venenoso para las personas y el medioambiente.
“Las conspiraciones existen, son algo real. Es decir, no hay que rechazar cualquier teoría solo porque suene a conspiración”, señala Cook. “Lo que tenemos que aprender es a diferenciar entre las conspiraciones y las conspiranoias. Aprender a ver las señales que deben hacer saltar todas nuestras alarmas”.
El pensamiento racional debería partir del escepticismo, adaptarse a la evidencia y buscar la coherencia. “Si la respuesta ante las evidencias es negación e incredulidad, escepticismo nihilista, estamos probablemente ante un teórico de la conspiración”, añade Cook. Además, el pensamiento conspiranoico no tiene problemas para creer en argumentos contradictorios.
Y las teorías de la conspiración son populares
Las teorías conspirativas no son un invento de nuestro tiempo. Ni siquiera del último siglo. En cierto sentido, están programadas en nuestro cerebro. No estamos preparados para lidiar con la aleatoriedad ni estamos cómodos en la incertidumbre. Preferimos creer que existe un plan, por rocambolesco que sea.
“Las teorías de la conspiración son populares porque nos reconfortan. Cuando un evento aleatorio pone nuestro mundo patas arriba, nos estresamos. Necesitamos creer que hay un orden y un porqué. Incluso un plan diseñado por un ser malvado nos es más fácil de digerir que la aleatoriedad”, explica el doctor en ciencia cognitiva.
Además, existen una serie de factores que cimentan la popularidad de las conspiranoias. Son una herramienta para lidiar con los sentimientos de indefensión y los sucesos que se perciben como amenazas. Son también un instrumento de disrupción política, de oposición aparente al statu quo. Y se benefician en gran medida del poder de las redes sociales.
“Las redes sociales han acelerado su propagación. Por un lado, son herramientas que han hecho posible que cualquier persona pueda llegar a una gran audiencia. Por otro, son plataformas con un modelo negocio muy claro: difundir contenido que genere engagement. La prioridad es la interacción”, añade John Cook. “Así, sus algoritmos acaban priorizando contenido que apela a los sesgos y a la forma de pensar de cada uno. Es decir, contribuyen a que la gente solo acabe escuchando aquello en lo que quiere creer”.
Los siete rasgos del pensamiento conspiranoico
Cultivar el escepticismo es saludable, pero también hay que aprender a mantenerlo bajo control. Huir de los hilos conspirativos de Twitter o de los vídeos negacionistas de YouTube puede ser complicado. “Todos tenemos problemas para ponerle límites al escepticismo y decidir qué creer y qué no. Pero, si te paras a pensar, mucha de la información que nos llega no es creíble”, señala Cook.
Y es que, según ‘The Conspiracy Theory Handbook’, el pensamiento conspiranoico tiene siete rasgos característicos:
- Es contradictorio. Es tan importante desmentir la versión oficial de los hechos que no importa caer en contradicciones.
- Sospecha de todo. La desconfianza irracional es la base de todo, lo que ayuda a poner en duda cualquier tipo de evidencia.
- Las motivaciones siempre son malvadas. No existen teorías de la conspiración impulsadas por buenas intenciones.
- Esquiva la evidencia. A veces, las pruebas son tan evidentes que no hay forma de rechazarlas. En esos casos, lo habitual es esquivarlas sin modificar las conclusiones de la teoría conspirativa. Por ejemplo, pensando “en todo esto hay algo que falla”.
- Abraza el papel de víctima y de héroe. Los complots siempre tienen como víctima a las personas que los defienden. Al mismo tiempo, los conspiranoicos se ven a sí mismos como héroes por destapar el complot.
- La evidencia contraria lo refuerza. Si alguien expone evidencias incuestionables contra la teoría, la conspiranoia sale reforzada incluyendo a ese alguien en el grupo de conspiradores.
- Rechaza parcialmente la aleatoriedad. No es posible que una pandemia se origine por causas naturales aleatorias. Sin embargo, sí es posible que alguien deje escapar por azar un virus de un laboratorio de altísima seguridad.
La vacuna contra la desinformación
“Algunas personas están más cómodas con la existencia de eventos aleatorios y con la incertidumbre que otras. No existe una receta para aprender a lidiar con la aleatoriedad. Pero existen algunas cosas que podemos hacer”. Para John Cook, además, tratar de bloquear tanto las teorías de la conspiración como el resto de fake news en las redes sociales puede ser contraproducente. “Lo vemos todo el tiempo. Cada vez que se retira un contenido de YouTube o de Twitter aumenta su viralidad. Lo que tenemos que lograr es que la audiencia sea más resistente a los mecanismos de persuasión de los teóricos de la conspiración”.
Para ello, lo primero es aprender a centrarnos en los hechos y en las evidencias, siempre que sea posible. Esto es más sencillo cuanto menos recientes sean los eventos que tratamos de entender. No es lo mismo buscar evidencias del cambio climático, que llevan más de medio siglo acumulándose, que entender qué ha pasado esta noche en las protestas en Estados Unidos. “Lo segundo es vacunarnos frente a los sesgos de las teorías de la conspiración. Aprender a identificarlos de forma casi automática”, apunta el investigador.
“Mires donde mires, sin importar la cantidad de evidencias que se acumulen, siempre habrá un porcentaje de negacionistas. En la mayoría de los casos, presentar las evidencias ante estos grupos no les hará cambiar de opinión. Pero para el resto de personas puede funcionar lo que llamamos la teoría de la inoculación. Este modelo sostiene que la mejor manera de evitar que se extiendan las teorías de la conspiración es vacunar a la mayoría de la población contra este tipo de pensamiento”.
Para desarrollar esta vacuna, existen diferentes enfoques. El equipo de Cook trabaja ahora mismo con la gamificación. “Potenciar el pensamiento crítico es más difícil de lo que parece. Estamos psicológicamente programados para responder con reacciones emocionales e intuitivas”, explica el investigador. “Pero la gamificación puede ayudarnos a enseñar a la gente a identificar la desinformación. Los juegos nos ayudan a mantener la motivación y a practicar nuevos hábitos. Y la práctica es clave para cambiar, para transformar una tarea complicada en un automatismo”.
Dentro de esta estrategia de gamificación contra la desinformación están desarrollando el juego ‘Cranky Uncle’. El protagonista del juego encarna lo que aquí llamaríamos coloquialmente un ‘cuñado’. Es decir, alguien que siempre sabe más que los expertos. Mediante este juego, los usuarios interiorizan las claves del pensamiento conspiranoico y negacionista para que no caer en sus redes.
Escepticismo con pensamiento crítico, análisis de la consistencia de las pruebas frente a inmunidad a la evidencia, aceptación de la aleatoriedad y la incertidumbre. En definitiva, la vacuna contra la conspiranoia y la desinformación pasa por aprender a que nuestro propio cerebro no nos juegue malas pasadas. Y, de vez en cuando, salir a respirar fuera de la burbuja de nuestras redes sociales.
Imágenes | Unsplash/Tom Radetzki, Markus Spiske, Capturing the human heart, John Cook