Es muy duro esperar un órgano que no llega nunca. Pasarte las que pueden ser las últimas semanas de tu vida en las últimas posiciones de la lista de receptores, y ver cómo otras personas te adelantan porque son más compatibles con los órganos de los donantes. ¿Hasta dónde llegarías por conseguir un órgano?
Esta angustiosa espera se ha visto reducida gracias al número creciente de donantes que se han dado cuenta de que su cuerpo salva vidas una vez ellos han dejado de usarlo. Personas entre las que podrías estar tú, y sin las cuales la humanidad ha de buscar otros modos de hacer transplantes. Uno de estos modos es el xenotransplante, o el trasplante de órganos de animales.
¿En qué consiste el xenotransplante?
Dice una frase del documental Home (2009) que «la vida es una». Al menos la vida en la Tierra lo es. Cualquier especie existente hoy día en el planeta tiene un antepasado común, y todos somos variaciones muy complejas de muy pocos organismos iniciales existentes hace 4.000 millones de años.
Bajando en el árbol filogenétido de la vida hacia el presente, encontramos la clase de los mamíferos dentro del reino animalia y el dominio de las eucariotas. Cerdos, vacas, delfines, chimpancés y humanos compartimos ancestros comunes que están muy cerca del presente, por lo que pese a las diferencias obvias en nuestros cuerpos somos razonablemente compatibles, y nuestro ADN es prácticamente idéntico.
Un xenotrasplante es el trasplante de órganos y tejidos de animales cercanos en el árbol de la vida (y por tanto compatibles) a los humanos. Corazones, pulmones, riñones, hígados, pero también sangre con anticuerpos o médula ósea, entre otros.
Es un tipo de intervención que todavía no está exenta de problemas médicos, y desde luego no de dilemas éticos. Los xenotrasplantes deberán superar un duro juicio ético por parte de la humanidad, como ya lo hicieron técnicas como las autopsias, los trasplantes normales, la fecundación in vitro o las pruebas con animales en laboratorio. Al menos, si queremos usarlos como fuente de órganos.
Los problemas médicos de los xenotrasplantes
A nivel macroscópico, el xenotrasplante no da problemas. Un riñón humano es igual que el riñón de cualquier otro mamífero salvo en tamaño o forma. Y lo mismo ocurre con otros órganos como pulmones o el corazón. Los tejidos como la sangre o la médula son aún más fáciles de tratar y trasplantar, y no hay diferencia entre hacerlo desde un humano o desde un animal.
Sin embargo, a nivel microscópico los problemas abundan. Empezando por las bacterias e infecciones que pueden surgir de un mal lavado de los órganos. Animales como cobayas, primates o cerdos tienen en su interior bacterias a las que los humanos no somos compatibles, y viceversa.
Es más, los humanos tenemos en nuestro interior bacterias de las que dependemos para que los órganos hagan su trabajo pero que causarían enormes daños si apareciesen en otros lugares del cuerpo. Por ejemplo, determinadas bacterias estomacales en la boca.
Las enfermedades son otro foco de inconvenientes en xenotrasplantes, especialmente cuanto más cercano sea el animal a nosotros. Por ejemplo, tenemos más en común con un primate que con un cerdo, y aunque la compatibilidad sea más alta entre nuestros órganos, el órgano de un cerdo dará menos problemas de transmisión de enfermedades.
Simplemente porque hay enfermedades que tiene un cerdo que no afectan a los humanos, inclusive aunque haya contacto directo. Se buscan animales gnotobiotas, libres de enfermedades transmisibles para el hombre.
El tiempo es otro factor a considerar. Especialmente el tiempo de crianza del animal, que ha de alcanzar la madurez en el momento en el que necesitemos el órgano en cuestión. Aunque en nuestra economía actual hay, por ejemplo, muchos cerdos, casi la totalidad de ellos resultan incompatibles.
Algo similar ocurre con las vacas, sobre las que se piensa que pueden ser diseñadas mediante OGM para que su leche incluya un elemento coagulador de la sangre que necesitan los pacientes hemofílicos. Estas personas tienen un defecto en la coagulación de la sangre y son propensas a las hemorragias (es decir, al desangrado). La manipulación genética está todavía en sus albores, y aun con una tecnología desarrollada, criar una vaca compatible con nuestra sangre probablemente requiera años. Un tiempo que las personas con hemofilia muchas veces no tienen, ya que es frecuente que no lleguen a la madurez.
A esto, como como consecuencia de lo anterior, hay que sumar el rechazo del cuerpo humano hacia el órgano, tejido o fluido trasplantado. Hasta ahora, el xenotrasplante no ha actuado nunca como una solución a largo plazo y sí como una manera de comprar tiempo por parte de los enfermos.
- Por un lado, las limitaciones fisiológicas de los órganos de los animales trasplantados (los animales suelen vivir menos que los humanos) hace que estos órganos fallen con más frecuencia que los nuestros.
- Por otro, nuestro propio cuerpo tiende a atacar los órganos con sus defensas (inmunoglobulinas o anticuerpos), reduciendo aún más esta fecha. Hasta que finalmente nuestro propio cuerpo termina por dejar inservible el órgano.
Los pacientes que a lo largo de los años se han ofrecido voluntarios para investigar los xenotrasplantes saben que cambian una muerte prematura en el presente por una muerte prematura por xenorechazo en el futuro. Xenorechazo de corazón, renal, pulmonar o de cualquier otro tipo, este se produce entre el primer mes de trasplante y un par de años después (en casos excepcionales).
La ética tras los xenotrasplantes
Si dejamos para el final la ética de los xenotrasplantes, no es porque sea menos importante. De hecho, todo lo contrario.
Aunque solucionemos todos los problemas técnicos para los xenotrasplantes, queda patente que no se realizarán fuera de los contados casos de laboratorio hasta que la población general esté de acuerdo con ello. Algo que no tiene visos de ocurrir.
En la actualidad, hay muy pocos partidarios de esta técnica para alargar la vida de las personas, especialmente teniendo en cuenta que apenas sí se consigue alargar, que la calidad de vida prácticamente no mejora y que es necesario sacrificar a un animal (este es el punto fuerte de los detractores) para conseguirlo.
Sin embargo, el hecho de que cada vez vivamos más nos hace propensos a enfermedades que deterioran partes de nuestro cuerpo, por lo que es posible que en un futuro la balanza se incline hacia el xenotrasplante. O, al menos, hacia otro tipo de trasplantes.
Esto último queda en el campo de la especulación, especialmente si tenemos en cuenta que una nueva rama de la ciencia médica de los trasplantes ha surgido a raíz de la impresión de órganos personalizados, de los que la impresión de piel fue el primer gran avance.
Es muy probable que la ciencia tras los xenotrasplantes sea completamente abandonada porque haya una técnica que consideramos mejor (o con menos problemas éticos) y que no tengamos que cruzar la actual barrera ética.
Otra manera de evitar esta frontera ética es la de rodearla animando a la población a donar. En 2015, Francia dio el primer paso para fomentar las donaciones invirtiendo el proceso para hacerse donante. Resulta curioso que, aunque sabemos que donar salva vidas, muchas veces no son las convicciones éticas y personales las que nos frenan, sino la pereza. Sabedor de esto, el país galo anunció el 1 de enero de 2017 que todos sus habitantes son donantes de órganos, a menos que ellos digan lo contrario. En lugar de un Registro Nacional de Donantes ahora tienen un Registro Nacional de Rechazo.
El debate ético está servido, y sin duda dará para muchos años antes de que ningún país tome una decisión a favor o en contra de los xenotrasplantes. En este tipo de decisiones no pueden dejarse de lado las diferentes culturas, las creencias religiosas o las decisiones políticas, valores que sin duda entran en juego a la hora de valorar la ética tras este tipo de operaciones.
Junto a las vidas humanas que sobreviven en una lista de espera, hay que ponderar las vidas animales inocentes que tendremos que tomar para que los xenotrasplantes sean un éxito en un futuro.
Y, al final, habremos de responder a la pregunta «¿En qué medida podemos apropiarnos de la naturaleza?», que curiosamente apenas plantea debate cuando hablamos de animales de granja para alimentación. Es decir, el límite ético parece estar, al menos en lo que respecta a los valores sociales presentes, en el uso de ese animal una vez sacrificado, y no en su utilización per se.
Sin duda, es una cuestión compleja que no se resolverá en años y de la que todos tenemos nuestra opinión. Esta probablemente se vea influida si hemos vivido cerca de una persona terminal o si sentimos un fuerte arraigo por la naturaleza, condicionantes que los gobiernos tendrán que ponderar.
El xenotrasplante probablemente no sea el futuro a largo plazo, pero a medio (entre cinco y diez años) habremos de tomar una decisión como ciudadanos, y solo las generaciones futuras podrán decir si nos equivocamos o no, sea cual sea la decisión que tomemos sobre el xenotrasplante.
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