Las empresas que conforman los llamados GAFA y BATX dominan la esfera digital e influyen en todo. Definen la socialización, conocen mucho sobre nosotros, marcan límites de funcionalidad a otras compañías o trazan el camino para la inteligencia artificial. ¿Cuánto poder tienen estas multinacionales? ¿Quién se lo ha dado? ¿Hay salida a esta hiperconcentración empresarial? ¿Y qué pasa con los impuestos?
Unos nueve gigantes, aproximadamente
En 2018 Amy Webb publicaba ‘The Big Nine’, editado en castellano como ‘Los nueve gigantes’ (2021). En este libro habla del poder de nueve gigantescas empresas tecnológicas y cómo copan el mercado. Por aquel entonces destacaban GMAFIA y BAT, acrónimos para agrupar a las estadounidenses Google, Microsoft, Amazon, Facebook, IBM y Apple; y a las chinas Baidu, Alibaba y Tencent. Aunque el panorama ha cambiado ligeramente.
Según el sector que se analice, GMAFIA ha dado lugar a GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) y BAT ha visto aumentado su número con la X de Xiaomi (BATX). En función de la óptica estudiada, este grupo de empresas está formado por ocho, nueve o diez titanes capaces, entre todos, de conjurar el futuro de la tecnología y definir buena parte de los valores sociales.
¿Cómo han llegado a ser tan grandes estas compañías?
Las GAFA y BATX han seguido dos líneas de desarrollo ligeramente diferentes pero con resultados aparentemente similares. Las primeras se han centrado en el liberalismo estadounidense para crecer de forma agrupada, y en adquisiciones a menudo forzosas que iban concentrando el poder en manos de pocas organizaciones. La estrategia ‘winners take all’ (los ganadores se lo llevan todo) ha consistido en obtener ventajas de haber sido los primeros en arriesgarse.
Google fue la primera empresa en monetizar con éxito las búsquedas, Microsoft en vender software, Amazon en virtualizar las tiendas, etc. A medida que crecían, su estrategia basada en datos seguía la ley de Metcalfe por la que el valor de una red crece en proporción al cuadrado del número de usuarios. Al ser los primeros, las empresas que nacieron después no tuvieron oportunidad.
Al otro lado del mundo, China impulsó sus tecnológicas sellando las fronteras digitales en una maniobra proteccionista que logró que sus empresas no se vieran afectadas por estas leyes. Sin poder acceder a la tecnología de EE. UU., los usuarios chinos se suscribieron a las BAT de la misma forma en que los estadounidenses y europeos lo hicimos a las GAFAM.
Europa no blindó su tecnología, y el resultado es que ahora depende completamente de tecnología estadounidense y, cada vez más, asiática. China, al tiempo, emuló geográfica y artificialmente el crecimiento orgánico de los hubs estadounidenses al construir decenas de ‘San Franciscos’ como Chuangye Dajie (????) o la Avenida de los Emprendedores en Zhongguancun.
Si la concentración estadounidense había sido capaz de colocar a las GAFAM en todo el planeta, China hizo lo mismo con sus BATX, diseminando sobre el mapa centros de alta concentración de empresas tecnológicas como Shenzhen. ¿El resultado? Empresas cuasimonopolísticas e hiperconcentradas.
Pocos gigantes que marcan grandes tendencias mundiales
La concentración se ha demostrado eficiente o, cuando no, al menos eficaz. Ya sea bajo el paradigma estadounidense del “muévete rápido y rompe cosas” que llevó a Google o Facebook a donde están (y que Amy Webb destaca como problema al ser una política que no medita los pasos que dará la tecnología); como bajo el mantra chino “¿Puede copiarse? Debe hacerse?” que destaca Kai-Fu Lee de la estrategia china, las GAFAM/BATX se han puesto a la cabeza del mundo y lo están definiendo sin el permiso de sus gobiernos.
Además, lo han hecho a una velocidad que ha tomado por sorpresa a muchos de estos gobiernos. Muestra de ello han sido las peticiones del Congreso estadounidense de que Facebook declarase frente a ellos tras escándalos como el de Cambridge Analytica; o los tirones de oreja que el Partido Comunista de China da a sus propias tecnológicas debido al enorme poder que acumulan y lo alejadas que están sus estrategias del bienestar de la población.
En líneas generales, estos enormes monopolios implican que las tecnológicas hacen y deshacen al margen de las regulaciones nacionales o internacionales, que a menudo brillan por su ausencia. Las GAFAM/BATX no solo determinan cómo es la tecnología del presente —y por tanto qué se puede o no puede hacer— sino que también marcan el camino para la tecnología que vendrá.
Este apuntalamiento de su futuro al no dejar margen a competidores limita toda competencia y les aporta un poder que a menudo rivaliza con el de los propios estados. De hecho, las leyes antimonopolio estadounidenses o de la Unión Europea apuntan a que algunas de estas compañías deberían dividirse. Mientras tanto, Alphabet (Google), Meta (Facebook) o Alibaba Group siguen creciendo.
¿Qué pasa con los impuestos?
La acumulación de riqueza es una consecuencia de la concentración empresarial y la convergencia tecnológica. Estas grandes compañías cotizan en bolsa y tienen cuentas millonarias. Pero, además, muchas de ellas no tributan en los países a los que dan servicio. El resultado es una fuga de capital que no beneficia a las sociedades en las que operan. Esta política extractivista preocupa a la mayoría de países.
De hecho, en noviembre de este año, los ministros de finanzas del G20 han llegado a un acuerdo para “reasignar parte de los beneficios de las multinacionales a los lugares donde concentran sus ventas” para “sufragar los gastos comunes de los países donde obtienen sus rentas”. Dicho de otro modo: devolver en infraestructuras públicas parte del beneficio que obtienen con el objetivo de no erosionar las bases imponibles de los países en los que operan.
Se espera que esta maniobra suponga un alivio para las arcas de muchos países, entre ellos España, y que además sirva como freno al crecimiento acelerado de muchas de estas empresas. Aunque se descarta que sirva como desincentivo que haga que las GAFAM/BATX abandonen mercados enteros, lo cierto es que abriría un resquicio para la competencia y, quizá, para el desarrollo de tecnología europea. Parece un primer paso para la descentralización tecnológica.
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