¿Cuáles son los grandes desafíos científicos de la próxima década para ampliar las fronteras del conocimiento? La pregunta no tiene respuesta fácil.
De hecho, en su búsqueda el CSIC acaba de publicar cinco libros blancos que recogen, de forma transversal, los retos de construir los cimientos de una sociedad global y sostenible, avanzar en la comprensión de los elementos básicos del universo, el futuro de la humanidad más allá de nuestro planeta, el conocimiento de los sistemas dinámicos de la Tierra y el impacto de las actividades humanas, y las complejidades de la información digital.
Gemma Rius, investigadora del Instituto de Microelectrónica de Barcelona (IMB-CNM-CSIC), ha sido una de las coordinadoras de este último volumen centrado en la digitalización. Bajo el título ‘Digital & complex information’, el libro analiza los entresijos de la revolución digital. “Es un análisis transversal, porque trata de la información digital y compleja como algo ubicuo en nuestra sociedad”, explica Rius.
«La computación cuántica aplicará nuevas soluciones tecnológicas a la gestión de información o la búsqueda de soluciones de problemas complejos que no podemos abordar actualmente»
– En las últimas dos décadas, la tecnología digital ha pasado de ser un sector industrial más a estar presente en todos lados. ¿Hacia dónde avanza la revolución digital?
Las TIC tradicionales han sobrepasado sus fronteras para combinarse con otras cosas. Por ejemplo, con la nanotecnología abordan nuevos tipos de sensores más autónomos y más capaces. Si hablamos de los datos, con las capacidades de recolección [internet de las cosas] y procesamiento, las posibilidades se han multiplicado, aunque también lo ha hecho nuestra vulnerabilidad. La digitalización también ha ido un poco más allá para interaccionar con la política y la ética, como con las posibilidades de voto electrónico o los pasaportes digitales.
A un nivel técnico, tenemos dos grandes retos. Por un lado, los nuevos sistemas de computación construidos sobre otros paradigmas no binarios gracias a la inteligencia artificial. Por otro lado, a más largo plazo, está la computación cuántica, que no sustituirá los ordenadores que tenemos actualmente, pero aplicará nuevas soluciones tecnológicas a la gestión de información o la búsqueda de soluciones de problemas complejos que no podemos abordar actualmente.
– Nombra la nanotecnología, un campo en el que es experta. ¿Hasta qué punto está presente en nuestras vidas?
Hoy ya son factibles aquellas primeras ideas que formuló Richard Feynman sobre el control de la materia a escala nanométrica para sacar partido de sus propiedades especiales. Es decir, hasta cierto punto, controlamos las propiedades de la materia a esas escalas. Pero, de ahí a integrarlo en nuestra vida diaria, en productos disponibles en el mercado, el camino es largo.
Es cierto que existen algunas aplicaciones dentro de las TIC. Por ejemplo, tenemos la tecnología de seis nanómetros de Intel, que hace referencia al tamaño de los chips. Pero son tecnologías en muchos sentidos continuistas, por lo que no hemos notado mucho su impacto. El salto es más grande cuando entran en escena materiales completamente distintos, como los que permiten miniaturizar sensores.
Otro de los cambios paradigmáticos se espera con los nanorrobots y las nanopartículas para usos terapéuticos. Son aplicaciones que están ahí y que iremos viendo en los próximos años. Y otra de las grandes expectativas está puestas en la aplicación del grafeno a las baterías y a materiales tradicionales como el cemento, para hacerlo más resistente. Hoy por hoy, el mayor desafío es compatibilizar las tecnologías nano con las técnicas de producción actuales.
«A nivel europeo, el gran reto es avanzar hacia cierta soberanía tecnológica, sobre todo, por cuestiones de seguridad»
– El libro blanco trata de la competitividad digital de los estados. Según el índice DESI de la Unión Europea, España está en la zona media de la clasificación, con algunos indicadores mejores que otros. ¿Qué hace falta para mejorar?
A nivel nacional, hay que mejorar las infraestructuras en las poblaciones pequeñas, rurales o más aisladas. Además, las habilidades digitales de la población también tienen margen de mejora. Creo que nunca hemos tenido una cultura tecnológica y científica muy arraigada y no es fácil cambiarlo.
A nivel europeo, el gran reto es avanzar hacia cierta soberanía tecnológica, una necesidad que ha quedado todavía más clara con la reciente crisis de los microprocesadores. El objetivo es reindustrializar Europa en el sector de las TIC, sobre todo, por cuestiones de seguridad. Por ejemplo, si la protección de los datos está marcada por componentes que se hacen en otros lugares, es más difícil asegurarla. Buena parte de esta estrategia pasa por la comunicación cuántica.
– El Barcelona Supercomputing Center (BSC) liderará el desarrollo del primer ordenador cuántico del sur de Europa. ¿Qué supondrá este avance?
El procesador cuántico del BSC será una parte importante, pero lo que se busca a nivel europeo va más allá, se busca habilitar una red europea de comunicación cuántica. Es un objetivo difícil, pero se están haciendo avances. Por ejemplo, ahora, a través de los fondos de recuperación se ha puesto en marcha el proyecto Quantum Spain o la iniciativa de la red de telecomunicaciones cuánticas europea [OPENQKD].
– Volviendo sobre la competitividad digital, la revolución tecnología no avanza a la misma velocidad para todos. ¿Qué hace falta para que se sumen a ella los países menos desarrollados y los colectivos más desfavorecidos?
Esta pregunta va más allá de mis capacidades, en realidad. Creo que la respuesta depende de las plataformas de las que hablemos. Por ejemplo, en muchos países africanos ha habido voluntad de llevar la conectividad móvil y se ha logrado. Para reducir las desigualdades, como pasa con el cambio climático, hay que ponerse de acuerdo a nivel político a gran escala y es algo que sabemos que es complicado. Pero las tecnologías para conectarnos estemos donde estemos están disponibles. Las herramientas están ahí.
– A veces no hace falta irse muy lejos. Vemos cómo algunos de nuestros mayores se sienten desplazados por la digitalización.
Lo vemos constantemente. Ahora en muchos lugares piden el certificado COVID para entrar a algunos locales. Es un certificado que se descarga en el móvil que no es accesible para quien no tenga habilidades digitales. En este sentido, es importante el papel de los demás, de la sensibilidad del entorno de estas personas. En Cataluña, por ejemplo, lo que han hecho algunos centros cívicos y ayuntamientos es habilitar puntos para imprimir el certificado en papel.
Durante el confinamiento también lo vimos con la brecha digital de las familias. Muchos niños no podían seguir las clases porque no tenían ordenadores disponibles en sus casas. En ese caso, hubo algunas campañas de recogida y distribución de material informático. De nuevo, vemos cómo la tecnología está ahí, pero desplegarla no siempre es factible.
«Quizá hemos sido un poco descuidados con la implementación del cambio tecnológico. Tenemos herramientas muy buenas y muy potentes, pero que pueden ser usadas para manipular»
– La nueva sociedad digital se enfrenta también a nuevos riesgos. ¿Cuáles son los retos desde el punto de vista de la privacidad de los datos y las personas?
Hay muchos y muy variados. Empezando por los hábitos de las personas que, por ejemplo, usan siempre la misma contraseña para todo o no son conscientes del alcance de lo que comparten en las redes sociales. Lo estamos digitalizando todo, pero no siempre sabemos cómo funcionan las herramientas y a veces perdemos el control de nuestros datos personales. No sabemos dónde están ni quién tiene acceso a ellos.
Quizá hemos sido un poco descuidados con la implementación del cambio tecnológico. Tenemos herramientas muy buenas y muy potentes, pero que pueden ser usadas para manipular o para otros malos usos. Tenemos que ser conscientes de ello.
– A pesar de toda la legislación que hay para proteger nuestra privacidad en Europa, vemos cómo, cada poco, saltan escándalos de plataformas o redes sociales que hacen un mal uso de los datos.
Y eso sin contar todos los ataques que se producen constantemente. Hace poco tuvimos en la Universidad Autónoma de Barcelona un ataque de ransomware que amenazó con que se filtrasen todos los datos de la comunidad educativa, desde los expedientes hasta las transacciones de cada uno de los 20 000 alumnos y todos los profesores. [Como medida de control, hubo que apagar todos los servidores de la universidad y dejar a todo el mundo sin servicio].
– Parece que avanzamos hacia un mundo en el que todo esté conectado, desde la lavadora hasta los medios de transporte. ¿Cuáles son los riesgos de un sistema hiperconectado?
Sucede un poco lo mismo que comentábamos antes con las redes sociales. Cuanto más conectado esté todo, más datos se podrán usar para manipular a las personas. Otro tema también delicado es la dependencia, ¿qué pasa cuando la tecnología falla? Sin GPS no sabemos llegar a ningún sitio. Es importante reflexionar sobre cómo la tecnología cambia nuestros hábitos y sobre si estos cambios son irreversibles.
A nivel transportes, hay mucho debate alrededor de la conducción autónoma, que implica gestionar de forma compleja un gran volumen de datos. Lleva detrás una tecnología de hardware y software que lo controla todo y que en muchos casos debe responder a cuestiones éticas de forma autónoma.
– La reciente crisis de componentes ha vuelto a poner de relevancia la importancia de lograr una electrónica sostenible. ¿Es un objetivo alcanzable?
Hay varias aproximaciones. En los dispositivos de internet de las cosas, por ejemplo, se está trabajando en chips que colectan y gestionan la energía que necesita el sistema. Se está avanzando hacia dispositivos que puedan funcionar de forma autónoma energéticamente. Pero buscar una eficiencia del 100 % es imposible desde el punto de vista de la física.
La otra aproximación es lograr que los dispositivos necesiten menos energía. Aquí entra toda la electrónica basada en diseños y materiales mejorados o incluso en nuevos conceptos, como la fotónica. Podemos hacer analogías con las bombillas: hemos pasado de una tecnología que de entrada gasta mucha energía a otra que elimina la necesidad de resistencias y consume mucho menos. En la electrónica se buscan mejores prestaciones y menor consumo.
«Como consumidores, podemos empezar por no sucumbir a la obsolescencia. No porque haya salido un móvil mejor tenemos por qué cambiar el nuestro»
– Más allá de la sostenibilidad del producto final, también está la de su modelo productivo. ¿Sería posible mantener el avance en el desarrollo tecnológico eliminando la necesidad continua de crecer y producir más?
En este sentido, hay que ir más allá y avanzar hacia modelos circulares. Como consumidores, podemos empezar por no sucumbir a la obsolescencia. No porque haya salido un móvil mejor tenemos por qué cambiar el nuestro. Y, si tenemos que cambiarlo, podemos empezar a valorar la sostenibilidad de los materiales de los dispositivos a la hora de adquirirlos.
Hablando del desarrollo y de la ley de Moore de la tecnología basada en el silicio, se está avanzando hacia chips combinados en volumen para seguir incrementando las prestaciones. Esto implica un mayor consumo de los mismos materiales, por lo que no es muy sostenible. Creo que los ciudadanos tenemos que decidir hasta dónde queremos llegar, hasta dónde queremos que nos lleve el cambio tecnológico.
Al final habrá que encontrar un compromiso entre la política, lo que quieren los ciudadanos y la industria, en la que el cambio de modelo genera unas tensiones evidentes. Como sociedad, nuestro funcionamiento es tan complejo que una decisión concreta implica posicionarse en muchos otros frentes. Esto a veces provoca bloqueos y falta de decisiones, pero hay que intentar llegar a compromisos bajo una serie de objetivos comunes.
Imágenes | Gemma Rius, Unsplash/Timothy Muza, Chris Ried