Hace ya más de 30 años que en Chernóbil no se escucha absolutamente nada. Durante más de 3 décadas el tiempo se ha detenido en un escenario que, de la noche a la mañana, se convirtió en un infierno en la Tierra.
Vladímir Ilich Lenin en la que se desató el desastre, fue abandonada sin que sus habitantes pudieran imaginar que jamás volverían a dormir en sus camas, a pasear por sus parques o a acudir a sus puestos de trabajo.
La ciudad de Prípiat, situada a 3 kilómetros de la central nuclearDesde que la zona fue evacuada, pocos días después de la explosión nuclear, poco o nada ha ocurrido allí. Los niveles de radiación impiden desarrollar una vida normal y tan solo unos cuantos valientes (o inconscientes, según se mire) han sido capaces de volver a aquellas calles ahora desiertas y olvidadas.
Uno de ellos es el fotógrafo canadiense David McMillan que, con su objetivo, ha captado el paso del tiempo en una ciudad de la que ya nadie se acordaba hasta que HBO ha puesto de nuevo el foco sobre ella con su nueva serie.
Registrar el tiempo
McMillan realizó el primer viaje a la zona en el año 1994 y, desde entonces, son muchas las veces que su cámara ha captado el paso del tiempo en un lugar sin vida. Entre las primeras y las últimas instantáneas hay muchas diferencias. Casas, escuelas y hasta un pequeño parque de atracciones abandonado cuya inauguración estaba prevista para el 1 de mayo de 1986, días después del suceso. Los años han ido deteriorando todos y cada uno de los lugares de Prípiat y de la zona de exclusión de Chernóbil sin que nadie haya reparado apenas en esta destrucción progresiva y silenciosa.
Contra todo pronóstico, la naturaleza se ha abierto paso entre la desolación y nos ha demostrado, una vez más, que la vida se abre paso incluso en las circunstancias más adversas. Las imágenes de David McMillan nos muestran una vista áerea de Prípiat captada en el año 1994 y otra en 2011. La diferencia es, como poco, abismal. Nadie sería capaz de afirmar que aquella tierra no es feraz observando su frondosa vegetación.
Tan solo los cuadros de Lenin y otros líderes rusos custodian de alguna manera los rincones de la ciudad de Prípiat. A pesar de que los ojos de los grandes hermanos del comunismo parecen anclados en el pasado, vigilantes e imponentes, los años también han hecho mella en ellos. Casi de forma poética han perdido su color, del mismo modo que una de las zonas más prósperas y modernas de la antigua URSS lo perdió de la noche a la mañana.
El paso del tiempo no perdona y, tal y como escribe McMillan en su página web, «en algunos casos, los cambios habían transformado un lugar tan sustancialmente que no lo reconocí como un lugar que había fotografiado anteriormente. Los edificios se están desmoronando y la vegetación está proliferando. En un momento dado, la distinción entre el interior y el exterior será borrada, devolviendo a la ciudad conocida como Pripyat a un paisaje natural con sólo vestigios de las vidas que había albergado en su día».
Peligrosa calma en chernóbil
Cuando David McMillan inició sus viajes a esta zona de exclusión, allá por mediados de los 90, tomaba una gran cantidad de precauciones para no exponer su cuerpo de forma inconsciente a la radiación. Pasaba muy poco tiempo realizando las fotografías y se acompañaba siempre de expertos que le ayudasen a medir, sin demasiado éxito, el nivel de radiación de la zona. Esta amenaza invisible se puede intuir en unas instantáneas que nos muestran una calma tensa, una mezcla de inquietud, tranquilidad y desolación.
Durante sus primeros viajes, la paz solo se veía perturbada por la presencia de viejos habitantes de la zona que, movidos por la nostalgia o la tristeza, habían decidido regresar al que un día fue su hogar. Padres y madres de familia que se resistían a abandonar para siempre una tierra de la que jamás pensaron que saldrían. McMillan se topó con varios de ellos pero resalta especialmente la figura de un soldado soviético que, una vez derribado el telón de acero, decidió regresar a «la zona cero» junto a su padre. Ambos llevan una vida tranquila, dedicados a la apicultura y a beber vodka.
selfis en un paisaje apocalíptico
El paso del tiempo ha despertado la curiosidad de artistas y, también, de turistas. Actualmente, se pueden encontrar viajes organizados a la zona que permiten, a todo aquel que lo desee, revivir este terrible suceso del pasado y tomarse un selfi para compartir en Instagram. Qué contraste entre la frivolidad de las redes sociales y el drama humano que se vivió en ese lugar.
Con los permisos adecuados y firmando un contrato que exime a la administración ucraniana de toda responsabilidad ante los posibles problemas de salud que puedan afectar a los visitantes, es posible pasear por las abandonadas calles de Prípiat y retratarse frente al reactor 4. No acudir a la visita en pantalón corto y no permanecer más de 10 minutos frente al lugar en el que se originó el desastre son algunas de las normas que deben cumplir los turistas.
Según datos proporcionados por el ministro de Ecología y Recursos Naturales de Ucrania, Ostap Semerak, Chernóbil ha multiplicado considerablemente la cifra de turistas en los últimos años. En el año 2015 se rondaban las 8.000 visitas anuales mientras que, a día de hoy, cerca de 70.000 turistas visitan cada año el epicentro del mayor desastre nuclear de la historia, convertido para muchos, en una especie de parque de atracciones radiactivo.
¿Qué ocurrió en chernóbil?
La vida en Chernóbil y sus alrededores acabó el 26 de abril de 1986. La que aparentaba ser una jornada normal, en la que se llevarían a cabo unas pruebas, terminó como el mayor desastre nuclear de la historia.
Los trabajadores de la central Vladímir Ilich Lenin tenían la intención de probar si se podía enfriar el núcleo en caso de pérdida del suministro eléctrico. Durante la prueba, el equipó no aplicó los protocolos de seguridad y aumentó de forma descontrolada la potencia del reactor. A pesar de los intentos de apagarlo, otro aumento de potencia provocó una reacción en cadena de explosiones en su interior.
A la 1:24, hora local, tuvieron lugar varias detonaciones en el reactor 4 de la central nuclear. El hidrógeno, en combinación con el vapor radiactivo que se generó durante el experimento, arrancó la pesada tapa del reactor (1.200 toneladas) y dejó al descubierto una densa nube tóxica que expulsaba gases radiactivos a la atmósfera. La cantidad de dióxido de uranio, carburo de boro, óxido de europio, erbio, aleaciones de zirconio y grafito expulsados fue unas 500 veces mayor que la cantidad de materiales nucleares liberados por la bomba atómica arrojada en Hiroshima en el año 1945.
A pesar de la rápida actuación de bomberos, que con distintos materiales intentaron contener la catástrofe, la nube tóxica se expandió de forma descontrolada gracias al viento. Llegó a detectarse en una central nuclear de Suecia donde, tras realizar unas mediciones, se registraron niveles de radiación mayores a los habituales. Gracias a este descubrimiento, el gobierno soviético no tuvo escapatoria y, a pesar de sus esfuerzos, no le fue posible continuar negando el desastre.
En cuanto al número de víctimas, las cifras han ido variando a lo largo de los años. Según informes oficiales, 31 personas fallecieron inmediatamente después del accidente, 29 de ellas fueron bomberos que trataban de apagar el fuego originado tras la explosión. Después de esto, no existe consenso real en torno al número de víctimas posteriores. Según las cifras recogidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un informe publicado 20 años después de la explosión, Chernóbil causó unas 4.000 víctimas directas y más de 600.000 que podrían desarrollar afectaciones a lo largo de su vida. Entre ellas, cabe resaltar los cánceres que afectan, especialmente, al tiroides, a la boca, la garganta, el esófago, el estómago y el aparato gastrointestinal y los problemas en el aparato respiratorio.
Más tarde, la OMS elevaría el número de fallecidos a 9.000, teniendo en cuenta también a aquellas personas que estuvieron expuestas a niveles de radiación más bajos. Por su parte, Greenpeace elaboró un informe cuya conclusión alcanzaba las 200.000 víctimas, 60.000 de ellas en Rusia y 140.000 en Ucrania y Bielorrusia. Como vemos, resulta muy complicado esclarecer el número exacto de personas que perecieron a causa del desastre nuclear.
Según el informe Chernobyl’s Legacy: Health, Enviromental and Socio-Economic Impacts, realizado por el Organismo Internacional de la Energía Atómica (IAEA) y otros organismos de Naciones Unidas, «resulta casi imposible afirmar con fiabilidad y precisión el número de cánceres fatales causados por la exposición debida al accidente de Chernóbil, o incluso el impacto sobre el estrés y la ansiedad inducida por el accidente o la respuesta a este».
Actualmente el reactor 4, lugar en el que tuvo lugar la explosión, se encuentra cubierto por un sarcófago de hormigón y metal que se construyó meses después de la catástrofe y se reforzó en el año 2016, ante el deterioro de la estructura inicial. La intención de dicha estructura es la de evitar más emisiones de material radiactivo a la atmósfera.
La gran apuesta de HBO
HBO ha vuelto a poner el foco en Chernóbil gracias a su nueva miniserie, bautizada con el mismo nombre. Tras su estreno el pasado 6 de mayo, se ha convertido en la ficción mejor valorada de la historia en la plataforma IMDb. Los votos de los espectadores han otorgado a esta producción una valoración de 9,7 sobre 10 así que, y contra todo pronóstico, Chernobyl ha superado a algunas de las mejores series de la historia, Breaking Bad entre ellas.
Después de desbancar a su más próximo competidor, Juego de Tronos, los espectadores de medio mundo han reflexionado acerca de un desastre nuclear que, 30 años después, sigue muy vivo. La fidelidad con la que HBO trata el tema resulta pasmosa, respetando no solo los acontecimientos sino también los tiempos. Lo mismo ocurre con la existencia de los personajes y sus historias personales, en parte gracias a la inspiración que ha encontrado la serie en el libro Voces de Chernóbil, de la ganadora del Nobel Svetlana Alexievich. Esta obra, traducida a más de 20 idiomas, recoge testimonios de algunos de los supervivientes de la catástrofe.
En consecuencia, uno de los aspectos más llamativos y alabados por la crítica y el público es el enorme trabajo de documentación que se esconde detrás de estos 5 capítulos. Gran parte de la grabación se desarrolló en una central nuclear de claras similitudes con la de Chernóbil, situada en Lituania. Una extraordinaria localización que permite a la ficción transmitir un enorme realismo casi impensable en el inicio del proyecto.
La cultura de la desinformación es uno de los marcos mejor retratados en Chernobyl. El enorme aparato político y mediático de la Unión Soviética se empeñó en negar el desastre y en minimizar la importancia de sus fatales consecuencias, a pesar de las advertencias de los expertos en la materia. El irresponsable gobierno de Gorvachov no quiso ensuciar la imagen del país hasta que se impuso el peso de los hechos.
“¿Cuánto cuestan las mentiras? No es que vayamos a confundirlas con verdades. El peligro es oír tantas que ya no reconozcamos la verdad. ¿Qué hacemos entonces? ¿Queda algo que no sea abandonar la esperanza y contentarnos con cuentos? En esos cuentos, da igual quiénes sean los héroes. Queremos saber de quién es la culpa». Así comienza Chernobyl, un viaje al pasado que nos hace reflexionar sobre el presente.