Son muchos los enigmas asociados a la COVID-19 y uno de ellos es saber por qué, en los niños y niñas infectados por el SARS-CoV-2, la enfermedad se desarrolla, en los raros casos en que lo hace, de forma más leve que en adultos.
En uno de los mayores estudios sobre este asunto, realizado en China entre 2.000 niños probablemente contagiados, se mostró que solo el 0,6% de ellos había desarrollado síntomas graves. Ya en nuestras fronteras, el primer trabajo de este tipo en España, publicado en la prestigiosa revista de la Asociación Médica de EE UU, confirmaba las conclusiones del estudio chino.
Esta diferente prevalencia de la enfermedad entre niños y adultos llevó a que, científicos de la Universidad de Harvard (EE.UU.), incluso propusieran infectar a 100 jóvenes sanos para acelerar la obtención de la vacuna contra el coronavirus. Esta propuesta ha sido rechazada tajantemente por Luis Enjuanes, director del laboratorio de coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología. «No se nos pasaría por la cabeza utilizar a niños pequeños como conejillo de indias, aunque sabemos que, en general, estos virus no producen una enfermedad relevante en ellos”, señala.
Sabemos, pues, que la COVID-19 en niños es leve y rara vez produce complicaciones. ¿Pero por qué?
Tal como señala en un reportaje publicado en SINC Jesús Méndez, periodista científico, ex investigador del cáncer y médico de formación, “una de las explicaciones más extendidas es que su sistema inmunitario es más fuerte que el de los ancianos. Sin embargo, se podría decir que es lo contrario”.
Así lo cree José Hernández-Rodríguez, médico internista y responsable de la Unidad Clínica de Enfermedades Autoinflamatorias en el Hospital Clínic de Barcelona, quien afirma que “es la inmadurez de sus defensas lo que probablemente hace que tengan una mejor respuesta”.
covid-19 en niños: la inmadurez protege
Cuando el organismo recibe al virus, se ponen en marcha dos sistemas de defensa. Uno, el más rápido, es la inmunidad innata, que reconoce patrones comunes en muchos microorganismos. Otro es la inmunidad adaptativa, que incluye a los famosos linfocitos, y que se dirige a partes mucho más específicas del visitante. Ambos sistemas se hablan y orquestan la respuesta.
Con el nuevo coronavirus sucede algo curioso: por alguna razón aún no bien conocida, en algunos pacientes, los más graves, el virus irrita a las defensas hasta desatar una tormenta citoquínica o inflamatoria, como si la amenaza fuera mayor de lo que realmente es.
Esa tormenta provoca lo que los especialistas llaman coloquialmente un pulmón líquido, y es lo que en la gran mayoría de los casos está provocando la muerte. Eso no sucede en los niños, cuyo sistema es incapaz aún de generar una respuesta de tal envergadura. Su aparente debilidad parece ser la que los protege.
maquinaria inflamatoria
Otra razón de la mejor respuesta de los niños frente al coronavirus tiene que ver con un proceso llamado de inmunosenescencia que se desencadena en nuestras defensas con la edad. Este proceso causa un modo de alerta permanente y excesiva, como si las defensas estuviesen irritadas, lo que contribuye a que con la edad haya más enfermedades autoinmunes. Parece que tiene que ver con el estado de la maquinaria inmunitaria. «Los mayores tienen una maquinaria más inflamatoria”, explica Manel Juan, jefe del Servicio de Inmunología del Hospital Clínic de Barcelona.
Además, “la comunicación entre la inmunidad innata y la adaptativa funciona de manera distinta con la edad”, añade, lo que dificulta frenar a tiempo la respuesta, “y eso aumenta la probabilidad de que tenga lugar la reacción final”. Una reacción que algunos han descrito como “una alarma de humo que nunca se apaga”.
En los niños ese proceso no tiene lugar, pero sus sistemas son suficientes para frenar el avance del virus. Su inmadurez es una ventaja frente a un microorganismo nuevo. “Son más capaces de fabricar anticuerpos de distintos tipos que pueden bloquear al virus”, razona Hernández. “Tienen todas las opciones de respuesta abiertas”, corrobora Juan.
autobiografía infecciosa
Con el paso del tiempo, las defensas se especializan en atacar a los microorganismos ya conocidos, lo que les ayuda con los que resultan parecidos. Y, como en una autobiografía infecciosa, “las infecciones pasadas pueden influir en el riesgo de desarrollar la tormenta inflamatoria, modulando la respuesta y exagerándola”, asegura Manel Juan. En cambio, los niños tienen menos experiencia, y el abanico de linfocitos capaces de reconocer amenazas nuevas es mayor y más adaptable. “Son más plásticos”, añade Hernández.
Eso sí, la inmadurez ayuda a los niños con este coronavirus, pero no con otras infecciones menos originales. En el caso de la gripe, son tanto los ancianos como los niños de menos de cinco años los más afectados. Y en la gripe española de 1918 se añadió el grupo de los 20 a los 40 años como franja de riesgo.
Son muchos los misterios relacionados con el nuevo coronavirus aún por descifrar. “De momento, seguimos moviéndonos con incertidumbre. También es cierto que, si apareciera rápido una solución radical, apenas nos haríamos estas preguntas. Y lo más probable es que, en no mucho tiempo, nos sorprenda recordar todo lo que ahora mismo desconocemos», concluye Jesús Méndez.