La expresión “estar en las nubes” tiene connotaciones tan variopintas como la de estar desconectados de la realidad, cuando no la de ser despistados o permanecer ajenos a lo que pasa a nuestro alrededor. Esas “nubes”, sin embargo, son muy diferentes a la nueva nube tecnológica (o “cloud”), de la que ya se habla de forma habitual en círculos cada vez más cotidianos. Esta nube se asocia con aspectos como la conexión permanente y ubicua, a través de Internet, de dispositivos, personas, servicios o cosas, alejados de la idea de aislamiento de ese «estar en las nubes» coloquial. A cambio, nos quedamos con una idea un tanto enigmática sobre su auténtica dimensión. Entendemos la idea pero muchas veces somos incapaces de visualizarla en escenarios reales.
En realidad, la nube de la tecnología, lejos de ser una entidad misteriosa o intangible, no se diferencia mucho de los ordenadores y discos duros que podamos tener en casa, pero a una escala muchísimo mayor tanto en rendimiento como en capacidad de almacenamiento o velocidad de las conexiones. Y, además, estos ordenadores y sistemas de almacenamiento y comunicaciones están configurados de un modo tal que podemos acceder a ellos, no mediante un sistema operativo, sino a través de aplicaciones y servicios de pago o gratuitos, para usarlos como si fueran un disco para almacenar archivos, fotos o vídeos, o incluso para manejar recursos tan populares como el correo electrónico, la banca online, juegos, suites ofimáticas o editores de fotos.
La nube, gracias al rendimiento combinado de miles de ordenadores, es capaz de realizar tareas sumamente complejas que serían imposibles de abordar desde dispositivos como las tabletas o los smartphones. Por ejemplo, las aplicaciones que reconocen la voz en el móvil, como Siri o Cortana, no lo hacen realmente en el móvil, la tableta o ni siquiera el PC. Por el contrario, envían el audio digitalizado a los servidores en la nube y allí se procesa para convertirlo en secuencias de órdenes y comandos que se envían de vuelta al terminal.
La nube como atajo
Imagina el siguiente escenario: un disco duro con todos tus documentos instalado en un ordenador de casa. Si estuvieras fuera de tu domicilio, para acceder a esos documentos, tendrías que «pegarte» con varias elementos tecnológicos: por un lado, configurar tu router doméstico para permitir conexiones entrantes. También es necesario configurar el ordenador o el móvil para acceder a esos documentos en el disco duro de tu casa. Y estas operaciones no son fáciles. Sin embargo, usando la nube como medio de almacenamiento a través de Dropbox, Google Drive o OneDrive (por ejemplo), podemos acceder a los archivos desde cualquier lugar de un modo fácil e intuitivo mediante una app o desde un navegador, y sin necesidad de configurar prácticamente nada salvo un usuario y contraseña de acceso.
Otra forma de ver la nube como atajo es a partir de los objetos inteligentes o conectados. Por ejemplo, empiezan a venderse enchufes smart, que permiten activar y desactivar los aparatos que se alimenten a través de ellos usando una app en el móvil, la tableta o a través de una página web. Estos enchufes se configuran para que se conecten a la red WiFi de casa, y a partir de ese momento se registran en la nube de la empresa que los comercializa. A partir de ese momento, estemos en casa, o a 5.000 Km, las operaciones de control y monitorización del enchufe se realizan a través de la aplicación “cloud” correspondiente. De nuevo, no hay que «pegarse» con configuraciones complejas ni con quebraderos de cabeza. Con la nube e Internet deja de tener sentido hablar de distancias: sea a 10 metros, o a 10.000 Km, el control de “las cosas” conectadas se hace de la misma forma: a través de la pantalla de nuestro móvil, tableta, portátil o PC.
Del Internet de las Personas al Internet de las Cosas
La interacción con la nube ha sido tradicionalmente entre las personas por un lado y aplicaciones y servicios por otro. Pero, como hemos visto, la nube empieza a ser idónea para la interacción con “cosas”, además de con las personas. Y de ahí viene el llamado IoT, Internet of Things o Internet de las Cosas.
En la práctica, las “cosas” y “la nube” hablan a través de Internet de un modo sencillo: cuando pulsamos un botón en la pantalla de una app para, por ejemplo, activar un enchufe “smart” o conectado, mandamos esa orden al servidor cloud en la nube. Allí, se comprueba que el enchufe (identificado de forma unívoca en Internet) está conectado, y se envía la orden de activación codificada a través de Internet. Al llegar al enchufe, esa orden se convierte en una operación electrónica que abre o cierra un circuito físico.
A partir de este concepto, empiezan a aparecer compañías que se dedican a ofrecer una plataforma en la nube para el IoT, de modo que investigadores, emprendedores o empresas puedan diseñar “cosas” conectadas sin preocuparse de cómo montar la infraestructura de conectividad cloud, e incluso sin preocuparse de cómo configurarla más allá de unos procedimientos básicos.
Una de ellas es Carriots, que ofrece su plataforma de conectividad en la nube como un servicio (PaaS o Platform as a Service). En este modelo, cualquier empresa que tenga una idea de negocio para el Internet de las Cosas puede contratar esta plataforma de modo que sólo necesita dar de alta en la misma sus dispositivos conectados y desarrollar una aplicación o un servicio web para interactuar con ellos. El diseño de estas apps o servicios web también es muy sencillo gracias a que Carriots también ofrece a sus clientes APIs y documentación que simplifican a los desarrolladores el trabajo de programación.
Recién elegida para formar parte del programa de innovación abierta y emprendimiento digital Orange Fab, Carriots se fundó en el año 2011 como un spin-off de la empresa Wairbut dedicada al M2M (Machine to Machine), que es el precedente tecnológico del IoT, con el objetivo de construir una plataforma en la nube para el Internet de las Cosas, y abrir las puertas de esta tecnología a empresas que no pueden o no desean desarrollar una solución de conectividad propia para la interconexión de los sensores, las máquinas o los objetos de su negocio IoT.
En esta dirección no solo se mueve Carriots. La nube como plataforma para facilitar la interoperabilidad y conexión de las «cosas” del Internet de las Cosas es una tendencia que también están adoptado compañías como Microsoft en Azure o Amazon en Amazon Web Services (AWS).
Hay mucho camino por recorrer, pero los progresos en este campo son rápidos y se hacen visibles de cara a la gente de la calle en todos los ámbitos. Desde la comercialización de dispositivos “smart” como luces que podemos encender y apagar desde el móvil, enchufes controlables mediante apps, cámaras de vídeo que podemos monitorizar en la pantalla de la tableta o el ordenador, o incluso a través de servicios de atención al cliente donde “milagrosamente” configuran, encienden, apagan o reinician nuestro descodificador de televisión o el router de banda ancha.
Carriot va más allá de los clientes domésticos, y tiene su enfoque en campos de aplicación más ambiciosos como el de las Ciudades Inteligentes, la automatización industrial, la logística, la agricultura, la gestión de infraestructuras o los servicios financieros, pero en última instancia, la nube y el IoT llegan a los usuarios a través de los servicios y las aplicaciones que aparecen por doquier a través de proveedores de servicios que empiezan a crear un ecosistema donde la combinación de la nube con el Internet de las Cosas hace que casi todo empiece a ser posible. Y lo que queda.