Lorenzo Silva es uno de los grandes de la literatura española. Ganador de dos de los premios más prestigiosos de nuestras letras –el Nadal y el Planeta-, cada uno de sus nuevos libros es esperado con expectación por miles de lectores. Las aventuras de Bevilacqua y Chamorro, la pareja de guardias civiles que protagoniza la serie de novelas que empezó con “El lejano país de los estanques”, forma parte ya de la historia de nuestras letras y, más importante aún, de la historia íntima de muchos aficionados a las buenas historias policiacas.
Abogado y de Carabanchel, Guardia Civil Honorario, Silva se distingue, además, por ser un usuario muy activo de Twitter, donde ha protagonizado más de un agrio debate relacionado con la piratería que tanto daño ha causado al sector editorial.
En esta entrevista, nos habla de su último libro, del oficio de escritor, de Afganistán, de redes sociales, de respeto a la cultura y a los profesionales que la hacen posible e, incluso, nos hace alguna recomendación literaria.
En los trabajos preparatorios de tu última novela, “Donde los escorpiones”, viajaste a Afganistán y esto es algo que sorprende en estos tiempos en los que parece que el planeta entero limita con los bordes de la pantalla de nuestro smartphone. ¿No era más fácil utilizar Google?¿Era un viaje necesario o también tenía algo de gesto de rebeldía frente a cierta literatura y periodismo que pontifica sobre el mundo desde un sillón de orejeras?
Podría haber utilizado Google, sí, y los libros que existen sobre el tema y los testimonios que sin moverse de aquí se pueden recabar de quienes han estado allí. De hecho, utilicé todo eso, y me sorprendió, por ejemplo, lo bien que se ve la base de Herat en las imágenes de satélite de Google Earth (hay que saber dónde está, pero es increíble, se ve hasta el mismísimo barracón donde me alojé).
Sin embargo, yo aspiraba a algo más que tener la información básica para no perderme o aparentar saber. Necesitaba conocer de primera mano las sensaciones, compartir aunque fuera en una mínima medida y por poco tiempo la suerte, los días y las condiciones de quienes vivían aquello. Como decía Proust, la impresión es la única sustancia de nuestra vida y también de la literatura. Y tiene que pasar por tus poros; si es que quieres, como aconsejaba Stendhal, poder dar esos detalles donde está la verdad. Quizá sí, quizá haya cierta rebeldía decimonónica contra lo virtual en el hecho de irse a comer polvo y a sudar bajo el casco. Pero a mí me sirvió para creerme lo que iba a contar. No habría podido hacerlo de otro modo.
«En las circunstancias más adversas hay quien se las arregla para conseguir aportar algo a sus semejantes»
¿Qué te aportó la experiencia sobre el terreno, tanto en el terreno personal como en tu trabajo de documentación?
Para la novela fue vital, ya te digo: creo que sin esa experiencia no existiría, no habría sabido qué contar, fuera de tres o cuatro vaguedades y lugares comunes que no eran lo que en este caso podía justificar el empeño. En lo personal, me enseñó mucho, quizá como pocos otros viajes que haya hecho. Diría que me sirvió para entender mejor a mis semejantes y el mundo en que vivo, no siempre en un sentido positivo; de hecho es un conocimiento impregnado de una frecuente amargura. Pero también de cierta esperanza, por ver cómo en las circunstancias más adversas hay quien se las arregla para conseguir aportar algo a sus semejantes.
Viajar, documentarse, encerrarse en una habitación con la esperanza de escribir algo de interés, sacrificios personales, etc. Me imagino que has dedicado mucho tiempo y esfuerzo a este libro, ¿qué sentiste al ver el archivo colgado en la red poco después de su lanzamiento?
Ya casi no siento nada. Sé que vivo en un país que no respeta mi trabajo ni lo que representa. Procuro ignorar a las personas sin escrúpulos que se lo apropian, sin que el gobierno al que pago mis impuestos haga ni vaya a hacer nada por impedirlo, y centrarme en aquellas que pudiendo apropiárselo conservan la decencia de seguir retribuyendo mi esfuerzo, y que por fortuna también existen.
Eres un autor que ha apostado siempre por crear cierta “comunidad” alrededor de su obra en las redes, ¿es sólo una forma de promoción y fidelización aprovechando el entorno digital o hay algo más?
Empecé en el 2000 con una web y una dirección pública de correo electrónico. Una rudimentaria red social, que me ha prestado grandes servicios. He recibido más de 100.000 mensajes en esa dirección, he respondido muchos de ellos, y en ese intercambio se ha creado un vínculo con muchos lectores, que en algún caso hasta me han dado argumentos e ideas para mis libros o, ya en el extremo, han coescrito alguno conmigo (el caso de Luis Miguel Francisco, con quien entré en contacto a través de esa vía, y con el que acabé haciendo un libro sobre Irak).
No buscaba nada demasiado premeditado, más allá de establecer un canal de relación con los lectores, sin intermediarios y recíprocamente enriquecedor (como ha demostrado la experiencia). Pero eso fue, en efecto, el embrión de una comunidad que luego ha pasado a las redes sociales propiamente dichas (sobre todo, Twitter; Facebook me parece demasiado rígido y prolijo) y que me ha proporcionado un bendito amortiguador para esta crisis devastadora que ha sacudido al mundo editorial.
Quien te tiene afecto, quien te considera de “los suyos”, no sólo es un fiel lector de lo que haces, sino que le da apuro, si puede, dejar de recompensarte por ello.
«Twitter se ha convertido en una forma eficiente de atender a mis lectores»
¿Qué has aprendido hasta ahora de tu inmersión en las redes? ¿Ha supuesto algún coste personal o profesional? ¿Consideras que tu discurso en internet y tu presencia en Twitter puede haber contribuido a que algún potencial lector, ante la posibilidad de descargarse de internet tu último libro de forma gratuita, haya decidido finalmente pasar por la librería?
Las redes requieren tiempo, distraen si no las controlas, y dan ocasión a que gente que no tiene nada mejor que hacer te ataque y si no eres muy frío te haga gastar energías en balde. Pero todos esos riesgos se pueden conjurar y convertir en ventajas: para mí, por ejemplo, Twitter se ha convertido en una forma muy eficiente y ágil de atender a mis lectores, porque un mensaje corto siempre puedes ponerlo, en cambio no siempre tienes tiempo para responder todo lo que te entra por el email.
Y a quien me ataca siempre le doy una oportunidad: muchas veces comprendo en seguida que he de bloquearle, pero otras se establece un diálogo y sí, hasta es posible que alguien que empezó mirándote y tratándote con hostilidad recapacite y llegue a considerar que tal vez te asista algo de razón. Alguno me ha dicho que sí, que tras leer mis argumentos en las redes ha entendido que apropiarse del libro de otro es un acto ilegítimo y esencialmente dañino, para las personas cuyo trabajo menosprecias (no sólo el autor), para el conjunto de los lectores y para la oferta de libros de calidad que pueden tener a su disposición.
«Buena parte de la popularidad del ebook se debe a la piratería»
En mi caso, me confieso incapaz de leer un libro que requiera un mínimo de concentración en otro soporte que no sea papel, ¿crees que el ebook se ha popularizado por la comodidad de almacenamiento y lectura o porque facilita la creación una biblioteca mediante las descargas en internet?
Yo leo bastante en ebook cuando viajo, o textos que necesito leer por trabajo, por esa capacidad mayor de almacenamiento. Pero no me cabe duda de que en España buena parte de la popularidad del ebook se debe a esa piratería tan impune, y tan asimilada como algo normal y socialmente aceptable, que uno llega a pensar que está incluso auspiciada por las autoridades; que sí, que de vez en cuando hacen como que legislan, pero todo se traduce en leyes tan inoperantes y mecanismos de aplicación tan impotentes que el grueso de los archivos que almacenan nuestros Kindles, iPads y demás artilugios son birlados. No lo digo por intuición, me lo han confirmado varios informáticos que se dedican a repararlos.
¿Qué más puedes hacer para convencer al alguien de que la cultura tiene valor y de que, o se pone precio a dicho valor, o se corre el riesgo de que la cultura deje de existir o sea de calidad “low cost”?
Honestamente, ya me he cansado de repetir lo evidente. Quien no cuida lo que quiere, lo pierde, en todos los órdenes de la vida. Las librerías españolas ya han perdido diversidad. Ya hay muchos libros relevantes que no se traducen, porque el editor sabe que la cuota de piratería que ha de descontar le impedirá pagar al traductor.
Por no hablar de la obra de autores en español que queda confinada en circuitos minoritarios o invisibles, autores que por otra parte reciben una retribución cero por su trabajo y han de echar mano de entusiasmo y no pueden trabajar sus obras en condiciones.
Yo cada vez leo más en francés, inglés y alemán libros que no tengo disponibles en castellano. Y me alegro infinitamente de las horas que dediqué a estudiar esas lenguas. Pero no me parece que el aprendizaje de idiomas esté tan extendido entre nosotros. Allá cada cual. Al final, también pasa en todos los órdenes de la vida, tendremos lo que nos hayamos ganado.
«Bevilacqua y Chamorro me sirven para reflejar la realidad española»
Volviendo a tu libro, ¿veremos a Bevilacqua y Chamorro viajar de nuevo al extranjero en sus próximas aventuras? Quizás te estés planteando cambiar de paisajes para explicar el mundo a través de los ojos de tus personajes…
Esencialmente, Bevilacqua y Chamorro me sirven para reflejar la realidad española contemporánea, de la que por cierto forma parte Afganistán, y de ahí ese viaje. Pero han hecho algún otro viaje fuera de España y seguramente habrá más.
Por último, recomiéndanos tres libros para llevarnos este verano a la playa que puedan acompañar bien–“maridar” que dirían los cocineros de relumbrón- al tuyo.
Pues mira, me pondré afgano y recomendaré tres con esa temática:
- Uno recién traducido, de la reciente (y extraordinaria) Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich: Los muchachos de zinc, sobre los excombatientes soviéticos en Afganistán. Estremecedor.
- Otro aún no traducido, pero que aparecerá en España en otoño: Anatomy Of A Soldier, del veterano británico de Afganistán Harry Parker. Un libro potente en su temática (cuenta en paralelo la vida de un talibán y la del oficial británico al que el afgano hará perder las dos piernas con un artefacto explosivo improvisado) y muy bien escrito.
- Y por último, lo siento, uno de esos libros que no están traducidos ni creo que se traduzcan, por no ser ya rentable hacerlo: Afgantsy, del también británico Rodric Braithwaite. Quizá el libro, de todos los que he leído, que mejor permite entender el avispero afgano.
Aquí podéis leer el primer capítulo de Donde los escorpiones.
La imagen que encabeza esta entrevista está tomada de la Universidad Complutense de Madrid.