El feudalismo fue un tipo de organización social caracterizado por una élite especializada en el combate, los señores feudales, que recibían de sus vasallos un flujo constante de tributos a cambio de protección. En el Medievo, ese tributo era la comida y recursos como la madera.
Según Evgeny Morozov, investigador bielorruso experto en internet y autor de ‘Capitalismo Big tech ¿Welfare o Neofeudalismo Digital?’ (2018), la sociedad que ha sido construida alrededor de la red sigue esta pauta feudal. Pero ¿quienes son los nuevos señores y qué tributos se pagan? Prepárate para ver la red de otra forma…
¿Quién es Evgeny Morozov y por qué es relevante?
“El azote de Sillicon Valley”, como se conoce a Morozov, es un vasallo sin feudo. Va por libre. Este caballero andante no rinde tributo a ningún blasón y lucha contra todos. Por lo menos con los que más sacan la cabeza. Google, Apple, Facebook y Amazon (apodados GAFA), molinos que trituran nuestros datos y nos los sirven de almuerzo a modo de anuncios. Gigantes de verdad que han sido capaces incluso de cambiar el discurso y curso político. A Evgeny, el tono buenrollista de las GAFA no le convence. Palabras como “democratización” le son ajenas. Incluso perniciosas. Morozov es una persona altamente preocupada por la protección de los datos personales. También por el poder acumulado por muy pocos. De un lado oscuro de la red —y no hablamos de la dark web— al que este investigador llama “feudalismo tecnológico”.
Morozov usa un discurso mordaz y ácido para hacernos despertar de la burbuja en la que hemos enterrado la cabeza. Sus palabras van más allá de la adicción a la red o a los smartphones que Moby nos presentó a modo de sociedad phombie. Estamos delegando el control de la tecnología a un puñado de empresas. Reclamarla nos va a costar cada vez más.
Datos e inteligencia artificial: la nueva tierra fértil
Evgeny Morozov usa un símil contundente a la hora de dirigirse a las grandes empresas de tecnología. Si en el pasado quien tuviese control sobre el rendimiento del campo tenía el poder, hoy lo tiene quien controle los datos. A nuestra mente acude el negocio de Google e incluso el escándalo de Cambridge Analytica, de Facebook. Tienen los datos. Pero ¿comparten la responsabilidad?
Para Morozov, que se declara usuario de las mismas aplicaciones que critica, estas marcas son como grandes gobiernos sin control por parte de la ciudadanía. Los tuits y otros mensajes en redes sociales, las búsquedas en internet, las fotos de Instagram… Todo son datos cedidos por los usuarios, que aparentemente se han leído los términos y condiciones (T&C) del servicio. Pero no, porque los T&C de Kindle, por ejemplo, requieren nueve horas de lectura ininterrumpida.
Si los leyésemos con atención nos daríamos cuenta del valor de nuestros datos. Google, Amazon, pero también Baidu, Yandex y otros, usan los datos para abonar sus algoritmos. Estos, con la inteligencia artificial como punta de flecha de la tecnología moderna, generan un enorme beneficio para algunas marcas. En esencia, somos proveedores de materia prima cuyo servicio de datos consumimos poco después. Pero se nos paga en especie.
Lo cual no está mal. Google funciona muy bien como buscador. Todo el mundo está en Facebook y es fácil encontrar amigos. Si vas a comprar algo, seguramente encuentres en Amazon lo que buscas. Nada de esto es pernicioso per se, hasta que alcanza un volumen crítico que hace que la capitalización bursátil de un servicio supere el producto interior bruto (PIB) de varios países. En ese momento surge la alarma.
Evgeny Morozov tenía razón
Ya en 2009 Morozov alzaba la voz sobre la “utopía de las tecnológicas de Silicon Valley”. El ambiente de buenrollismo que allí se daba era, a juicio de este investigador, artificial. Ahora, una década después, Morozov admite que ha aprendido en el proceso de estudio de las grandes tecnológicas, pero que ya advirtió que la utopía que prometían tenía un precio.
Este precio a menudo se simboliza aludiendo a George Orwell por su novela ‘1984’ (escrita en 1948). Sin embargo, Evgene piensa que hemos sobrepasado esta distopía en ciertos ámbitos y que en otros aún no hemos alcanzado el punto álgido. A raíz de esto, afirma que uno de los grandes problemas es que buena parte de nuestra infraestructura (no solo la infraestructura física) es altamente dependiente de la tecnología de unos pocos.
Y hay algo peor: la cultura también lo es. Para visualizarlo, podemos pensar en el algoritmo SEO de Google, que para la mayoría de marcas del mundo es una norma básica de “comportamiento” online. ¿Somos conscientes de qué significa delegar la cultura escrita a unas normas que ningún lingüista reputado habría aprobado? Sin duda es una vulnerabilidad importante.
Curiosamente, Morozov se declara fan absoluto de la misma tecnología que usamos a diario. Lo que no acaba de convencerle es el uso que se da de ella y cómo el poder se acumula en pocas manos. ¿Y si lo compartimos un poco?
Datos privados personales, datos públicos
En varias entrevistas Morozov se ha referido a la importancia de clasificar bien los datos. Resulta obvio que hay muchos datos que son “nuestros”, entendidos como propios de una persona, que no deberían ser compartidos. Pero también hay ciertos movimientos que promulgan que una parte importante de los datos que las grandes tecnológicas usan deberían ser de todos.
Se suele poner de ejemplo los patrones de movimiento de la ciudadanía a través de la ciudad. Se entiende que no de forma individual, sino como conjunto impersonal y anónimo. Esos datos, que los diferentes consistorios podrían usar para optimizar las rutas de autobuses y reducir de forma significativa, hoy los poseen las tecnológicas.
En el ideario colectivo estas últimas empresas (las tecnológicas, con énfasis en las GAFA) han pasado de ser empresas utópicas capaces de recrear el Cielo en la Tierra a ser catalogadas junto a otros sectores menos atractivos. Las eléctricas, las cárnicas, las tecnológicas… Y es que algunas, por su monopolio, recuerdan regímenes a los que no queremos volver.
Hace una década Facebook era la panacea y la forma de democratizar las comunicaciones. Hoy es una marca con mala reputación capaz de vender nuestros secretos para manipular elecciones. Por supuesto, ambas son visiones sesgadas de la realidad. Lo cierto es que Facebook, Google o Amazon son marcas que buscan beneficios. Evgeny Morozov nos recuerda que, para algunos casos, podríamos llegar a perder derechos como ciudadanos.
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