Las redes arden y los titulares de los medios de información se escriben a un tamaño de letra creciente, con negritas más gruesas a cada día que pasa. Nos despertamos escuchando en la radio a los heraldos del apocalipsis y, cuando encendemos el televisor, lo poco que entendemos del griterío en el que se desarrollan las tertulias nos hace plantearnos la construcción de un refugio atómico en alguno de esos solares abandonados tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. Pero, ¿de verdad que está cayendo el meteorito, que el mundo se precipita hacia su fin tal como dan a entender las redes sociales y los medios?
la anciana que muerde al perro
Tendemos a creer que el mundo es tal y como lo vemos en los medios, en Twitter o Facebook, pero se nos olvida que allí solo interesa lo extraordinario, la anciana que muerde al perro, tal como explican en los manuales de Periodismo. La bondad cotidiana, la vulgar humanidad de la gente, no acapara retuits ni titulares.
En este sentido, es significativa la progresiva “espectacularización” de los informativos en las televisiones, reconvertidos en secciones dentro de magacines que compiten en la parrilla con bodas de famosos y recetas para solteros. En cuanto a los medios, solo hay que echar un vistazo a sus portadas online para ver cómo ese fenómeno también se ha generalizado en el mundo de la información.
Inmersos en esta dinámica, nos contagiamos del sensacionalismo y la crispación del entorno y nos convertimos en cómplices de ella, alentando a menudo la llama del odio y la desinformación, el miedo al meteorito.
huir del meteorito nos impide reflexionar
Robert Habeck, una figura emergente de la política alemana, ha sido uno de los últimos en darse cuenta de este fenómeno y, por ello, ha tomado la decisión de renunciar a las redes sociales. “Twitter me hace más agresivo, más estridente, polémico y más afilado. Y todo a una velocidad que dificulta que haya un espacio para la reflexión”, ha explicado Habeck. El miedo a la caída del meteorito y la velocidad que nos impone la huída nos impiden reflexionar.
Estas palabras recuerdan a las que utilizó el escritor Lorenzo Silva para justificar su abandono de Twitter hace un año: “empecé a comprender que la herramienta no estaba diseñada para mis fines, sino para los de sus propietarios -algo que ya intuía y que por lo demás no deja de ser lícito-, y que unos y otros habían dejado de ser compatibles: la hábil utilización por parte de Twitter de la curiosidad y otros automatismos de nuestro cerebro se había convertido en una distorsión que me apartaba de cosas más importantes”.
¿Pero por qué nos dejamos llevar por esta marea de crispación y automatismos en forma de clics, retuits y me gusta? Yuval Noah Harari, afamado autor de ‘Sapiens. De animales a dioses’, nos descarga de buena parte de nuestra responsabilidad al apuntar que somos víctimas de cierta forma de piratería que utiliza nuestros miedos, odios, prejuicios y deseos preexistentes.
cerebros hackeados
Todo arranca con detalles sencillos, tal como explica en un artículo publicado en El Pais. “Mientras alguien navega por Internet, le llama la atención un titular: Una banda de inmigrantes viola a las mujeres locales. Pincha en él. Al mismo tiempo, su vecina también está navegando por la Red y ve un titular diferente: Trump prepara un ataque nuclear contra Irán. Pincha en él. En realidad, los dos titulares son noticias falsas, quizá generadas por troles rusos, o por un sitio web deseoso de captar más tráfico para mejorar sus ingresos por publicidad. Tanto la primera persona como su vecina creen que han pinchado en esos titulares por su libre albedrío. Pero, en realidad, las han hackeado”.
Más terrenal y menos metafísico, Martin Hilbert, profesor de la Universidad de California y doctor en Comunicación y Ciencias Económicas y Sociales señala que cuando utilizamos Instagram, cuando vamos a hacer una búsqueda en Google o vemos Youtube, estos canales no son neutrales, sino que están distorsionados por fines comerciales y, debido a estos intereses, el objetivo de esas plataformas es que permanezcamos en ellas el mayor tiempo posible.
Con el fin de conseguir este objetivo, que es comercial, se desarrollan estrategias en las que caben desde la crispación de los discursos y su banalización -hay que saltar de página en página y no dedicar demasiado tiempo a piezas informativas densas que inviten a la reflexión- hasta las fake news. Hilbert señala que “el problema es que la gente piensa que las redes sociales son para informarse”.
internet es enfermedad y cura
Quizás estos autores no inciden lo suficiente en el hecho de que el concepto “gente” está integrado por muchas “gentes” que toman múltiples microdecisiones. Existe una responsabilidad individual de cada uno de nosotros de la que no podemos abstraernos apelando al tan manido “la sociedad -en este caso, medios y redes sociales- es la culpable”.
Es difícil sustraerse a la tendencia pero internet, al mismo tiempo que es parte de la enfermedad, también lo es de la cura. La búsqueda de la verdad nunca ha sido tarea fácil, pero está en nuestras manos intentarlo, pues contamos con las más potentes herramientas de la historia para ayudarnos en este empeño. Un interesante hilo en Twitter -sí, en Twitter- de la periodista Carmela Ríos nos dio a conocer algunas de ellas al comenzar el año.
?(HILO) Esto es un pequeño regalo de Reyes.
? Un pequeño de estuches de herramientas para que sea un poco más difícil que te cuelen una milonga en las redes sociales, una web o un grupo de Whatsapp.
— Carmela Ríos (@CarmelaRios) 6 de enero de 2019
Porque no, la tecnología no es la única culpable de esta situación por mucho que en Silicon Valley, cuna de la mayor parte de estas plataformas, algunos de los directivos de mayor renombre estén apostando por la educación analógica de sus hijos. Les quieren proteger así de la caída del meteorito. El venerado creador de Apple, Steve Jobs, no permitía a sus hijos usar los iPads que fabrica su compañía y el máximo directivo actual de la empresa, Tim Cook, prohibió a su sobrino suscribirse a cualquier red social. Por su parte, el fundador de Microsoft, Bill Gates, restringió a sus hijos el uso del móvil hasta que tenían 14 años.
¿el diablo en nuestro smarphone?
En un triple salto mortal con doble tirabuzón discursivo, Athena Chavarria, quien ocupó el cargo de asistente ejecutiva en Facebook y ahora trabaja en el área filantrópica de Mark Zuckerberg, la iniciativa Chan Zuckerberg, dijo estar convencida de que “el diablo vive en nuestros teléfonos y está causando estragos en nuestros niños”.
Si Athena Chavarria tuviera razón, no podemos olvidar que el diablo que vive en los teléfonos somos nosotros mismos o, por lo menos, los avatares que utilizamos para caldear la olla a presión en la que se han convertido redes sociales como esa en la que ella desempeña un cargo de relevancia.
La solución, pues, pasa por la educación y también por recuperar esa costumbre tan vieja de atender a los hechos y, a partir de ellos, reflexionar con perspectiva y sosiego para intentar llegar a conclusiones sobre lo que acontece. Esas conclusiones nos ayudarán a tomar decisiones más acertadas, más útiles a la hora de dar forma a esa gran conversación colectiva que distingue a una sociedad democrática sana y vigorosa.
¿Y si de verdad cae el meteorito? Confiemos en el resto de Rafa Nadal 🙂