Se estima que la industria creada alrededor del llamado pensamiento positivo mueve unos 10.000 millones de euros al año. Las redes sociales se pueblan de sonrisas, el entusiasmo invade las oficinas y los conferenciantes de TED se frotan las manos, alegres. Aunque el barco se hunda, tocamos el violín y compartimos la escena en Instagram.
En las listas de libros más vendidos abundan manuales de autoayuda, guías espirituales, consejos para la transformación personal y profesional. Twitter se llena de fotografías con frasecillas motivadoras y sentencias de sabios orientales que vaya usted a saber si han existido alguna vez…En las empresas más innovadoras se populariza la figura del Director de la Felicidad que, en su despacho, se bebe un café en una taza de Mr. Wonderful.
este chaparrón de sonrisas viene de lejos-, en el colmo de la exaltación del buenrollismo impostado, Venezuela creó un Ministerio de la suprema felicidad.
Hace años -puespensamiento positivo a precio de saldo
En apariencia, ser feliz es sencillo, ya que solo hay que gastar un dinerillo en alguna conferencia o en la sección de novedades editoriales de nuestra gran superficie comercial favorita para, así, dejar de ser nosotros mismos y nuestras circunstancias.
Emprendimiento, reinvención, liderazgo, emoción, pasión…son palabras que salpican el discurso de los que nos exhortan a lanzarnos en pos de nuestros sueños, abandonando nuestro aburrido modelo vital en el que, con frecuencia, la máxima prioridad se reduce a dar de comer a nuestros hijos.
felicidad sin base biológica
Si no eres feliz, aunque seas mujer, pobre, mayor y parada de larga duración, será porque no quieres o que algo habrás hecho… O será que te ha dado el bajón después de leer a Remedios Zafra, que nos habla del “entusiasmo” instrumentalizado en un entorno de precariedad y competitividad como forma de domesticación.
Quizás a los gurús del pensamiento positivo se les ha ido la mano. Así por lo menos lo cree Rafael Euba, psiquiatra del King’s College London. Según explica en The Conversation este experto, la felicidad es una idea abstracta sin base biológica y sin equivalente en la experiencia humana real.
Mucho antes que él, Abderramán III, Califa de Córdoba en el siglo X, llegó a una conclusión similar. A pesar de ser uno de los hombres más poderosos de su tiempo, en el crepúsculo de su vida, decidió contar el número exacto de días en los que se sintió feliz. Ascendían a catorce.
pesimismo para sobrevivir
“No estamos diseñados para ser felices, sino para sobrevivir y reproducirnos, como todas las demás criaturas del mundo. Una persona satisfecha no se mantendría en guardia ante las posibles amenazas para su supervivencia, así que los estados de satisfacción permanente no existen en la naturaleza”, afirma Rafael Euba.
“El hecho –añade- de que la evolución nos diera un gran lóbulo frontal en nuestro cerebro (con sus excelentes habilidades ejecutivas y analíticas), pero nos negara la habilidad natural de ser feliz, dice mucho acerca de las prioridades de la naturaleza”.
Esta reflexión va en línea de la del prestigioso científico cognitivo Steven Pinker, que localiza en los sesgos el origen de nuestro pesimismo. «Tendemos a prestarle mayor atención a las noticias negativas que a las positivas porque nuestro cerebro está hecho para alertar en primer lugar de los peligros, y una mala noticia, como ocurre con ellos, puede poner en riesgo nuestra vida».
Para tomar aire de vez en cuando, conviene recordar que estos sesgos evolutivos generan una miopía a la hora de ver la cara más alegre de la vida que Hans Rosling, un médico sueco y reconocido divulgador, calificó como «devastadora ignorancia». Trató de corregirla con hechos que invitan al optimismo en su libro ‘Factfulness’ cuya lectura reconforta pues nos recuerda que vivimos en muchos aspectos en el mejor mundo desde que estamos sobre la Tierra. Uf.
la «mierda» de la magia simpática
A la luz de esos datos no se justifica pasear siempre con una nube negra sobre la cabeza, pero tampoco lanzar las campanas al vuelo animados por esa literatura pseudocientífica en la que se ha apoyado la industria del pensamiento positivo.
«Son una mierda», así fueron calificados los trabajos de la estadounidense Barbara Fredrickson, la gurú de la psicología positiva, tras pasar la prueba de algodón del físico Alan Sokal que, junto a otros colegas, se propuso desmontar los mitos de la psicología positiva. Una disciplina, en auge desde hace décadas, calificada como “magia simpática” por Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo.
Porque, a pesar de lo que dice la industria del pensamiento positivo, puede ser que la tristeza no sea algo negativo, sino un signo de simple humanidad, y luchar contra ella pueda resultar vano afán.
Otros expertos, incluso, nos dicen que la felicidad es un antídoto contra la creatividad y la innovación.
el pensamiento positivo y los molinos de viento
“El modelo de emociones encontradas, basado en la coexistencia del placer y el dolor, se acomoda a nuestra realidad mucho mejor que la dicha inalcanzable que nos quiere vender la industria de la felicidad. Además, el pretender que el dolor sea algo anormal o patológico, algo evitable para quienes saben cómo hacerlo, solo generará en el resto de nosotros sentimientos de fracaso y frustración”, concluye Rafael Euba en The Conversation.
Concluimos con una frase de Miguel de Cervantes que, antes de que existiera la psicología y el pensamiento positivo, ya tenía claro que el ser humano es, fundamentalmente, triste. «Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres», dijo el creador del caballero de la triste figura que tan bien nos representa.
Así que no nos avergoncemos cuando se humedezcan nuestros lagrimales y disfrutemos de los episodios de dicha que salpican nuestra vida. Tampoco es cuestión de alimentar, con nuestra dificultad para ser felices, otro negocio: el de la industria del pesimismo.