Con casi 200 candidatos a vacuna en desarrollo, el mundo está inmerso en una carrera sin descanso para frenar la COVID-19. Una carrera que también se vive con especial intensidad en el noroeste de la península Ibérica.
Ubicado en el polígono industrial de A Relva, en O Porriño, a pocos kilómetros de Vigo, el Grupo Zendal es, por ahora, la única empresa española autorizada para fabricar vacunas contra la COVID-19. Trabaja en los tres proyectos del CSIC y acaba de anunciar un acuerdo con la farmacéutica estadounidense Novavax, cuya vacuna iniciará en breve la fase 3 de ensayos clínicos.
La importancia de las alternativas
En los 10 meses que han pasado desde que se descubrió el nuevo coronavirus en Wuhan, varias instituciones científicas y laboratorios farmacéuticos han tomado la delantera en la búsqueda de una vacuna efectiva contra la enfermedad. El proyecto de Oxford y AstraZeneca, en fase 3 desde principios de septiembre, es el que promete la solución más rápida. Pero no necesariamente la más efectiva.
El proceso de desarrollo de una vacuna es largo y complejo. Lo primero es explorar las posibles soluciones y estudiarlas en laboratorio (en ensayos preclínicos en animales o en cultivos celulares). Después llegan las famosas tres fases de ensayos clínicos en humanos. En cada una de ellas, el grupo de personas en que se prueba la vacuna es mayor. Sirven para evaluar la seguridad, la dosis y la efectividad de la vacuna.
De forma paralela, aunque suele pasar más desapercibido, hay que ir asegurando la capacidad de fabricación del medicamento. Es decir, poder producir las dosis suficientes tanto para los ensayos clínicos como para la distribución a gran escala de la vacuna. Si todo este proceso culmina con éxito, tendremos una nueva aliada en la lucha contra la COVID-19. Aun así, no todas las vacunas funcionarán igual.
Contar con alternativas es importante. “Estamos afrontando una enfermedad desconocida. No todas las vacunas serán iguales ni tendrán el mismo grado de eficacia”, explica Beatriz Díaz Lorenzo, corporate communications manager del Grupo Zendal. “El objetivo es común: vacunar pronto y al mayor número de personas con total garantía. Para cualquier país es estratégico tener los medios para poder diseñar y desarrollar vacunas y además poder fabricarlas”.
“La COVID-19 nos ha alterado desde el punto de vista sanitario, económico y social… Creo que es hora de poner en valor la importancia estratégica de la investigación y de la ciencia. De la industria farmacéutica y de todos los profesionales dedicados a la salud”, añade.
Una historia de más de 200 años
En 1796 Edward Jenner desarrollaba la primera vacuna contra la viruela. Pocos años después, partía desde el puerto de A Coruña la Expedición Filantrópica de la Vacuna. Dirigida por Francisco Javier de Balmis, el objetivo de la expedición era inmunizar contra la enfermedad al mayor número de personas en Latinoamérica y Asia. Esta primera campaña internacional de salud pública, de la que ya hemos hablado antes, no hubiese sido posible sin la labor de la enfermera Isabel Zendal.
Algo más de dos siglos más tarde, en 2018, se fundó el Grupo Zendal, haciendo honor a la enfermera coruñesa. Agrupa bajo su nombre a varias empresas de investigación biofarmacéutica, tanto en animales como en humanos. Dos de estas, CZ Vaccines y Biofabri, son las que han ganado un lugar relevante en la lucha contra la COVID-19 desde España.
Con financiación del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI), CZ Vaccines trabaja en el desarrollo de una vacuna frente al coronavirus mediante la expresión de la proteína S en el virus vaccinia modificado. El proyecto de investigación, liderado por Mariano Esteban del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), es el más avanzado de entre los españoles. Según confirman desde el Grupo Zendal, iniciará la fase 1 de ensayos clínicos a principios de 2021.
Además, CZ Vaccines también lidera el desarrollo de una plataforma de fabricación de vacunas frente a enfermedades víricas emergentes. Biofabri, bajo el paraguas del CDTI, también producirá otra de las vacunas del CSIC, que implica la reconstrucción del material genético del virus.
“También hemos sido elegidos por la americana Novavax para producir su vacuna contra el coronavirus para Europa. La producción [de la que se encargará Biofabri] se iniciará en paralelo a la fase 3 de ensayos clínicos que está llevando cabo la farmacéutica con el objetivo de poder poner en el mercado la vacuna una vez esté autorizada finalmente”, detalla Díaz Lorenzo.
El grupo trabaja con otros proyectos que, de momento, no puede desvelar por razones de confidencialidad. Las instalaciones de Zendal en O Porriño han tenido que ser reorganizadas para cubrir las necesidades de investigación contra la COVID-19. No ha sido necesario reorientar toda la capacidad de producción, pero sí se ha destinado una planta entera a la lucha contra el coronavirus.
La inversión y la responsabilidad
Además de las vacunas contra la COVID-19, el Grupo Zendal tiene un proyecto estrella: una vacuna contra la tuberculosis. La enfermedad, que causa 1,5 millones de muertes cada año en el mundo, según la OMS, es una de las grandes amenazas infecciosas para la salud humana.
El desarrollo de la llamada MTBVAC, una vacuna viva atenuada de Mycobacterium tuberculosis, está dirigido por el grupo de investigación genética de Carlos Martin Montañés, del Departamento de Microbiología de la Universidad de Zaragoza, y Brigitte Gicquel, en el Institut Pasteur de París. El proyecto está en fase 2 avanzada. Biofabri ha fabricado ya las dosis requeridas para el ensayo clínico que se está llevando a cabo en Sudáfrica. Hasta ahora, la MTBVAC ha supuesto más de 150 millones de euros de inversión para el Grupo Zendal.
“La investigación científica es muy costosa y necesita de personal cualificado, equipamiento y recursos económicos por lo que es posible que determinados tratamientos tengan un alto valor”, explica Esteban Rodríguez, CEO del grupo. “Esto no justifica que todos los productos nuevos tengan que ser costosos, sobre todo si ese coste extra corresponde a pura especulación”.
Encontrar el equilibrio entre beneficios, responsabilidad social y compromiso es más complicado de lo que parece. “Una alternativa para poder obtener productos a precios bajos es la realización de un desarrollo industrial adecuado y la posibilidad de fabricar millones de dosis para que los costes de producción sean mínimos”, añade Esteban Rodríguez.
Producir una vacuna es un proyecto de riesgo, en el que es necesario una gran inversión inicial y el retorno está lejos de estar asegurado. Aun así, la importancia del producto final hace que la especulación con el precio no sea una opción para muchas farmacéuticas. Al fin y al cabo, el objetivo de una vacuna no es que se la ponga quien pueda pagarla, sino lograr inmunizar a la gran mayoría de la población. En ello nos va arrinconar la COVID-19 para poder recuperar la normalidad.
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Imágenes | Grupo Zendal