Cuando escuchan a algún miembro de la tribu de los Samburu acercarse, los elefantes dan la voz de alarma. Pero no emiten un barrito al azar, no. Gritan “humano”, mientras corren alejándose del posible peligro.
Como estudiante de doctorado de la Universidad de Oxford, Lucy King fue la primera investigadora en intentar entender el lenguaje de los elefantes africanos (Loxodonta africana). Primero estudió su reacción al sonido de las abejas. Después, al de los humanos. Descubrió que las señales de alarma que emitían los elefantes parecían similares a nuestros oídos, pero tenían diferencias fundamentales en el espectro de los infrasonidos. Además, los animales también mostraban gestos diferentes.
Las investigaciones de King han cristalizado en resultados que van mucho más allá del lenguaje de los animales. Gracias al trabajo con apicultores locales, han aprendido a utilizar las abejas como barrera natural para mantener a los elefantes lejos de los cultivos en zonas de Kenya donde los conflictos entre la población de Homo sapiens y la de Loxodonta africana son cada vez más frecuentes. Pero volvamos a lo de los animales no humanos que son capaces de hablar.
“El trabajo de Lucy King en África ha demostrado que los elefantes no solo tienen señales acústicas específicas para abeja o para humano, sino también para muchas otras cosas como devolver favores, mostrar gratitud y respetar la distancia social, así como etiquetas individuales para miembros de la familia cercana. Y también tienen capacidades de aprendizaje vocal, de adquirir nuevos sonidos mediante la imitación y modificar los existentes”, explica Karen Bakker, profesora del Departamento de Geografía de la Universidad de British Columbia, en Canadá.
“Pensábamos que casi ninguna especie excepto nosotros era capaz del aprendizaje vocal ni de transmitir gran cantidad de información específica en los sonidos que emiten, pero estábamos equivocados. Solo estamos empezando a entender”. En su último libro, The Sounds of Life, Bakker recoge varias investigaciones que, como la de King, profundizan en el lenguaje de los animales. Y da un paso más para exponer cómo los avances tecnológicos y en bioacústica pronto pueden darnos la posibilidad de hablar con algunas especies, como los propios elefantes o abejas, ballenas y murciélagos. De hecho, puede que ya lo estemos empezando a hacer.
¿Hasta qué punto hablan los animales?
Despunta el día y las abejas empiezan a dejar la colmena. Es hora de buscar un poco de néctar fresco, pero no de cualquier forma. Solo un puñado de exploradoras deja la seguridad del hogar en busca de comida. Cuando la encuentra, regresa a la colmena y les cuenta a las demás qué ha encontrado y, lo más importante, dónde está. Lo hace mediante un baile en el que describe una especie de ocho en el aire mientras hace vibrar su abdomen en puntos concretos. Esta danza de las abejas, descrita por Karl von Frisch el siglo pasado, es uno de los primeros lenguajes animales que estamos logrando ‘hablar’.
Durante la década pasada, Tim Landgraf, de la Free University of Berlin, logró crear una abeja robótica que estaba programada con los bailes y los movimientos abdominales que un algoritmo de inteligencia artificial había logrado extraer de los datos de observación una colmena. Este robot fue capaz de comunicarse directamente con las demás abejas y estas actuaron en consecuencia, mostrando que habían entendido. Este es uno de los primeros experimentos en los que se ha logrado romper la barrera humana de la comunicación entre especies, una barrera que empieza por nuestros propios sesgos a la hora de entender que los animales también usan los sonidos para transmitirse información.
“Durante mucho tiempo, asumimos que solo unas pocas especies eran activas acústicamente, pero ahora sabemos que no es así. Sabemos que muchas se comunican mediante sonidos, aunque lo hagan en frecuencias que nosotros no escuchamos. Por ejemplo, los pavos reales parecen mudos, pero en realidad se comunican en infrasonidos”, explica Karen Bakker. “Solo desde que salió el libro (en octubre 2022) ya se han publicado varios estudios sobre la comunicación sonora de los animales, incluyendo uno que describe cómo más de 50 especies que se creían mudas no lo son”.
¿Y cómo de compleja es esta comunicación? Ahí está la controversia. Una cosa es asumir que los animales se comunican, porque su observación nos dice que lo hacen, y otra asumir que tienen sus propios lenguajes y que usan el sonido para transmitir información muy precisa. “¿Es su comunicación tan compleja que podríamos decir que algunos animales tienen algo parecido a lo que los seres humanos llamamos lenguaje? La respuesta depende de cómo definamos lenguaje. Más allá del debate, en la naturaleza existe la comunicación compleja. Y el mejor ejemplo es que existe la comunicación entre especies”, añade Bakker.
Por ejemplo, explica la investigadora, las polillas que son presa de algunos murciélagos son capaces de detectar los sonidos de su sistema de ecolocalización y jaquearlo para despistar al murciélago. Y estos casos se dan incluso entre plantas y animales. Algunas especies que son polinizadas por murciélagos han desarrollado formas que son muy atractivas para la ecolocalización, en un caso claro de coevolución, y otras sienten el sonido de determinados insectos y empiezan a segregar sustancias que los repelen.
“Creo que tenemos que cambiar el enfoque. Dejar de pensar que la mayoría de seres vivos son mudos. Todos son sensibles al sonido a no ser que se pruebe lo contrario. Es lo que más sentido ecológico tiene”, concluye la investigadora. “Mucho antes de que los seres vivos tuviesen ojos como nosotros, ya tenían sensores capaces de percibir la luz y orientarse con ella. Lo mismo tiene que pasar con el sonido. Todos evolucionamos en un planeta con sonido. Los seres vivos tienen que comunicarse y los sonidos o las vibraciones son una forma bastante económica, energéticamente hablando, de hacerlo”.
¿Llegaremos a hablar con los animales?
Una vez superadas nuestras propias barreras, la tecnología puede ayudarnos con el resto. Los micrófonos y sensores sonoros son cada vez más baratos, pequeños y autónomos, lo que permite instalarlos en casi cualquier animal y en lugares remotos. Además, la inteligencia artificial y, en particular, los algoritmos de machine learning, han avanzado tanto que pueden utilizarse para encontrar patrones en los sonidos grabados y decodificar su significado. En la actualidad, varios grupos de investigación trabajan con este enfoque, intentando entender en detalle la comunicación de algunos roedores, lemures, varias especies de cetáceos o murciélagos.
“Podríamos llegar a desarrollar una especie de Google Translator para animales. Hace unos años, traducir de un idioma a otro sin conocerlo y sin un diccionario parecía imposible, pero hoy lo hacemos constantemente”, explica Bakker. “Además, si decodificamos la comunicación animal, otro tipo de inteligencias artificiales generativas, como GPT-3, pueden producir sonidos animales concretos. Es decir, no es descabellado pensar que tendremos la posibilidad de crear experimentos para decodificar el lenguaje no humano y para comunicarnos con los animales”.
Tal como recoge en su libro, los expertos en biología y bioacústica están bastante divididos sobre qué esperar de estas líneas de investigación. Algunos científicos creen que no existe tal lenguaje animal y, por lo tanto, no habrá grandes avances. Otros creen que, aunque existan miles de lenguajes animales distintos, serán tan diferentes al nuestro que nunca podremos decodificarlo. Por último, están los que creen que sí podremos hacerlo o que, al menos, deberíamos intentarlo. ¿Quién no ha soñado alguna vez con hablar con una ballena?
Para Karen Bakker, sin embargo, la primera pregunta que tenemos que hacernos es otra muy diferente. “¿Quieren hablar con nosotros esas especies? ¿Y por qué querríamos hablar nosotros con ellas? Es típico del ser humano asumir que todos querrían hablar con nosotros, pero no lo sabemos. Deberíamos pedirles permiso y tener bien claras cuáles son las razones para querer comunicarnos con ellos”, concluye la investigadora. Si no, nos arriesgamos (entre otras cosas) a que los elefantes africanos se inventen una nueva palabra para “ese humano pesado que no se calla ni debajo del agua”.
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