Los seres humanos no podemos estar al tanto de todo lo que ocurre. En nuestro defecto, y para aprender algo que otro descubrió antes que nosotros, lo estudiamos. Hasta hace no mucho, la educación en las aulas era el único reducto de conocimiento, pero le está saliendo competencia a pasos agigantados.
La rigidez de la educación tradicional hace que le sea imposible ponerse al día de las tendencias futuras y tratarlas en las aulas antes de que queden obsoletas. Como resultado, los alumnos optan por otras vías de educación.
La educación rígida está obsoleta (pero todavía no lo sabe)
La educación, tal y como la conocemos, hace años que no tiene sentido. Se trata de un gran pilar de nuestra cultura, muy difícil de hacer avanzar, que incluye a numerosas instituciones y a un gran volumen de trabajadores y centros de estudio a los que habría que transformar junto con el resto del sistema.
Estos frenos hacen que la educación siga siendo todo lo rígida que le es posible, especialmente en los cursos oficiales:
- Se sigue agrupando por edades, dejando a un lado las capacidades de los alumnos. Un alumno aventajado en matemática pero con deficiencias en lenguaje se aburrirá en la primera y ralentizará la segunda clase;
- Se da en un lugar definido y en un horario definido, forzando a los alumnos a desplazarse y limitando a qué hora se puede aprender y a qué hora no;
- Agrupando materias en bloques indivisibles, siendo imposible por parte de los alumnos librarse de esas asignaturas que no les interesan, así como de aquellas que ya no tienen sentido en el mundo empresarial.
Internet permite a los alumnos avanzar por su cuenta en aquellas materias que les interesan y en las que ven futuro. Sin embargo, las instituciones no están ni remotamente adaptadas a esta tendencia, y siguen anclando mediante diferentes modos a los alumnos, impidiéndoles hacer aquello para lo que se supone están: aprender.
Como máximo, a edades tempranas se les permite elegir entre las popularmente llamadas ciencias y letras. Y, en la carrera, uno tiene suerte si el número de alumnos permite que haya horario de mañana y horario de tarde con los que ganar flexibilidad.
La educación arrastra temática viejuna
Junto a los inconvenientes que tienen los alumnos para estudiar aquello que les gusta, está el hecho de que gran parte de las materias están profundamente obsoletas. Todavía a día de hoy hay escuelas en las que las clases se imparten mediante transparencias de acetato, o en las que se enseñan conceptos que hace años que no se usan en el mundo laboral real.
Fortran en la década de 1960. Hoy día es un software obsoleto (aunque digitalizado). Fuente: Arnold Reinhold.
Véase el software Fortran –un software desarrollado por IBM mediante tarjetas perforadas en 1957– como ejemplo de programación en las escuelas de ingeniería. Cierto es que ahora se usan versiones digitalizadas compatibles con Windows, pero hablamos de entornos de programación muy lejos de las tendencias de mercado actuales.
Como resultado, muchos alumnos se encuentran con una amplia gama de conocimientos muy interesantes, pero que carecen de aplicación en las empresas de hoy día.
Este tipo de problemas se acelera a medida que avanza la tecnología. Hoy día surgen nuevas aplicaciones, programas y tendencias que la educación rígida tiene muy complicado implementar en su sistema a tiempo. Simplemente, no tiene capacidad de adaptarse al ritmo tecnológico.
La excesiva burocratización y una estructura jerárquica poco útil de cara al alumno hacen inviable una transformación a tiempo. Para cuando una nueva materia o contenido es aprobado arriba y se empieza a formar a los docentes, la materia en sí ha podido cambiar de manera sustancial o incluso carecer de utilidad. Desaparecer.
Pongamos el caso de la tecnología de los dispositivos del IoT. A día de hoy , esta tecnología todavía no tiene unos estándares y protocolos asentados debido a que cada fabricante opta por los suyos. Además, las leyes y decretos asociados aún no han sido redactados. Sin embargo, se espera que haya 19.900 millones de dispositivos conectados a Internet antes de que acabe el año. Fuera de toda regulación formal y, por supuesto, de las aulas.
¿Hacia dónde dirigimos la educación?
Hay varias propuestas sobre la mesa, aunque todas ellas pasan por una descentralización de la educación en espacio (aula), tiempo (horario) y agrupación de materias (bloques temáticos).
En el informe SIE 2016 ya se comentaba que «el 95,1% de los jóvenes de edades comprendidas entre los catorce y los diecinueve años utiliza Internet para acceder a vídeos con carácter formativo y el 61,6% para acceder a vídeos en el entorno de la educación reglada».
Es decir, que los jóvenes acceden a los cursos en streaming fuera de horas lectivas para seguir aprendiendo. Es muy posible que esta tendencia acabe dejando atrás las clases presenciales, demasiado rígidas y poco flexibles. Poco útiles para los alumnos que realmente deseen aprender.
Usando esta tecnología, los cursos MOOC tienen «una demanda cada vez más creciente». Los alumnos prefieren consumir conocimiento a su elección. Tanto es así que de cara a la monetización de estos cursos se crean «certificaciones de pago por conjuntos de cursos relacionados con una materia». Es decir, por la certificación de X horas relacionadas con una materia específica, recibes un título que desglosa su contenido.
Esto abre la puerta a la enseñanza de cursos mucho más pequeños, livianos y flexibles que las carreras actuales, en las que el alumno tan solo aprende aquellos segmentos en los que está interesado, obteniendo un diploma por ellos, en lugar de verse obligado a cursar toda una carrera con un gran porcentaje de contenido que no le interesa.
Esto, que es muy fácil de implementar en edades avanzadas (FP, universidad, máster y postgrado), puede ser más complicado en institutos. Y mucho más en los colegios.
Su futuro se perfila enfocando el aprendizaje hacia la resolución de problemas. Clases en las que lo importante no sea la memorización de conceptos, sino su comprensión y aplicación en problemas reales. En ellas, el profesor no es la fuente de los datos, sino el guía que dirige los ejercicios. Guía, por supuesto, en perpetua formación.
Los alumnos ya saben localizar los datos en Internet. ¿Para qué tienen que memorizarlos? ¿No es más interesante que se les enseñe a discriminar información poco fiable o a comprender lo que leen?
Tomando como ejemplo el método clásico de enseñanza de la Historia, ¿de qué sirve conocer las fechas y los reyes de primera mano cuando en Wikipedia aparece una lista mucho más completa de la aprendida por el alumno?
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