La reciente pandemia, la guerra en Ucrania y la volatilidad económica han disparado la incertidumbre, y esta es el caldo propicio para toda clase de expertos especializados en explorar el futuro.
Pero la experiencia histórica -y la propia- nos enseña que poquísimas de las predicciones se cumplen. ¿Qué factores determinan su cumplimiento? ¿Hasta qué punto los seres humanos podemos forzar que se hagan realidad? ¿Qué intereses políticos se esconden detrás de los pronósticos y previsiones con las que nos bombardean? Dar una respuesta crítica a estos interrogantes es el propósito principal de “Historia del Futuro: utopías y distopías después de la pandemia”, el último libro del sociólogo Pablo Francescutti.
– ¿Es posible hablar de la historia el futuro? Se supone que la historia solo se ocupa del pasado….
Si entendemos el futuro como las distintas representaciones que se han hecho de él, podemos trazar una cronología de dichas representaciones, vale decir, de los futuros pasados. Partiendo de esta premisa, mi libro presenta una “arqueología del futuro”: un recorrido por las distintas maneras con las que nuestros antepasados imaginaron el porvenir, desde los oráculos de los griegos hasta los escritores de utopías y utopías, sin olvidar profecías ni predicciones, para culminar en las complejas simulaciones por ordenador que se hacen del clima venidero y en las refinadas fórmulas para anticipar el movimiento de la Bolsa.
– En otra parte dice que el futuro no tiene mucha antigüedad… Suena paradójico.
Efectivamente, el futuro tal como lo entendemos hoy día tiene una historia relativamente corta. Comenzó a gestarse en el siglo XVIII, cuando la Ilustración decidió que el mañana iba a ser distinto del presente y no digamos del ayer. A este modo de entender el devenir se le denominó “futuro moderno”, y su origen se mezcla con la idea de progreso, pues esa visión del mañana era intrínsecamente optimista, ya que se pensaba que, gracias al avance de la ciencia y la educación, la humanidad avanzaría hacia un horizonte esplendoroso.
«El futuro tal como lo entendemos hoy día comenzó a gestarse en el siglo XVIII, cuando la Ilustración decidió que el mañana iba a ser distinto del presente y no digamos del ayer»
Nadie concebía nada semejante antes del Iluminismo: todos estaban convencidos de que el mañana no reservaba grandes novedades; caerían unos imperios, subirían otros, pero la sociedad sería más o menos la misma. “No hay nada nuevo bajo el sol”: esta máxima bíblica expresa cabalmente esa creencia en una historia inmutable. Ciertamente, el cristianismo defendía que la historia acabaría con la segunda llegada de Cristo y el comienzo de su Reino de mil años; pero hasta el advenimiento del Día del Juicio Final se asumía que no habría grandes cambios.
la idea moderna del futuro
– En un pasaje de su ensayo se afirma que la idea moderna de futuro vino a sustituir al Juicio Final, el Milenio dichoso y la salvación eterna prometida por la religión…
En cierta medida algunas nociones estratégicas del cristianismo fueron despojadas de su carga sobrenatural y adaptadas a un entorno secularizado. La salvación espiritual se convirtió en liberación social; el Juicio Final, en la revolución; la Historia Sagrada, en historia laica; la eternidad, en el futuro abierto e ilimitado; y el Reino de Dios, en la venidera sociedad progresista. De esta transformación se encuentran huellas incluso en doctrinas tan ateas y antisistema como el comunismo, en cuyo ideario la sociedad sin clases deviene un equivalente del paraíso terrenal, previo paso por un Armagedón revolucionario (la “lucha final” entre las fuerzas proletarias y los poderes reaccionarios anunciada en la canción “La internacional”).
– Hace unos años se decía que el futuro había muerto y que no cabía esperar grandes novedades: todo será más o menos igual a lo que tenemos en el presente…
Sí, a finales del siglo XX, autores como Francis Fukuyama anunciaron el “fin de la historia”. No cabía esperar nada muy distinto de lo que ya teníamos: más globalización, más avance tecnológico, más democracia liberal, más individualismo, más riqueza per cápita…Por su parte, los filósofos postmodernos sostenían que había caducado el “futuro moderno”: una manera de concebir el mañana como un horizonte de constante progreso en todos los planos; un horizonte mucho más valioso que el presente y, desde luego, que el pasado.
«Como documento de las expectativas y temores de una época ante el mañana, la ciencia ficción es casi inigualable»
Ambas ideas han caído en el descrédito. Los atentados de las Torres Gemelas, el cambio climático, el auge de los nacionalismos y del autoritarismo han refutado las optimistas y conformistas previsiones de Fukuyama. En cuanto a los postmodernos, llevaban razón en parte: lo que ha desaparecido es cierta manera de visualizar el futuro: como un horizonte totalmente urbanizado, con rascacielos altísimos, coches voladores, mochilas con reactores, longevidades dignas de Matusalén, robots que nos librarían de las tareas pesadas, colonias espaciales, etc. Desde luego, esta visión ha entrado en crisis terminal, como nos lo recuerda la infinidad de escenarios distópicos que ofrecen el cine y las teleseries contemporáneas.
una bola de cristal
– Por cierto, en su libro se refiere a menudo al imaginario de la ciencia ficción. ¿Realmente es esta una “bola de cristal” fiable para conocer lo que nos reserva el mañana?
La ciencia ficción, junto con la futurología, el imaginario científico y el periodismo, ha sido desde su origen uno de los principales suministradores de imágenes y escenarios futuros. Algunos de sus escenarios se concretaron (pensemos en el alunizaje prefigurado por Julio Verne), pero el inventario de incumplimientos es interminable (pensemos en la colonización del espacio). Pero como documento de las expectativas y temores de una época ante el mañana, la ciencia ficción es casi inigualable. Las publicaciones y películas de los años 40 y 50 aportan muchísima información sobre cómo se intuían las promesas y los riesgos de la Era Nuclear; las de los años 60, hacen lo propio con la Era Espacial; y las narraciones contemporáneas nos describen un porvenir de una extrema polarización social, poblado de autómatas y dominado por la biotecnología y la Inteligencia Artificial, para bien o para mal…
– ¿Y qué pasa con los españoles? ¿Tenemos futuro? El sentimiento generalizado es que nuestras perspectivas como país pintan más bien oscuras…..
El ánimo colectivo está en sus horas bajas, al menos desde la crisis de 2011. Que los españoles vuelvan a emigrar es un indicador de su pesimismo frente al futuro nacional. Por si hiciera falta una prueba adicional basta con mirar las producciones audiovisuales de nuestros realizadores, a cual más distópica. Es verdad que el “futuro moderno” llegó tarde y débilmente a España, obstruido por el absolutismo y una Iglesia anclada en el Medievo. Pero la historia de los últimos 150 años puede considerarse como una serie de intentos, algunos más fructíferos que otros, por aclimatar las visiones de un futuro progresista que venían de la Europa avanzada.
«La globalización ha entrado en una fase de turbulencia que no permite prever con algo de certeza lo que pasará dentro de dos meses»
Entre los avances podemos situar la producción de utopías anarquistas y de una proto-ciencia ficción autóctona a finales del siglo XIX; y entre los retrocesos, el ensimismamiento en las glorias imperiales del primer franquismo. Pero a partir del desarrollismo, la idea de futuro vuelve a ganar terreno de la mano de la planificación y la prospectiva, aunque nunca llegó a desarrollarse una imaginación futurista tan sólida y compartida como la existente en Estados Unidos y otras potencias extranjeras. Nunca tuvimos un futurólogo de la talla de Alvin Toffler; lo más parecido -salvando las enormes distancias- fue Eduard Punset. En cualquier caso, con la democracia el optimismo frente al futuro se acrecentó al igual que la autoestima nacional. Pero esa confianza se resquebrajó con la crisis de 2011 -la rebelión de los “indignados” expresa la sensación de pérdida del futuro-; y esa confianza no se ha recuperado, aunque es justo decir que el horizonte luce tan opaco para nosotros como el resto del mundo: la globalización ha entrado en una fase de turbulencia que no permite prever con algo de certeza lo que pasará dentro de dos meses.
– Su conclusión parece más bien pesimista…
Para ser pesimista tendría que disponer de más certezas; pero el grado de incertidumbre actual sobre el futuro es tan colosal que no permite siquiera la seguridad del pesimismo, pues nadie sabe adónde iremos a parar en el mediano plazo, y no digamos en el corto. Mi postura intenta alejarse del pesimismo catastrofista como del optimismo tecnocrático: nunca en la historia de la humanidad ha habido tantos futuros disponibles ni nunca hemos contado con tantos medios para explorarlos, y sobre todo para imaginarlos con pelos y señales. Esto último es quizá lo más importante, ya que representarse un porvenir es la manera más eficaz para llevarlo a la práctica si nos parece atractivo, o para evitarlo si se nos antoja indeseable.
Muy interesante lo que se expone en la información del libro, tocaría leerlo y formar una propia opinión. Lo cierto es que en este contexto actual, muchas cosas pueden cambiar.
Gracias por compartir.