Son algo más de 1400 cartas. La correspondencia constante entre Charles Darwin y su amigo Joseph Dalton Hooker sirve de hilo conductor para entender casi cuatro décadas de investigación y debates científicos en un tiempo en el que decir que las especies no eran la inmutable obra de un creador era jugarse el pellejo.
Muchas de las cuestiones que se plantean en esas cartas siguen sin respuesta clara. Como la de los insectos que parecen haberse olvidado de volar. La correspondencia entre Darwin y Hooker suma alrededor del 10% de todas las cartas de Darwin que se conservan en la actualidad. En una de las más famosas, Hooker le dice a Darwin, medio en broma, medio en serio, que eso de decir que las especies cambiaban era como confesar un asesinato.
Corría el año 1844 y hacía casi una década que el Beagle había vuelto a Inglaterra. Faltaban todavía 15 años para que Charles Darwin publicase ‘El origen de las especies’, pero las ideas sobre selección natural llevaban ya tiempo madurando en su cabeza. Para él, todo encajaba en su teoría de la evolución. Hooker tenía sus dudas. El debate queda patente en las cartas, sobre todo, alrededor de por qué los insectos de ciertas islas han perdido la capacidad de volar. Una nueva investigación asegura haber demostrado que Darwin tenía razón.
El riesgo de tener alas
¿Por qué dejar de volar cuando la biología te ha dado el poder de evitar los peligros del suelo? La pregunta lleva muchos años sobre la mesa. Darwin y Hooker no fueron los primeros en darse cuenta de que algunas especies de insectos parecían haber perdido las ganas de volar. Tenían alas, pero las usaban poco o nada y preferían moverse por el suelo.
Este fenómeno es más evidente en las islas que en el continente. De hecho, en los mares australes, no hay muchas especies autóctonas de insectos que vuelen como sus primos del norte. Darwin y Hooker tenían dos respuestas diferentes para el mismo problema. El primero aseguraba que, en las islas, volar incrementaba las probabilidades de que el viento te arrastrase hacia el mar. Allí los insectos morían y no llegaban a reproducirse. Así, los más reacios a volar enfocaban su energía en la reproducción. A la larga, tenían más éxito y se convertían en los predominantes.
La hipótesis de Joseph Hooker era diferente. Aseguraba que volar implicaba un alto coste energético y que, si no era necesario mover las alas para sobrevivir en las islas, era mucho más efectivo dirigir toda esa energía hacia otros propósitos, como la reproducción. Así, con el tiempo, los insectos que optaban por esta vía tendrían más éxito. El debate lleva más de 160 años abierto.
Hoy, claro, podemos añadirle datos a la discusión. A nivel global, alrededor de un 5% de las especies de insectos alados han perdido la habilidad de volar. Pero en las islas venteadas, los porcentajes se disparan. Una nueva investigación dirigida desde la Monash University School of Biological Sciences y publicada en ‘Proceedings of the Royal Society B’ señala que el 47% de las especies autóctonas de las islas subantárticas no vuelan. Y han descubierto por qué.
Los rugientes cuarenta y los insectos que no vuelan
Los vientos suelen tener nombres propios. En los océanos australes, los rugientes cuarenta son los protagonistas. Estos fuertes vientos, que se registran entre los 40 y los 50 grados sur, se conocen también como los cuarenta bramadores o, simplemente, los aulladores. Se mueven de oeste a este y alcanzan gran velocidad gracias a la rotación de la Tierra, el movimiento convectivo del aire desde el ecuador hacia el polo sur y a que no encuentran apenas obstáculos.
Allí, en las islas barridas por los aulladores, los investigadores de Monash han ido a buscar las pruebas para zanjar definitivamente el debate. Utilizando un gran conjunto de datos sobre los insectos de estas islas, los científicos pusieron a prueba todas las hipótesis. “Si Darwin se hubiese equivocado, entonces el viento no explicaría de ninguna manera por qué tantos insectos han perdido la capacidad de volar en estas islas”, señala Rachel Leihy, primera firmante del estudio.
El resultado de su investigación subraya que solo la idea de Darwin explica, en parte, el camino evolutivo que han seguido estos insectos. El estudio concluye que el viento constante dificulta el vuelo de los insectos, haciéndolo más peligroso y costoso desde un punto de vista energético. Así, los individuos que han tenido más éxito son aquellos que han dedicado menos energía a las alas y los músculos que las mueven y más a la reproducción en la tranquilidad del suelo.
“Es notable que después de 160 años las ideas de Darwin sigan aportando conocimientos relevantes para la ecología”, añade Rachel Leihy. Su teoría sigue dando sentido a la vida en la Tierra. Nos permite explicar tanto la aparición de un simio capaz de crear herramientas cada vez más avanzadas, como por qué las polillas de los mares australes se arrastran en lugar de volar.
En Nobbot | Hace 150 años que sabemos que estamos cambiando el clima y estos científicos lo demuestran
Imágenes | Unsplash/Photoholgic, Rob Pumphrey, Juan Pablo Mascanfroni