A unos cuatro kilómetros de la costa de L’Estartit, en Girona, pasadas las islas Medes, el Mediterráneo se hunde hasta los 90 metros. Allí Josep Pascual lleva 50 años midiendo el cambio climático tres veces por semana.
La primera vez que Pascual anotó datos meteorológicos en su libreta, Charles Keeling acababa de demostrarle a la comunidad científica que las emisiones de CO? estaban calentando el planeta. Pasarían todavía muchos años hasta que el mundo escuchara y el cambio climático se convirtiese en una realidad palpable.
Los datos de la estación meteorológica de L’Estartit, de la que se sigue encargando Pascual, son hoy la fuente de información oceanográfica más fiable del Mediterráneo. Han sido utilizados en infinidad de estudios. El último, publicado en agosto del año pasado, de la mano del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC y el Jet Propulsion Laboratory de la NASA.
“¿Tendencias observadas estos 50 años? Que no hay ninguna duda del cambio climático”, asegura Pascual. “Entiendo que haya gente que dude. Pero cuando uno analiza los datos que ha tomado uno mismo, que ha observado directamente de forma meticulosa, no hay dudas”.
Los datos y la sabiduría popular
Todo empezó con una lata de conservas. O, mejor dicho, con una barca, la Fiera del Mar. En ella, Rafel y Rafel, conocidos en el pueblo como els Felets, salían a pescar. Solían dejar los aparejos colocados al atardecer y los recogían por la mañana. “Cuando el tiempo lo permitía, claro”. Uno de los Rafel era el padre de Josep Pascual; el otro, su abuelo. De vez en cuando se llevaban a Josep al mar.
“Para poder pescar, el tiempo tiene que ser bueno en el momento en que dejas las redes y cuando las recoges. Entonces no había modelos de predicción como hoy en día, así que los pescadores observaban el viento, las nubes, el cielo… Y gracias a la sabiduría popular hacían una especie de previsión. Sus comentarios fueron los que iniciaron mi interés por la meteorología”, recuerda Pascual.
A los 13 años empezó a tomar sus primeros apuntes. No tenía instrumentos, así que no servían para mucho. “Un día me enfadé y tiré estas anotaciones a la basura, aunque luego me he arrepentido”. Al poco empezó a medir la lluvia con una lata de conservas. “Los primeros datos que conservo son de enero de 1966”; el primer año de anotaciones completas fue 1969. Desde entonces, la serie no tiene interrupciones.
“Cuando empiezas, nunca sabes si vas a ir en serio o no. Hasta que terminé el bachiller [con 16 años] no tenía más que un termómetro y un barómetro aneroide muy sencillos. Tomaba datos de temperatura y presión atmosférica, registraba la lluvia con la lata de conservas y hacía un cálculo aproximado”. La misión de Josep Pascual estaba en marcha y todo cogió impulso cuando dejó L’Estartit para estudiar en la escuela de agricultura de Barcelona.
En el camino de un pionero antártico
“Lo primero que hice en Barcelona fue ir al servicio meteorológico de la época para ver si me dejaban algún aparato para tomar las medidas con más precisión. Me acuerdo que cuando llegué había una mesa muy grande y un señor sentado frente a un mapa de símbolos en el que iba anotando las mediciones que le enviaban de otros lugares. Con un lápiz lo iba dibujando todo, trazando las isobaras…”
Pascual le explicó a este señor lo que quería y le enseñó las gráficas caseras que había hecho. Le prestaron un pluviómetro, pero la libreta con los datos se quedó encima de aquella mesa. Cuando Antoni Ballester, oceanógrafo y pionero de la investigación científica en la Antártida, pasó por la oficina al día siguiente, se interesó al momento por aquella información.
“Se puso en contacto conmigo y me invitó a lo que hoy es el Instituto de Ciencias del Mar. Me estuvo haciendo preguntas y decidió dejarme un termómetro de precisión y una botella Nansen en la que se aloja el termómetro y se toman muestras del agua. Me dejó el material bajo su responsabilidad; oficialmente los instrumentos nunca salieron del almacén”, recuerda Pascual.
«Manualmente sigo intentando revisar mis aparatos tres veces al día. Hago el esfuerzo para no perderme ni uno. Si algún día no puedo verlos, que a veces pasa, los echo de menos. Es parte de mi vida»
Así llegaron las primeras mediciones serias. Mientras estaba en Barcelona, era la madre de Josep la que cada día anotaba la temperatura del aire y el dato de pluviometría. Con el tiempo, la tecnología de la que disponía Pascual, gracias a la colaboración de varias instituciones, fue mejorando. Hoy guarda 18.000 fichas con la temperatura del aire, la humedad relativa, el viento… Pero sus datos más valiosos son, probablemente, los que ha tomado del mar.
“Hasta el año pasado salía a tomar la temperatura del mar en la misma barca en la que pescaban mi padre y mi abuelo. Empecé tomando unas 40 observaciones al año, pero he ido aumentando y desde el año 2000 tengo un centenar de mediciones anuales”. Unas tres veces por semana, si el tiempo lo permite.
“Muchas observaciones ya son automáticas, pero manualmente sigo intentando revisar el resto de mis aparatos tres veces al día. Hago el esfuerzo para no perderme ni uno. Para mí es casi como una droga. Si algún día no puedo ver los aparatos, que a veces pasa, lo echo de menos. Es parte de mi vida”, reflexiona Pascual.
La columna de agua del cambio climático
Cuando quiso empezar a medir lo que pasaba en el mar, tardó un tiempo en decidir cómo hacerlo. Acabó eligiendo un punto a cuatro kilómetros de la costa, detrás de las islas Medes, donde el Mediterráneo alcanza los 90 metros de profundidad. Una gran columna de agua en la que medir la temperatura lejos de la superficie.
Tras una serie de sondeos irregulares, en 1974 empieza la serie. Temperatura del agua tomada en siete niveles diferentes: en superficie, a cinco metros de profundidad y cada 15 metros hasta llegar a los 80. “Salvo en invierno, que, si el tiempo es malo, me salto tres niveles”, puntualiza Pascual. “He calculado temperaturas promedio en superficie y a los 20, 50 y 80 metros. Tengo resúmenes mensuales desde entonces”.
Desde hace 30 años, observa también el nivel del mar con un aparato casero, “pero muy eficiente”. Se trata de una boya colocada dentro de un bidón para evitar que se vea afectada por las olas. Esta boya está atada a una pieza que bascula y en el otro extremo lleva una plumilla y un tambor registrador. “Cada semana cambio el papel del tambor, introduzco el dato de cada dos horas en una hoja de cálculo y saco valores medios. Así desde enero del año 90”.
Datos para despejar dudas
De vez en cuando, Pascual cambia los termómetros por una tenora, un instrumento similar a un clarinete, pero de sonido más metálico. “Con la nueva normalidad, muchos ‘bolos’ se han anulado, pero alguno hacemos”. Se refiere a los conciertos con la Principal de Banyolas, una cobla de sardanas. La música ocupa una parte importante de su tiempo, pero las prioridades parecen claras.
«Otra de las cosas que estoy estudiando son las playas que se extienden al sur de L’Estartit. Desde el año 1993 tengo datos fiables de su posición tomada con un aparato topográfico desde un vértice geodésico que hay aquí. He calculado la superficie de la playa se ha reducido, en promedio, unos 20 metros por la erosión y otros factores». Y es que los datos de Pascual sirven, sobre todo, para despejar dudas.
“La temperatura del aire en estos 50 años ha subido casi dos grados de media. La del mar en superficie, un grado, y, en su conjunto, casi medio grado”
Durante el último medio siglo, la temperatura del aire ha aumentado 0,05 °C cada año. La de la superficie del mar lo ha hecho 0,03 °C y las profundidades se han calentado 0,02 °C cada año. “El mar no solo se calienta en superficie, sino que va almacenando el calor”, señala Pascual. “En cuanto al nivel del mar, en los últimos 30 años ha subido medio palmo”; una media de 3,1 milímetros anuales, en concreto.
“La temperatura del aire en estos 50 años ha subido casi dos grados de media. La del mar en superficie, un grado, y, en su conjunto, casi medio grado”. Tendencias que despejan las dudas del cambio climático.
Los datos cobran más valor científico si cabe cuando se comparan con las observaciones satélites y la información que se ha acumulado en otras estaciones del Mediterráneo. Pero, a pesar de todos los avances en oceanografía, la serie de L’Estartit sigue siendo la base de datos de referencia. Un tesoro de información que habría sido imposible la dedicación de Josep Pascual, ingeniero de formación pero aficionado a la meteorología y a la música.
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Imágenes | Cedidas por Josep Pascual