¿Cómo será España en 2050? ¿Habremos sido capaces de cambiar el sistema para frenar el cambio climático al tiempo que construíamos una sociedad más justa?
Los desafíos que enfrentamos en nuestro tiempo son enormes. Tanto que parece difícil abarcarlos todos y encontrar una solución a los problemas. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 nos ha hecho cambiar, un poco, la perspectiva. La urgencia por buscar una salida y aprovechar la oportunidad para mejorar nuestra relación con la naturaleza es absoluta.
En España, al igual que en muchos países de nuestro entorno, el Gobierno se ha rodeado de un grupo de un centenar de expertos de diferentes disciplinas y colores políticos para diseñar una hoja de ruta a largo plazo. Para utilizar la salida de esta crisis como un trampolín que nos ayude a saltar crisis futuras. Julio Lumbreras, ingeniero industrial con especialidad en química y medioambiente, director para Norteamérica de la Universidad Politécnica de Madrid y profesor visitante en Harvard, es uno de los integrantes de este grupo, bautizado como ‘España 2050’.
– La pandemia ha puesto patas arriba las prioridades de los países, al menos sobre el papel. ¿La COVID-19 va a acelerar la transición energética?
Creo, y espero, que sí. La transición energética tiene muchos beneficios, sobre todo en generación de empleo y en mejora de la calidad de vida de ciudadanos. Incluso, si se hace bien, en fomento de la igualdad y lucha contra la brecha social. Nos estamos dando cuenta. No hay más que ver el paquete de reconstrucción que se acaba de aprobar a nivel europeo, un acuerdo histórico.
«La pandemia nos ha hecho darnos cuenta no solo de que se puede vivir de otra manera, sino que ese vivir de otra manera tiene muchas ventajas»
– La verdad es que los últimos meses se han dado pasos importantes. En España se ha iniciado la tramitación de la Ley del Cambio Climático. Se han tomado las primeras medidas del Pacto Verde Europeo. ¿Estas medidas llegan a tiempo?
Depende de a qué te refieras con llegar a tiempo y para qué. Es una reflexión un poco filosófica. Hay un profesor aquí en Harvard que dice, en modo irónico, que no le preocupa la Tierra, porque la Tierra va a permanecer. Lo que le preocupa es la humanidad. Así que, ¿llegamos a tiempo para que la humanidad siga habitando este planeta? Está por ver.
Si nos centramos en el cambio climático, la evidencia científica dice que los riesgos de un cambio profundo en el sistema climático de la Tierra son muy elevados si no hacemos algo a corto plazo. Pero además existen otros límites planetarios. En general, estamos muy apurados para conseguir sobrevivir como especie en el planeta.
Como soy optimista, creo que hay tiempo. Lo que pasa es que hay que tomar medidas mucho más drásticas. En ese sentido, la pandemia nos ha hecho darnos cuenta no solo de que se puede vivir de otra manera, sino que ese vivir de otra manera tiene muchas ventajas. Esta experiencia colectiva que hemos tenido nos ha hecho darnos cuenta de que las ciudades se pueden pasear y de que las ciudades con una calidad del aire mejor son mucho más agradables. Merece la pena trabajar por ciudades distintas.
– Está bien el optimismo, porque si en Europa se están dando pasos lentos, en otros países como Estados Unidos o China…
Bueno, eso es así y no es así. En Estados Unidos, muchas ciudades van por delante. Lo que pasa es que a nivel federal el compromiso político es mucho más bajo. Y China, por ejemplo, se ha subido a la ola de la energía renovable porque ha visto una buena oportunidad de negocio. Ahora mismo, lidera sectores como la fabricación de paneles solares o el uso de vehículos eléctricos.
– La investigación y el desarrollo son clave en la salida de la pandemia y la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, a las primeras de cambio hemos visto cómo se recortan los presupuestos. ¿La búsqueda de resultados a corto plazo nos está limitando?
Pues sí, nos cuesta planificar a largo plazo. La investigación y el desarrollo forman una estrategia de medio y largo plazo y cuesta combinarla con resultados a corto plazo. Ahí es donde entra la innovación, que es donde peor está España. Nosotros somos muy innovadores como sociedad y como personas. Somos creativos. Pero creo que no lo potenciamos lo suficiente.
– ¿Está la respuesta a los problemas ambientales en la innovación tecnológica?
Es muy importante, pero no es lo único. Hace falta un cambio exponencial, no sirve mejorar un poco las cosas, hay que cambiar drásticamente. La tecnología es la que nos permite dar esos cambios exponenciales. Lo hemos vivido antes. Así que diría que lo vamos a hacer con la tecnología, pero la tecnología sola no puede hacerlo.
Necesitamos mucha innovación social y mucha participación de los ciudadanos. Si no, es absolutamente imposible. Las soluciones tecnológicas están ahí, pero no se implementan. ¿Por qué? Porque por sí mismas no sirven. El caso más claro es el de los vehículos eléctricos. La tecnología está ahí, pero casi nadie la compra.
«Todos sabemos lo que hay que hacer, hay que descarbonizarse, hay que cambiar los patrones de consumo… Lo que es difícil es el cómo»
– A menudo se repite que los enfoques de resolución de problemas tradicionales no sirven para afrontar el desafío climático. ¿Qué tiene que cambiar?
No hay una solución mágica. Todos sabemos lo que hay que hacer, hay que descarbonizarse, hay que cambiar los patrones de consumo… Lo que es difícil es el cómo. Hay muchas teorías y estudios al respecto. Yo creo que lo primero es tener un sentido compartido de que esto hay que cambiarlo. Es algo en lo que la pandemia nos ha podido ayudar. Nos hemos dado cuenta de que urge cambiar las cosas y es posible hacerlo.
Así, lo primero es ese sentido de urgencia e interés compartido. Después hay que tener en cuenta que estamos ante problemas muy complejos, que funcionan como una tela de araña. Si aplicas presión en un único punto, la tela no se rompe. Tienes que hacer presión en muchos puntos a la vez para que al final se rompa. Para conseguir una transformación sistémica hace falta identificar una serie de palancas de transformación, iniciativas y proyectos que, de forma coordinada y no aislada, consigan cambiar el sistema. Este segundo elemento es muy difícil de llevar a la práctica.
– Durante las semanas de confinamiento más estricto, se habló mucho de nuevos modelos de movilidad, de ciudades más sostenibles. Pero tras la vuelta a la actividad, las emisiones han regresado a niveles normales y el coche se ha convertido en el vehículo de la nueva normalidad. ¿Qué hacemos?
Es difícil porque hay mucha inercia y porque es un problema sistémico. Tenemos montada la sociedad para funcionar de esa manera. Creo que es importante que, en el futuro, recordemos de vez en cuando la experiencia que hemos vivido. Tenemos que darles valor a esas ciudades distintas, con más paseos y más bicicletas, que hemos experimentado. Es decir, hemos visto que las ciudades sostenibles no son una cosa teórica, las hemos experimentado de forma parcial.
Durante lo más duro de la pandemia hemos sufrido mucho, pero el confinamiento nos ha mostrado nuestro entorno de una forma distinta. Creo que esa experiencia de vida diferente tenemos que rememorarla de vez en cuando.
«Dejar que el coche acabe ganando espacio en las ciudades sería un fracaso»
Por otra parte, hay que tomar decisiones políticas que hagan más accesibles las alternativas al modelo actual. Con lo del coche se nota mucho. Nosotros [desde la plataforma El Día Después] hemos lanzado una iniciativa con una red de ciudades españolas para aplanar la curva de la movilidad. Ahora mismo, tenemos picos de tráfico por la mañana y por la tarde. Aplanar la curva significa que la gente no se mueva tanto las horas pico, fomentando el teletrabajo y la flexibilidad horaria.
Si la gente tiene que seguir yendo a trabajar a las ocho de la mañana todos los días y tiene miedo de contagiarse en el transporte público, el que pueda va a ir en su coche. Esto, además, va a incrementar la desigualdad. Los que más se van a contagiar son los que menos recursos tienen para moverse en coche.
– La verdad es que ahora mismo hay muchos frentes abiertos, pero ¿dejar que el coche acabe ganando espacio en las ciudades sería un fracaso?
Sin duda, sería un fracaso. Es complicado, pero no podemos generalizar. Hay situaciones en las que el coche es imprescindible. Hay que montar sistemas para reducir los desplazamientos en los que el coche no sea necesario. Y luego fomentar la multimodalidad, que la gente se pueda mover en diversos modos de transporte.
Lo que también tenemos que pensar es que muchas de las formas alternativas de movilidad son más saludables. Por ejemplo, podemos fomentar la movilidad activa, que los desplazamientos de la última milla se hagan andando o en bicicleta. Supone una mejora para la ciudad y en la calidad de vida y la salud de las personas. En los países nórdicos, está muy aceptado. Allí, muchos CEO y altos ejecutivos van en bicicleta a su trabajo porque es bueno para su salud.
– En relación con la contaminación, varios estudios recientes han relacionado la polución atmosférica con la incidencia del coronavirus. ¿Cuáles cree que son las causas de esta relación aparente?
En temas de calidad del aire es muy difícil asegurar la causalidad de los problemas. Pero parece que hay evidencias de que el coronavirus se pega a ciertos tipos de partículas. Cuanta más contaminación hay, más partículas están en suspensión y más fácil sería la transmisión.
– Forma parte del think tank de más de 100 expertos que asesora al Gobierno para diseñar la hoja de ruta de la recuperación tras la pandemia, una hoja de ruta a largo plazo. ¿Cuáles tienen que ser las claves de esta recuperación?
El grupo se estructura en distintos puntos de trabajo, yo estoy en el de urbanización y ciudades. Estamos pensando en qué pueden hacer las ciudades, pero hay muchísimos otros temas: población, cambio climático… Es difícil decir qué tiene que hacer España.
Así, de forma general, lo que hay que hacer es algo parecido a lo que hablábamos antes. Tenemos que aumentar la concienciación de la población española. En ese sentido estamos ante una oportunidad única. Y luego hay que desarrollar políticas que toquen todas las palancas de transformación de forma coordinada. Hay que desarrollar políticas de innovación, políticas fiscales, políticas de inversión, etc.
– ¿Cuándo esperan tener resultados?
Ahora mismo estamos preparando un documento y no podemos desvelar los detalles. Estamos analizando las tendencias en España, qué ha pasado hasta ahora y qué puede pasar. Es un trabajo de prospectiva a largo plazo, con vistas a 2050. En función del análisis, propondremos una serie de intervenciones para adaptarse a las tendencias y para que España esté mejor preparada.
Se trata de un trabajo de largo recorrido, que se va a mantener en el tiempo, pero creo que pronto sacaremos algún documento. No puedes estar reflexionando durante años, la sociedad no lo entendería en la situación en la que nos encontramos.
– Volviendo sobre la movilidad, además de cambios estructurales, se están implementando cada vez más estrategias de emergencia. Por ejemplo, el Protocolo ante casos de alta concentración de NO2 de Madrid, en cuya elaboración participó. ¿Cuáles son los riesgos para la salud de los episodios de alta contaminación?
Cuando se habla de calidad del aire, los riesgos son de dos tipos: la mortalidad y la morbilidad. La contaminación del aire de forma continuada incrementa la mortalidad por otras causas. De hecho, a nivel mundial, se estima que unos siete millones de muertes al año están relacionados con la contaminación del aire. Es una barbaridad.
En cuanto a la morbilidad, hablamos de problemas puntuales, como ingresos hospitalarios, por picos de contaminación. Estos picos afectan mucho a personas vulnerables, niños y mayores, gente con problemas respiratorios… Los episodios de alta contaminación tienen grandes efectos sobre la salud. Pero no hay que olvidar que la exposición continuada tiene un impacto igual o más importante.
– Si no logramos reducir esta contaminación de fondo ni los picos puntuales, ¿llegaremos a tener que implementar otras medidas en las ciudades como, por ejemplo, el uso continuado de mascarillas?
Hay países que ya lo hacen, como China o la India. Los purificadores de aire para interior son uno de los equipamientos domésticos más demandados en algunas ciudades de Asia. Lo que pasa es que esta no es la solución. Es como si ahora con la pandemia dijésemos que no vamos a buscar una vacuna porque con ponernos la mascarilla ya es suficiente. El riesgo sigue ahí y el problema no se ataja.
«Las ciudades, sin el mundo rural, no sobrevivirán. Pero si en el rural no hay servicios, como un centro de salud o educativo cerca o internet de calidad, la gente no va a querer vivir ahí»
– No hemos dejado de hablar de las ciudades. Con una tasa de urbanización imparable, el 80% de la población mundial vivirá en ellas en 2050. Pero ¿qué hacemos con el 20% restante?
No hay que verlo como dos puntos separados. Las ciudades, sin el mundo rural, no sobrevivirán. La mayor parte de productos que se consumen en las ciudades vienen del campo. No soy un experto en el ámbito rural, pero lo que he leído que dicen los expertos es que hay que dar oportunidades a las personas para que elijan. Si en el mundo rural no hay servicios, como un centro de salud o educativo cerca o internet de calidad, la gente no va a querer vivir ahí. Se deberían ofrecer esos servicios para que la gente pueda elegir dónde vivir. Lo que pasa es que eso conlleva unas inversiones elevadas.
Además, no sé cómo van a ir evolucionando las cosas. Tras la pandemia, hay gente que ha decidido irse a vivir al campo. Teniendo internet y pudiendo teletrabajar, podemos vivir en un entorno mucho más tranquilo, en contacto con la naturaleza. No descartaría que hubiera una cierta migración al ámbito rural si se diesen las condiciones adecuadas de servicios y de trabajo.
– Podría pasar, pero desde el punto de vista de la transición energética y de la lucha contra el cambio climático, ¿no es más eficiente que vivamos en ciudades?
Hay estudios que muestran que vivir en ciudades es más eficiente en muchos sentidos. Hay una regla que dice que cuando se duplica el tamaño de una ciudad, mejora la eficiencia de los servicios en un 15%. Mejoran también los niveles de investigación, de atracción de talento, de desarrollo…
Siendo verdad, esto no es lo único a tener en cuenta en una transición energética justa y sostenible. Por ejemplo, si tuviéramos una red eléctrica 100% renovable podrías tener un coche eléctrico en el rural y ser perfectamente sostenible.
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Imágenes | Julio Lumbreras, Unsplash/Matthew Henry, Kaspars Upmanis, Kristen Morith