Laura Villadiego es cofundadora de Carro de Combate, un colectivo de periodistas con un objetivo muy claro: investigar el impacto de todo lo que consumimos.
El germen del proyecto nació hace casi una década, cuando Villadiego vivía en el sudeste asiático y Nazaret Castro, el otro pilar del colectivo, en América Latina. Cada una por su lado, empezaron a entender cómo se producían todos aquellos productos que ellas mismas consumían cuando residían en España. Y vieron que era necesario contarlo.
En los últimos años, han publicado investigaciones pormenorizadas sobre el impacto económico, social y medioambiental de la industria del azúcar y el aceite de palma, además de una veintena de informes sobre otros productos. Su próximo trabajo se centrará en otra industria altamente controvertida: la de la moda. Hablamos con Villadiego para conocer mejor su trabajo y las repercusiones que tiene consumir como lo hacemos.
– ¿Con qué objetivo nació Carro de Combate?
Nació para trasladar la información que estábamos recogiendo en nuestros lugares de trabajo, que en aquellos momentos estaban en América Latina y el sudeste asiático, sobre cómo se producen los productos que consumimos en España. Veíamos que este relato no estaba llegando a los consumidores.
Además, queríamos redirigir la forma como se contaban este tipo de historias. Cuando se hablaba de malas condiciones laborales, explotaciones de tierra o impacto medioambiental, parecía que se trataba de hechos anecdóticos. Que era algo sucedía en un lugar concreto y un momento determinado. Pero nosotras estábamos viendo que no era así. Se trataba y se trata de la forma general de fabricar las cosas.
Decidimos dar una visión más global y más elaborada de este tema. De hecho, cuando nació el proyecto, nuestro objetivo era centrarnos en el trabajo esclavo, pero pronto vimos que todos los impactos estaban entrelazados y no se podían disgregar los unos de los otros. No podías tratar la explotación laboral sin hablar de explotación de tierras o de contaminación del mundo natural. Hay que contar toda la historia para entender realmente lo que hay detrás.
– ¿Por qué es tan importante conocer bien el impacto social, económico y ambiental de los productos que consumimos?
Es importante tener en cuenta que estos impactos también nos llegan a nosotros y tienen repercusión en nuestra vida. El primer impacto, muy evidente, es el de la competencia internacional por los salarios más bajos. Promover cadenas de producción que se benefician de salarios de miseria en regiones como América Latina, África o el sudeste asiático termina afectando a nuestras condiciones laborales.
Lo mismo sucede con la emergencia climática: los cambios en los patrones climáticos afectan a las temperaturas, las lluvias o la productividad de la tierra a nivel global.
– ¿Crees que la sociedad está bien informada sobre esta temática?
En general, no. Hemos pasado de falta de información a sobreinformación. La principal dificultad ahora no es conseguir información, sino saber cuál es valiosa y veraz y cuál no. Gran parte de los relatos están manipulados para hacernos pensar que acciones que tienen un gran impacto social y medioambiental en realidad no lo tienen, como sucede con el green washing.
Además, las empresas no se valen solamente de la publicidad para transmitirlos, sino que también pagan reportajes en medios, por ejemplo. Antes, cuando había algún tipo de escándalo con respecto a alguna industria, intentaban taparlo todo lo posible. Ahora son proactivas y tienen una campaña ya preparada para contrarrestar la situación. Otras, como Inditex, no hacen nada y esperan a que la sobreinformación acabe ahogando el tema. Y les funciona.
“La pandemia nos ha mostrado que no es tan sencillo que los productos lleguen a la tienda donde los compramos”.
– Carro de Combate lleva informando desde 2012. ¿Habéis notado cambios en los consumidores durante este tiempo?
Hay más concienciación. Los momentos de crisis hacen que nos replanteemos las cosas, y la de 2008 marcó un momento de inflexión. Mucha gente se empezó a preguntar cómo habíamos llegado hasta allí, y muchas respuestas pasaban por cuestionar nuestro sistema económico, productivo y de consumo.
La pandemia y los periodos de confinamiento han sido un nuevo punto de inflexión. Han valido para visibilizar la complejidad de las cadenas de suministro. Empezamos a darnos cuenta de que no es tan sencillo que los productos lleguen a la tienda donde los compramos y que, cuanto más larga es la cadena, más perdemos el control sobre ella.
– Si la sociedad estuviera más concienciada, ¿cambiaría el sistema productivo?
Yo creo que sí, porque este se sustenta en nuestras necesidades y, sobre todo, en nuestra actividad económica. Si no estamos dispuestos a gastar el dinero en las opciones habituales y optamos por las alternativas, los sistemas productivos cambiarán.
El problema es que las alternativas con menor impacto social y medioambiental son a menudo más caras, al reflejar todos los costes reales del sistema productivo. Esto no quiere decir que las otras sean baratas porque producen de forma más económica: simplemente existe una serie de costes que no se están pagando. Se deja que sean otras personas las que soporten sobre sus hombros este sistema productivo.
“Hasta que no tengamos el tiempo suficiente para pararnos a leer, reflexionar y comparar será muy difícil crear una sociedad informada».
Tampoco podemos olvidar que en nuestra sociedad hay mucha precariedad, lo que lleva a menudo a elegir la opción más barata, y que trabajamos muchas horas. Como resultado, no tenemos tiempo para estudiar cuáles son las opciones. Consumimos con el piloto automático puesto. Hasta que no tengamos el tiempo suficiente para pararnos a leer, reflexionar y comparar será muy difícil crear una sociedad informada.
– ¿En qué sector es más fácil hacer un cambio a nivel individual?
Tengo muy claro en cuáles es muy difícil: aquellos que producen bienes complejos, como los productos electrónicos o los automóviles. Es más sencillo en los más básicos o menos procesados, como la alimentación. En este sector hay muchas iniciativas que, además, han ganado fuerza en los últimos años.
Tampoco es difícil en el caso de la moda. Tenemos tiendas de segunda mano, podemos hacer intercambios y además hay marcas de moda sostenible. La banca es otro de los sectores que ofrece cada vez más opciones alternativas.
Es importante también prestar atención al consumo de los medios de comunicación. Es importante elegir qué leer y apoyar los medios adecuados, porque si no los apoya la sociedad los apoyarán la industria y las empresas. Y entonces serán estas las que determinen los mensajes que van a transmitir.
– Acabáis de conseguir fondos para investigar el impacto de la industria de la moda, atendiendo a todo el ciclo de vida del producto. ¿Cómo lo haréis?
Carro de Combate lleva investigando el impacto social del sector textil desde sus inicios. Sin embargo, existe también una gran huella medioambiental de la que apenas se está hablando, que a su vez deriva en consecuencias sociales. Son lo que llamamos impactos socioambientales. Es en esto en lo que queremos centrarnos.
Nuestro objetivo es realizar la investigación en los países en los que se producen los bienes y también aquí, en donde tenemos el problema de los residuos. Como siempre, nuestro objetivo es investigar todo el reguero de impactos que hay y ponerles voces. Hablar con las personas que conocen lo que pasa de primera mano, lo están sufriendo o están luchando contra ello.
– ¿Qué impacto tienen en el planeta las compras compulsivas de fechas como el Black Friday o la Navidad?
No hablaría solo de compras compulsivas, sino también de compras forzadas. En Navidad estamos forzados a comprar, porque estamos forzados a regalar. Creo que es algo contra lo que debemos luchar. Compramos cosas que no necesitamos y que sabemos que pueden acabar en un cajón o en la basura.
“En Navidad estamos forzados a comprar, porque estamos forzados a regalar. Creo que es algo contra lo que debemos luchar”.
Esto genera una importante huella medioambiental en forma de emisiones de gases de efecto invernadero y también de residuos. Los encargados de gestionar los residuos son las administraciones públicas, que pagamos nosotros mismos. Generan un gran problema, porque se incineran, se quedan en los vertederos o se mandan a otros países, pero muchos están empezando a devolverlos.
Cuando las compras son online, entra en juego también la huella ecológica asociada al envío. La logística del comercio online es ineficiente, ya que se realizan muchos envíos a diferentes lugares y aumentan las probabilidades de tener que hacer devoluciones. Muchas veces, los productos que devolvemos ni siquiera se vuelven a vender: acaban en la basura. Pero todo esto no nos lo cuentan cuando compramos en una plataforma online.
– Acabáis de sacar una segunda edición de vuestro libro, ‘Consumir es un acto político’, y recomendáis comprarlo en pequeñas librerías. ¿Qué impacto tienen corporaciones como Amazon?
Aquí entra en juego un elemento de competencia. Cuando todo el mundo compra en Amazon, es esta empresa la que decide todas las condiciones del mercado y el sector. Si hay una multitud de actores, es más difícil que solo uno imponga las condiciones.
Esto es teoría económica básica. Sin embargo, estamos viendo como cada vez hay más concentración en pocas empresas, y los pequeños se ven abocados a aceptar las condiciones de los grandes o a cerrar.
– ¿Cómo podemos usar esta época del año para aprender a consumir de forma crítica y responsable?
Si ya eres un convencido del consumo crítico, mi primer consejo es evitar usar estas fechas para sermonear sobre el despilfarro. Es más interesante abrir el debate de forma positiva, sin recriminar. De lo contrario, podemos causar rechazo. Una forma de hacerlo es regalar algo positivo en este sentido: hay muchos libros sobre consumo y estilos de vida sostenible, por ejemplo.
Otra buena idea es romper la idea de los regalos. ¿Por qué no regalar cosas de segunda mano? Por ejemplo, cosas que ya tienes y que pueden ser especiales para otra persona. Trasladas el mensaje de que “no quiero comprarte algo absurdo, pero quiero darte esto que es especial para mí”.
También podemos intentar cocinar las comidas con alimentos de temporada y proximidad, y ver cómo cambia todo. No habrá langostinos, pero sí muchas otras cosas que formaban parte de las comidas y cenas de Navidad de nuestros abuelos y que hemos perdido. Podemos bucear en el pasado para ver qué hacíamos antes.
De esta forma, la gente puede empezar a replantearse poco a poco algunas cosas que damos por sentado durante esta época. Y hacer un ejercicio de reflexión, que al final es lo más importante.
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Imágenes | Laura Villadiego, Carro de Combate, Unsplash/Asim D’Silva