Sujeto, verbo y predicado. Un mensaje codificado en ondas de radio. Un pergamino con más de 2000 años de vida. Un saludo levantando las cejas. La lengua de signos y los puntos en relieve del braille. El silbo de la Gomera.
Los seres humanos nos comunicamos de forma constante. Lo hacemos a través de miles de sistemas y soportes diferentes. Nuestra capacidad de lenguaje ha cristalizado en alrededor de 7000 idiomas vivos, y muchos otros miles ya desaparecidos a lo largo de la historia. Además, cuando estamos juntos, nos pasamos información unos a otros con gestos, expresiones, sonidos y acciones. La comunicación nos define y el lenguaje es nuestra razón de ser. ¿Hablan otros animales?
Durante mucho tiempo, pensábamos que la comunicación era algo exclusivamente humano. Después, poco a poco, fuimos descubriendo que había otras especies que también se intercambiaban información. Ahora, un nuevo estudio publicado por Andrew Adamatzky, del Unconventional Computing Laboratory de la Universidad de West England (Reino Unido), ha descrito por primera vez el lenguaje de los hongos. La investigación sostiene que hablan mediante impulsos eléctricos que articulan en algo parecido a palabras y frases.
El lenguaje humano y el lenguaje animal
¿Quién no ha hablado con su perro, su gato o su tortuga? En estos días, hasta conversamos con nuestro robot aspirador. Creemos, incluso, que nos entienden y, en el caso de algunos animales, es probable que estemos en lo cierto. La comunicación es un fenómeno mucho más extendido de lo que podríamos suponer. Allá donde los científicos lo han analizado, han encontrado algún sistema de comunicación. Los microorganismos tienen modos de pasarse información unos a otros y plantas y animales incluso se comunican entre especies.
Al fin y al cabo, comunicar es transmitir información a otro ser con la intención de provocar algún tipo de cambio en quien la recibe. Dar la voz de alarma o avisar de dónde hay comida. Parece difícil que esta capacidad tan ventajosa haya sido olvidada al margen de la evolución y solo haya aparecido en un puñado de especies privilegiadas. Sin embargo, el lenguaje es algo diferente. El lenguaje es una forma estructurada de comunicación. De todos los que se han analizado, el humano es el más complejo.
El lenguaje de los seres humanos es arbitrario (¿hay algo en la palabra casa que se parezca a una casa?), simbólico, sistemático, vocálico, nace de la convención social y es productivo y creativo. Los idiomas y dialectos evolucionan día a día de la mano de quien los usa. Por ahora, no se ha encontrado ningún lenguaje animal que reúna todas estas características, pero sí alguna de ellas.
Los bonobos y los chimpancés, nuestros primos cercanos, mantienen conversaciones en las que respetan turnos y utilizan lenguajes con un fuerte componente social. El repertorio de llamadas de los suricatos es arbitrario. Y los cetáceos tienen idiomas adaptados a sus culturas locales (una especie de dialectos) e incluso han demostrado la habilidad de comprender sistemas de comunicación complejos como los humanos.
El lenguaje de los hongos
En bonobos, delfines o suricatos, así como en el resto de animales, la comunicación y el lenguaje funcionan gracias al papel de las células nerviosas y, en particular, de las neuronas. La comunicación en nuestro interior también funciona de la misma manera, a través de los impulsos que transmiten estas células. Los hongos no tienen sistema nervioso ni neuronas, pero, aun así, sí parecen enviar cierta información mediante impulsos eléctricos a través de las hifas, los filamentos que forman la estructura de los hongos.
Estos filamentos forman una inmensa red subterránea que conecta diferentes colonias de hongos a lo largo de muchos kilómetros. Hasta ahora, se creía que estas redes podían tener un funcionamiento similar a los sistemas nerviosos animales y que los hongos parecían transmitirse algún tipo de información mediante impulsos nerviosos a través de las hifas. Sin embargo, el estudio de Adamatzky ha querido ir un poco más allá.
Usando pequeños electrodos, los investigadores registraron los impulsos eléctricos transmitidos a través del conjunto de hifas (llamado micelio) de cuatro especies de hongos distintas. Así, descubrieron que los impulsos variaban en amplitud, frecuencia y duración. Tras analizarlos con matemáticas, los científicos aseguran haber detectado una especie de lenguaje propio, compuesto por hasta 50 palabras en los casos más complejos. Unidades de significado que los hongos organizan en frases.
Sin embargo, esta interpretación no convence a toda la comunidad científica. En un artículo publicado en ‘The Conversation’, Katie Field, profesora de procesos del suelo en la Universidad de Sheffield (Reino Unido), argumenta que la posibilidad de que los hongos tengan su propio lenguaje eléctrico para compartir información específica es real. Aunque también podrían existir explicaciones alternativas para ese intercambio constante de impulsos detectados en el micelio.
La científica señala, por ejemplo, que el ritmo de los impulsos eléctricos es similar a la forma en que los nutrientes fluyen a través de las hifas. Así, lo que estamos interpretando como lenguaje podría ser en realidad un reflejo de los procesos celulares y no tanto una manera compleja de comunicación. Otra posible razón podría estar relacionada con los patrones de crecimiento de los hongos y los procesos mediante los que explora el entorno en busca de alimento.
«Además, queda la posibilidad de que las señales eléctricas no representen ningún tipo de comunicación o proceso. Simplemente, la carga eléctrica de la punta de las hifas podría haber generado picos de actividad en contacto con los electrodos [usados en el experimento]», señala Field en el artículo. Es decir, es pronto para concluir que hemos descubierto el lenguaje de los champiñones. La pregunta queda pendiente de respuesta: ¿hablan los hongos entre sí?
En Nobbot | Naturaleza gore: Hongos alucinógenos, anfetaminas y orgías en insectos zombis
Imágenes | Unsplash/Ali Bakhtiari, Priscilla Du Preez, Mathew Schwartz