¿Habéis reflexionado alguna vez en el lenguaje? No en el lenguaje usado en cada momento de nuestros días. Tampoco el lenguaje culto o el lenguaje de las tan charlatanas redes sociales. Digo el lenguaje como facultad humana, como herramienta suprema creada por el hombre. La mayor herramienta transformadora. ¿En qué momento tuvimos la capacidad de crearlo? Creo que será una respuesta nunca contestada.
Pero vayamos a la idea que quiero contar.
Momificando la realidad
Porque, ¿os habéis dado cuenta de qué sucede cuando damos nombre a las cosas? Realmente con cada palabra exhalada, momificamos la realidad. Es imposible reducir la complejidad de lo real, encerrar su belleza básica de existencia, la sorpresa que produce saber que todo un universo ha conspirado para crear ese objeto en ese momento. Y tenemos la osadía de encerrar todo en un nombre, que además esclaviza ese objeto individual en una clase abstracta de irrealidad perfecta y muerta (ya no cambiará jamás).
Y esta es una actividad inherente al hombre y creo que constitutiva del mismo: sin esta capacidad nunca existiría ese ser perfecto en su imperfección, y realmente tampoco ningún ser consciente.
Rescato una cita del Génesis. Me da igual que os lo toméis mal o penséis que no tiene nada que ver con vosotros. Ya veréis que cojo de cualquier tradición cualquier idea que despierte mi curiosidad, y por suerte o por desgracia, pertenezco al mundo occidental, que, queráis o no, está muy influenciado por el cristianismo[1]:
Entonces Dios el Señor formó de la tierra toda ave del cielo y todo animal del campo, y se los llevó al hombre para ver qué nombre les pondría. El hombre les puso nombre a todos los seres vivos, y con ese nombre se les conoce. 20 Así el hombre fue poniéndoles nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo. Sin embargo, no se encontró entre ellos la ayuda adecuada para el hombre.
Génesis 2, 19-20 [2]
Otorgar un nombre significa crear una relación de poder asimétrico: yo controlo lo nombrado por mí. Quienes hayan visto el “Viaje de Chihiro” (si no lo has hecho, no pierdas más tiempo), recordarán la escenas en la que Yubaba cambia (roba) el nombre de Chihiro, y pasa así a ser parte del servicio de la casa de baños para dioses. Y también la obsesión de Haku por conocer su verdadero nombre y así ser libre. El lenguaje es la herramienta fundamental y la primera que el hombre utiliza para intentar dominarlo y transformarlo. Cuando nombramos, ya conocemos lo nombrado, sabemos clasificarlo y además lo separamos de nosotros al otro lado, en el abismo de lo-otro.
Y, no sé si siendo consciente o no, el hombre creó otra herramienta para poder expiar la culpa de ser otra vez asesino de objetos, y quiere, después de momificarlo, volver a resucitarlo para que otra vez muestre su belleza de existir, y además, sea más de lo que es, una suerte de nueva existencia transcendental e incluso eterna. Se trata de la literatura y en especial, de la poesía.
Sí, la literatura hace que ese nuevo objeto (el asesinado y momificado por la palabra) vuelva a decirse en un contexto nuevo, mezclándose con otros difuntos cadáveres para crear otros mundos nuevos, de imposible existencia si estuviéramos anclados a la realidad en la que conocimos ese objeto. Realmente, si siguiéramos la analogía de la mitología egipcia, al momificar la palabra hemos conseguido que nazca a la vida eterna del lenguaje, donde ya nunca más morirá mientras la sigamos recordando en nuestras bocas. Otra paradoja humana: matamos la realidad para que luego sea más allá de ella, que sea posible crear infinitos mundos reales, al menos en la imaginación humana.
Y la más sublime de las artes escritas, la poesía, es la máxima herramienta transformadora de la realidad. Fijaos de donde viene y el significado que los griegos y los romanos marcaron a fuego en esta palabra:
Procede del griego ??????? ‘-creación– < ????? –crear-, mediante el latín poesis, que quiere decir –hacer– relativo a materializar pensamientos. [3]
“Hacer”, “materializar pensamientos”. La poesía es hacer. No digamos nunca más que la poesía no sirve para nada.
Y aquí ya podéis entender por qué digo que el lenguaje es la mayor herramienta transformadora de la que dispone el hombre. En una primera fase, matamos la realidad y la momificamos al darle nombre. Pero al transformarla en palabra, entra dentro de nuestra imaginación, la creadora de mundos posibles e imposibles, y al volverla a exhalar, le volvemos a dar vida mediante un acto de creación y de acción real que cambia el mundo. Somos dioses que otorgan un aliento de vida a cada palabra pronunciada:
Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente.
Génesis 2, 7 [4]
Y de esta forma también expiamos la culpa por ser asesinos del infinito. Nuestra misma existencia mata las infinitas posibilidades, pero también permite que esas posibilidades todavía puedan ser conocidas y devueltas a la vida.
Así que como le decían a un conocido superhéroe, “un gran poder exige una gran responsabilidad”, tengámoslo en cuenta cada vez que queramos decir algo.
Si lo que va a decir, no es mas bello que un silencio, no lo vayas a decir [5]
[1] Es otra larga discusión que una de las razones de que el pensamiento occidental esté centrado en la libertad individual viene del cristianismo.
[5] Canción “Cuando el mar te tenga”, El Último de la Fila. Basado en un proverbio árabe: «No abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio.»