¿Y si el Gran Cañón del Colorado cambiase sus profundas paredes rojas por una alfombra de botellas de refrescos y toallitas húmedas? De momento, el mítico parque nacional estadounidense se mantiene impoluto ante nuestros ojos. Pero que no veamos el plástico no significa que no esté allí. Miles de toneladas de microplásticos se precipitan en forma de lluvia sobre la Tierra cada año. No conocemos sus efectos, pero cada vez estamos más seguros de que las tormentas de plásticos se suceden por todo el planeta.
Un estudio en 11 parques nacionales de Estados Unidos, publicado en ‘Science’ el mes pasado, señala que estas áreas protegidas reciben una media de 1.000 toneladas de dicho material cada año desde el cielo. El plástico equivalente a 120 millones de botellas. No importa lo remoto que sea el terreno, los microplásticos siempre hacen acto de presencia.
El ciclo del plástico
La producción de estos materiales no deja de aumentar a nivel mundial. Según los datos definitivos publicados por PlasticsEurope, la principal asociación europea de productores de polímeros, en 2018 se produjeron 359 millones de toneladas de plástico en todo el mundo. En Europa, fueron 61,8 millones. Solo alrededor de 9,4 millones de toneladas fueron debidamente recicladas a nivel global. ¿Y qué pasa con los 350 millones restantes?
De las cerca de 9.000 millones de toneladas producidas desde la década de 1950, la ONU estima que el 60% ha acabado contaminando el entorno natural. Es decir, ha terminado sus días en forma de vertederos incontrolados y polución. Cada año, unos ocho millones de toneladas de polímeros plásticos terminan en los ríos y en los océanos, según el World Economic Forum.
Ya en el agua, la erosión hace su trabajo y los plásticos se van rompiendo en trozos cada vez más pequeños. Nunca llegan a desintegrarse, pero sí desaparecen de nuestra vista y pasan a formar parte de los diferentes ciclos biológicos y climáticos del planeta. Se hacen un hueco en la cadena alimenticia. Y se vuelven tan pequeños que se evaporan y suben a las nubes.
De hecho, el estudio sobre la lluvia de microplásticos en los parques nacionales de Estados Unidos, elaborado por investigadores de la Universidad Estatal de Utah, el Salt Lake Community College y la compañía Thermo Fisher Scientific, destaca que las precipitaciones de polímeros siguen el mismo patrón que la corriente en chorro polar, lo que sugiere que los microplásticos forman parte ya del sistema oceánico y atmosférico global.
«Varios estudios han intentado cuantificar el ciclo global del plástico, pero desconocíamos el papel de la atmósfera en él”, señala Janice Brahney, investigadora de la Universidad Estatal de Utah. “Nuestros datos muestran que el ciclo del plástico está ligado con el ciclo mundial del agua en la atmósfera, los océanos y la tierra”.
La lluvia de microplásticos
Cuando, en 1872, Robert Angus Smith acuñó el término lluvia ácida, pocos creyeron los pronósticos de este inspector industrial. Tuvo que pasar casi un siglo para que empezásemos a atar cabos. Las señales aisladas se convirtieron en un desafío global, uno que no entiende de fronteras ni culpables. Daba igual donde se generase la contaminación. Las dinámicas atmosféricas fabricaban lluvia ácida en cualquier lugar. Las emisiones de las centrales de carbón de Gales quemaban los bosques del norte de Suecia.
De la misma manera, los microplásticos detectados en los parques nacionales de Estados Unidos pueden haber sido generados en cualquier parte del mundo. “Los resultados obtenidos, combinados con la distribución del tamaño de los plásticos identificados y los patrones climáticos a escala global, sugieren que las fuentes de emisión de plástico se han extendido más allá de nuestras poblaciones y, gracias a su longevidad, han penetrado en los sistemas de la Tierra”, señala el estudio.
El 75% de los plásticos recolectados son partículas de polvo, con un diámetro inferior a 100 micrómetros, que pueden ser transportadas largas distancias. La mayor parte son microfibras de origen industrial (como pinturas y aislantes) y materiales textiles, aunque también hay una importante cantidad de restos de plásticos de envases y productos cosméticos. Además, los investigadores señalan que no pudieron detectar microplásticos de menos de 4 micrómetros ni microplásticos blancos, por lo que las conclusiones del estudio son conservadoras.
Este estudio estadounidense no es el primero en detectar microplásticos en lugares remotos, aunque sí ha sido pionero a la hora de cuantificar el problema. Se han hallado polímeros plásticos en las profundidades de las Fosas Marianas, en los Pirineos (a donde también llegaron en forma de lluvia) y en la Antártida. Son también habituales en la lluvia que cae sobre nuestras ciudades y tanto en el agua del grifo como en la embotellada.
Todavía es necesaria mucha investigación para conocer los efectos de los contaminantes plásticos en la naturaleza. Pero las señales se acumulan. El futuro parece nublado, con probabilidades de chubascos plásticos ocasionales.
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