La pandemia de COVID-19 ha provocado una situación sin precedentes cercanos en los países desarrollados. Para afrontarla, hay que buscar respuestas en todas partes. Incluso donde nunca creímos que fuesen a existir.
Hospitales de campaña modulares, refuerzo de la seguridad de los grupos de riesgo, asesoramiento y formación… Médicos Sin Fronteras ha puesto toda su experiencia en gestión de emergencias sanitarias en todo el mundo al servicio de las sociedades y autoridades occidentales. Luis Encinas, asesor médico de la organización para la misión COVID-19 en España y Portugal y que lidió con el ébola en África en su momento, habla de la excepcionalidad, del cambio de mentalidad y de la vuelta a una normalidad distinta.
“Estamos trabajando a diferentes niveles y ritmos. No es lo mismo Madrid hoy que Madrid el 4 de abril. Trabajamos en función de la evolución de las diferentes epidemias, porque, aunque hablemos de pandemia, se trata de diversos brotes que avanzan a su ritmo y en lugares con capacidades de reacción diferentes”.
«No vale con pensar que estamos en una emergencia y no hacemos nada. Tenemos que cambiar nuestros hábitos»
– Llevas años trabajando con epidemias. ¿Qué se siente al enfrentarse a un brote así en tu país?
Es una situación extraña. Se mezclan la tristeza y una voluntad enorme de apoyar y de ayudar. Nosotros sabemos que, en términos de epidemia, son muy importantes la coordinación, la colaboración y el cambio en el comportamiento de la comunidad, lo que llamamos ‘las tres ces’. Y piensas: si esto funciona en lugares con recursos muy limitados, tiene que funcionar aquí. Pero no siempre es así.
Esta pandemia nos está enseñando la importancia de cambiar la mentalidad cuando estamos en una situación de emergencia. Cada día y cada hora cuentan. A pesar de estas diferencias de recursos, hay cosas que son siempre muy difíciles de cambiar.
– ¿En qué sentido?
En algunos países, como la República Democrática del Congo, la emergencia es lo cotidiano. Hay tres o cuatro brotes de enfermedades diferentes en marcha, conviviendo, como el ébola y el sarampión. No tienen los recursos, pero saben cómo hay que actuar ante una emergencia. Las reacciones reflejo están bien integradas en la sociedad. En España llevamos 80 años sin una emergencia de este nivel.
Tenemos cosas puntuales, como atentados o incendios, que sabemos manejar. Pero esto es diferente. Por hacer una metáfora con los incendios, es como si hubiésemos estado viendo un pequeño fuego muy lejos, pensando que no nos iba a alcanzar. Cuando vimos las primeras llamas en nuestro país pensamos que lo podíamos controlar, que teníamos la capacidad. Y cuando nos quisimos dar cuenta de su magnitud, el fuego estaba fuera de control.
– Una metáfora que podría aplicarse a casi todos los países.
Cuando hablábamos con nuestros compañeros en Hong Kong, primero, y en Italia, después, siempre decían lo mismo: «Cuidado. Aquí también se repetía que todo estaba bajo control y la situación de emergencia llega muy rápido».
– ¿Qué lecciones podemos sacar de la reacción de países como el Congo?
No me refería a que estén más preparados a nivel recursos y medios, sino que entienden y manejan mejor el concepto de emergencia. Podemos aprender de esto. De la agilidad y del modo en el que cambian de mentalidad, de cómo pasan a una mentalidad de emergencia y luego a una de normalidad cuando todo ha pasado.
No vale con pensar que estamos en una emergencia y no hacemos nada. Tenemos que cambiar nuestros hábitos.
«El virus nos ha sorprendido a todos. Estamos descubriendo muchas cosas sobre la marcha y hay que ser muy claro con esto»
– Vivimos en un mundo más comunicado que nunca y aún así parece que hemos ido cometiendo casi los mismos errores, uno detrás de otro.
Cometer errores es humano. Lo importante es mantener una actitud humilde y aprender de esos errores y de los errores cometidos por otros antes que nosotros. El método de ensayo error es útil, no pasa nada, pero hay que ser claro y transparente.
El virus nos ha sorprendido a todos. No sabemos cómo va a mutar, no sabemos cuál es su agresividad ni su letalidad. Estamos descubriendo muchas cosas sobre la marcha y hay que ser muy claro con esto.
– ¿Por qué ha sido tan difícil que los mensajes llegasen de forma nítida a quien toma decisiones?
Porque parecía muy lejos. Estamos en un mundo dirigido por intereses económicos. El ejemplo claro es el MWC, un congreso que es toda una institución en Barcelona. Pensar en cancelarlo era pensar en cambiar la vida de muchas personas. No fue una decisión fácil en su momento. Había que tener en cuenta la salud pública, pero también que existían muchas incógnitas. Es un virus que nadie conoce todavía hoy, tiene cuatro meses de historia.
– Volviendo a tu trabajo, brotes como el del ébola en 2014 y la COVID-19 en 2020 son, sobre el papel, muy diferentes. Pero, ¿qué tienen en común?
Son situaciones que crean un miedo, un pánico y una desinformación brutal. Es como mirarse en el espejo y descubrir de repente una realidad desconocida. Esto crea miedo e incertidumbre. De repente te das cuenta de que la normalidad era algo que dabas por sentado y en lo que llevabas años instalado. Te sacude el día a día. Te impone cosas que nunca habrías imaginado.
Me acuerdo perfectamente de la situación de Monrovia [capital de Liberia, afectada por la epidemia de ébola de 2014]. Cuando se impuso el confinamiento la gente lo vivió muy mal. A pesar de que estamos en 2020 y hay un cierto nivel de formación y educación entre la población, aquí la epidemia está generando el mismo malestar y el mismo miedo. No es algo que dure dos semanas y se acaba. La incertidumbre es incómoda.
– La imposibilidad de acompañar a los que fallecen fue clave en el control de la epidemia del ébola en África occidental.
El momento más crítico del ébola es el llamado momento perimortem. Es decir, alrededor de la muerte, unas dos horas antes y después, es el momento en el que el número de virus en la sangre es más elevado. En muchos países de África existían hábitos de abrazar, lavar o besar el cadáver. Incluso hemos visto situaciones en las que se lavaba el cuerpo y se bebía el agua que se había utilizado. Hubo que hacer un esfuerzo importante para lograr un cambio radical de comportamiento.
«Imaginarse que puede fallecer un familiar cercano y no vamos a poder estar ahí es muy duro. No estamos acostumbrados a algo así»
– ¿Qué se le puede aconsejar a alguien que hoy no pueda estar acompañando a un ser querido que acaba de fallecer?
En nuestra situación actual, hay que ser consciente de la excepcionalidad. Es un momento extraordinario en el que la salud pública es prioritaria. Hay que intentar buscar un equilibrio entre nuestra experiencia personal y lo que es necesario a nivel social. Creo que hay que intentar estar presente de alguna manera en los instantes finales de esa persona cercana porque es necesario para iniciar el proceso de duelo. Pero debe hacerse con ciertas condiciones, sin contacto y con protección.
Imaginarse que puede fallecer un familiar cercano y no vamos a poder estar ahí es muy duro. No estamos acostumbrados a algo así. Hace falta un apoyo psicológico para poder expresar este duelo y este dolor de alguna manera.
– Como señalabas, en el caso del ébola las costumbres sociales fueron un factor importante en el contagio. ¿Lo están siendo también para la COVID-19?
Incluso más. Estamos hablando de un elevado porcentaje de contagios producidos por personas asintomáticas. Es decir, que están enfermas pero no lo notan. Es un virus que se trasmite por contacto con gotículas, al hablar de forma cercana, al tocarse, con una persona infectada. En el sur de Europa somos muy de contacto físico y esto puede haber sido uno de los grandes factores del contagio.
– Los primeros brotes del virus mostraron que no estábamos preparados para una emergencia sanitaria. ¿Cómo se consigue volver a ‘coger la sartén por el mango’, empezar a anticiparse?
Por recuperar la metáfora del incendio, tenemos tres situaciones. Focos fáciles de contener, focos que están muy activos y lugares que todavía no se han visto afectados. Lo que hay que hacer es proteger a los que no tienen incendios, controlar los focos pequeños para que no crezcan y contener los incendios activos para que no se sigan expandiendo.
«El problema de las residencias es que las personas de riesgo están juntas y muy expuestas a gente que entra y que sale, posibles vectores de contagio»
– Uno de vuestros ejes de actuación es el apoyo en las residencias de ancianos. ¿Qué situación os habéis encontrado?
Desde el principio teníamos claro que las personas con patologías cardiorrespiratorias y renales eran el grupo de mayor riesgo. Si le añadimos el factor de la edad avanzada, nos encontramos ante un grupo muy vulnerable. La letalidad del virus en personas ancianas es cinco o seis veces más elevada que en personas de mediana edad. Por eso nos hemos enfocado en las residencias, en las que viven 300.000 de las más de nueve millones de personas mayores de 65 años que hay en España.
El problema de las residencias es que las personas de riesgo están juntas y muy expuestas a gente que entra y que sale, posibles vectores de contagio. Cuando el virus entra, las probabilidades de contagio aumentan mucho.
– ¿Cómo hemos llegado a este punto?
Empezamos a trabajar con un par de residencias en Cataluña que nos dijeron que no tenían ni el equipo, ni el conocimiento para hacer frente al virus. Fue poco antes de que empezase a haber los primeros casos de fallecimientos en residencias a nivel estatal.
El momento de rendir cuentas no es ahora, llegará después. Pero sí hemos visto que en las residencias, y también en los hospitales, el equipamiento, la formación y los protocolos para utilizarlo no estaban todo lo presentes que deberían.
No estamos aquí para acusar y hay que asumir que va a haber errores, son parte natural de la respuesta ante una situación de emergencia. Como decía antes, nada va a ser perfecto. Es importante asumir los errores con humildad, claridad y transparencia. Creo que, en este sentido, la voluntad del Gobierno y las administraciones autonómicas está siendo bastante buena.
«En países que no tienen un sistema de vigilancia y notificación desarrollado, lo que se está transmitiendo es una situación falsa de seguridad»
– De momento, todo parece girar en torno a los países desarrollados. ¿Qué está pasando en África o en Latinoamérica?
Para poder comparar situaciones es muy importante tener las mismas fórmulas y la misma metodología. Hay que usar el mismo denominador. Estos días tendemos a comparar rápidamente y buscar quién lo está haciendo mejor, pero la realidad es que no lo podemos saber.
En países que no tienen un sistema de vigilancia y notificación desarrollado, lo que se está transmitiendo es una situación falsa de seguridad. No sabemos qué está pasando en muchos países de África o América Latina. Pero tampoco en muchas megalópolis como México o Daca, en Bangladesh. Sin olvidarse de los campos de refugiados en Grecia o los países que están en guerra como Siria o Yemen. Estamos muy preocupados, son todas poblaciones con alta vulnerabilidad.
– En una crisis sanitaria, conocer bien a qué nos enfrentamos es fundamental. Ante la ausencia de datos fiables y comparables, ¿estamos moviéndonos a ciegas?
Cuando no tienes la capacidad de medir algo, no se pueden inventar las cifras. Esto está pasando en casi todos los países. Hasta que no podamos testar y rastrear a la población con la ayuda de la tecnología, controlando el confinamiento de los infectados, esto no se va a parar. Va a llevarnos bastante tiempo.
«Habrá que definir lo que era normalidad ayer y lo que va a ser normalidad a partir de ahora. Yo creo que vamos a tener que hacer escalas de importancia y de urgencia»
– De hecho, los brotes epidémicos a veces duran años y se producen en varias oleadas. ¿Manejáis un escenario similar para este coronavirus?
Los brotes se pueden volver incluso endémicos. Esto quiere decir que la tasa de contagio se sitúa alrededor de uno. Cada enfermo contagia de media a una persona. Esa tasa, el llamado R0, no sube, pero tampoco baja. Es una posibilidad.
El escenario futuro dependerá también de cómo mute el virus. Pero está claro que esto no lo vamos a parar en dos meses. Hay que prepararse para mantener una situación excepcional durante mucho más tiempo. Además, no podemos esperar que la vacuna llegue pasado mañana, hay unas pautas mínimas que cumplir.
– ¿Volveremos a ser como antes o tendremos que diseñar una nueva normalidad?
Habrá que definir lo que era normalidad ayer y lo que va a ser normalidad a partir de ahora. Yo creo que vamos a tener que hacer escalas de importancia y de urgencia. Qué es importante para el país y para el sistema sanitario. Esta pandemia va a afectar mucho a la parte social y psicológica de la sociedad. Vamos a ver muchos efectos en ese sentido.
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Imágenes | Médicos Sin Fronteras, Olmo Calvo