¿Para quién escriben hoy los periodistas? Podríamos decir que se trabaja para una élite imaginada por un lado y con la presión de la lucha fraticida por la atención del contenido gratuito (clickbait) que mina en la dirección contraria, por otro. Una bicefalia, en definitiva, cuanto menos cainita que introduce mayor tensión en el sistema y contribuye a la extensión de fake news.
¿Cómplices de la desinformación?
Los medios tienen una responsabilidad en cómo, en su propio trabajo periodístico, pueden convertirse en cómplices de la desinformación. Esto sucede cuando no se lidera la agenda pública que marca sobre qué temas informar, cuando no se selecciona adecuadamente a quién se da voz (en un periodismo de declaraciones se confunden independencia con equidistancia y proporcionalidad) o cuando el tratamiento que se hace para desmentir una falsedad está provocando precisamente una mayor propagación de la misma.
Sin embargo, el drama de fondo es que quien consume desinformación no siente que necesite más fuentes de conocimiento y contraste. Esto tampoco es nuevo, llevamos años viendo que lo más visto y recomendado de los diarios digitales no suele coincidir con la agenda de lo que tradicionalmente el periodismo ha considerado como importante. Las noticias sobre economía, política, conflictos internacionales, etc. no parecen ser tan atractivas como las más escandalosas de sucesos o corazón.
El reto es cómo llegar a toda esa población que no parece necesitar de esas noticias que son más duras de digerir en su día a día. Probablemente sea el momento de revisar los códigos periodísticos, de repensar forma y contenido y de buscar maneras de hacer más interesante la información integrando la emoción sin comprometer el rigor. En definitiva, de llegar a toda una población que vive de espaldas a sus portadas, que sencillamente “no las necesitan” para vivir, o porque nadie les ha hecho ver por que sí las necesitan para eso mismo.
El auge de las fake news
Paradójicamente, la desinformación se erige como un problema importante para los europeos y, así, el 83% la consideran un peligro para la democracia y el 73% están especialmente preocupados por su efecto en periodos electorales. Pero eso es lo que dicen las encuestas. Mientras tanto, los patrones de consumo de noticias falsas no dejan de crecer.
No hablamos de equivocarnos al escoger un hotel por una reseña manipulada, sino de votar a un presidente u otro sin tener información fiable para tomar nuestras decisiones. El gráfico con el pico de búsquedas sobre qué es la UE o el Brexit tras el referéndum habla por sí solo.
A esto se une que más de la mitad de la población no confía en los medios, que las mentiras tienen las patas cada vez más largas ya que es más probable que se retuiteen que las noticias reales y que se prevé que para 2022 consumiremos más falsas que ciertas. Y por si fuera poco, también dicen que los españoles caemos más en sus trampas.