Desde hace seis años, la artista catalana Moon Ribas es capaz de sentir en su cuerpo cualquier terremoto que se produzca bajo la faz de la Tierra. Junto a Neil Harbisson –que ‘oye’ los colores gracias a una antena implantada en su cabeza- son dos de los primeros cíborgs del planeta. Es decir, “seres compuestos de elementos orgánicos y cibernéticos”, según los define la RAE.
Moon empezó por llevar a modo de pulsera un sensor que vibra ante cualquier seísmo a partir de 1 grado en la escala Richter. Eso fue en 2013. Luego se lo implantó en un codo, y finalmente decidió incorporar un sensor en cada tobillo, mediante una pequeña cirugía, para sentir los temblores en sus pies.
En 2010, Neil Harbisson y Moon Ribas crearon la Cyborg Foundation, una organización internacional destinada a dar cabida a cuantos humanos opten por adquirir esta nueva identidad, convirtiendo los dispositivos tecnológicos en una parte más de su ser. Y a defender sus derechos.
«SER CíBORG ES UNA IDENTIDAD»
Ahora, Moon está experimentando con la posibilidad de sentir también los movimientos sísmicos de la Luna, los ‘lunamotos’. Con ellos hará coreografías selenitas, al igual que ahora también se gana la vida con las danzas telúricas que interpreta en teatros y museos.
– ¿Cuántos cíborgs hay en el mundo?
Es una pregunta compleja. Ser ciborg es una identidad. No es cuestión de tener tal o cual dispositivo, sino sentirte como tal. Hay quienes tienen tecnología en su cuerpo por razones médicas, como un marcapasos o un implante coclear, y no tienen por qué sentirse cíborgs.
– ¿Y que se sientan cíborgs, hay muchos?
Un amigo mío asegura que todos tenemos un tercer ojo en el espacio: el telescopio espacial Hubble. Sería un dispositivo exógeno. De ahí la importancia de la identidad. Desde la fundación planteamos tres maneras distintas de sentirte cíborg. La primera sería psicológica. Y ahí entramos casi todos. Cuando tu móvil se está quedando sin batería, dices que te estás quedando sin batería; asumes que ese dispositivo es parte de ti. La segunda sería biológica, estando físicamente unido a la tecnología, como es mi caso, y una tercera sería neurológica, que implicaría una modificación de la mente y del cerebro después de haber estado unido a la tecnología por mucho tiempo. Y también es mi caso, pues ya he asumido las vibraciones que me producen los terremotos como un latido más. Artísticamente lo llamo el latido de la Tierra.
LAS ALETAS DEL TIEMPO
– O sea, que lo que importa es la actitud.
En efecto. En Suecia, por ejemplo, todos los trabajadores de una empresa llevan un chip implantado en la mano, que les sirve para fichar, entre otras particularidades. Y puede que ellos no se consideren cíborgs.
– En su caso, y en el de Neil Harbisson, ¿hay que añadir el componente artístico?
Sí, y además muy diferenciado de cualquier dispositivo de uso médico, creado para poder adaptarse mejor al exterior. La tecnología que usamos es para interiorizar lo que viene de fuera, ya sea mediante antenas sonocromáticas, sensores sísmicos, u otros elementos parecidos que se están desarrollando en el laboratorio de la fundación.
– ¿Qué otros dispositivos están estudiando?
Manel Muñoz, por ejemplo, está trabajando en el desarrollo de una especie de aletas en las orejas para percibir la presión atmosférica y así saber si va a llover o va a hacer sol; un auténtico hombre del tiempo. Otro chico está estudiando un dispositivo para notar la actividad de los rayos cósmicos, gracias a la información suministrada por detectores externos. Y también se está intentando adaptar un sensor que perciba en todo momento la calidad del aire.
PENDIENTES DEL MOVIMIENTO
– Antes del sensor sísmico, usted llevó unos pendientes que eran una especie de sensores capaces de captar el movimiento que tenía detrás. ¿Los sigue usando?
Ya no. Primero los adapté para detectar la velocidad a la que iba la gente delante de mí. Y luego los giré para saber qué tipo de movimientos tenía detrás, la llamada retrocepción.
– Llegó a salir con ellos en la foto de su pasaporte. ¿Fue una forma de oficializarse como cíborg?
Fue una especie de performance, un poquito de provocación, pero sí, ahí estoy. Dentro de poco tengo que renovarlo. Más complicado fue lo de Neil. Él si tuvo que enviar varias cartas a las autoridades británicas para demostrar que su antena, más que un simple aparato, era una parte de su ser. Neil no puede ver los colores. Gracias a la antena, recibe por cada uno de ellos un tipo de sonido, por lo que ha creado una especie de instrumento musical en su cabeza, lo que no deja de ser también un proyecto artístico. Es un nuevo lenguaje, un sentido nuevo. Y lo lleva siempre conectado.
– ¿Se llega uno a acostumbrar a los pitidos, o a las vibraciones, como es su caso?
Estos nuevos sentidos ya forman parte de nuestro ser. Hay un tiempo de adaptación, por supuesto. Al principio, me quedaba parada cada vez que sentía un terremoto. Ahora el cerebro ya se ha acostumbrado, y es como un latido más, por definirlo de alguna manera.
LA ‘SENSTRONAUTA’
– ¿Está experimentando con algún nuevo sensor?
Estoy desarrollando la posibilidad de sentir la actividad sísmica de la Luna, los ‘lunamotos’. Eso me permite estar físicamente en la Tierra pero tener los pies en la Luna. Eso lo llamamos ser un ‘senstronauta’. Podemos permanecer en la Tierra y, sin embargo, sentir hasta los temblores de la Luna.
– ¿En qué consiste el sensor sísmico?
Es una especie de botón de 1 x 0’5 centímetros aproximadamente, con un imán y un chip envuelto en silicona para poder llevarlo dentro del cuerpo sin problema. Cada dos o tres días lo recargo por inducción, durante 20 minutos. Nuestro objetivo es que pueda recargarse solo, pero de momento necesito de energía externa.
– ¿Y el chip de dónde recoge los datos?
Funciona por bluetooth a través del móvil, donde recibo, gracias a diversos enlaces, datos de los seísmos en tiempo real que se producen en todo el mundo. Ahora también, gracias a los datos de un satélite, estamos desarrollando la capacidad de sentir los ‘lunamotos’.
– ¿La vibración es mayor cuanto más grande es el terremoto?
Exacto, depende de la intensidad. La idea era perfeccionarlo de tal manera que pudiera saber hasta la zona donde se produce el terremoto. Pero también entendí que, desde un punto de vista artístico, lo que pretendía era poder sentir los temblores, sencillamente.
DOS TEMBLORES CADA HORA
¿Cuántos siente al día?
Muchísimos. Por eso digo que son un nuevo latido en mi cuerpo. Como mínimo, siento dos cada hora. Pero hay días que cada ocho o diez minutos se produce un temblor. Eso sí, la inmensa mayoría no pasa de 1 grado en la escala Richter. El 99% son casi imperceptibles. También depende de mi nivel de estrés que los note más o menos.
– Una de sus performances es ‘Waiting for Earthquake’ (‘Esperando el terremoto’). ¿En qué consiste?
Es una performance de danza basada en tiempo real. Suelo hacerlo en museos. Es como una escultura. Cuando se produce un terremoto, me muevo en función de la intensidad del temblor.
– ¿Hasta donde alcanzan los derechos de los cíborgs?
Hay derechos y una serie de principios. Por ejemplo, no sería partidaria de que se modificase a un menor de edad, o a un animal. Tiene que ser una decisión propia. Una vez así planteado, desde la fundación defendemos derechos como el de no ser hackeado, que seas tú el que decida quién entra en tu cuerpo y quién no. Que se traten los nuevos órganos no como propiedad, sino como algo físico, de tal manera que cualquier actuación contra estos dispositivos sea considerada como un daño físico.
DERECHO A OÍR MUCHO MÁS
– ¿Hay algún caso que lo ilustre?
En Alemania, por ejemplo, un hombre que tiene un implante coclear y lo quiere ampliar para poder oír mucho más allá de la capacidad humana. Pero no puede porque ese implante pertenece a una empresa, que no quiere aumentárselo. La idea de la fundación es que se pueda defender el derecho de este señor a hacer con su cuerpo lo que quiera, aunque me consta que él ya está luchando por su causa.
– ¿El futuro es una distopía llena de cíborgs?
Cada vez hay más personas con distintos grados de tecnología en su cuerpo. Y lo importante es que los derechos de cada uno no se sientan vulnerados. Queda mucho trabajo por delante.
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Imágenes | Cedidas por Moon Ribas