Olivia Newton-John ha fallecido porque la realidad es una imperfecta copia del cine. Si no, no se explica tan escaso tino a la hora de elegir quién sale o entra en el reparto.
Olivia Newton-John ha sucumbido ante la decisión despiadada de vete a saber qué director de poca monta, seguramente uno de esos autoproclamados artistas, de meñique alzado, que desprecian las telenovelas inacabables, eternas, porque su talento solo da para peliculitas de poco más de 80 años.
Ni siquiera en eso acertó, pues se ha llevado a nuestra Sandy cuando apenas había superado los 70 utilizando un cáncer como coartada. Como decía otro ilustre actor al que se dio la patada: «Váyase usted a la mierda».
Inútil exabrupto de quien vivió en la época A.R (anterior a Rosalía). Un tiempo en el que existió una veinteañera llamada Olivia Newton-John y una película musical titulada Grease y un tal John Travolta con un hoyuelo en la barbilla que hacía suspirar a una tal Sandy (nuestra Olivia) y, de paso, a todas las jóvenes que abarrotaban las salas de cine. Sí, porque también existía un espacio llamado «sala de cine» y se abarrotaba.
Olivia Newton-John y el ser y no ser nada
La muerte de Olivia Newton-John nos recuerda, a los que seguimos emocionándonos cada vez que escuchamos Hopelessly Devoted to You en la voz de esta cantante de voz cristalina, que vamos quedando menos de los que coincidimos, en el mismo momento, en este mundo.
Según cumplimos años y se muere gente que, por lo que sea, fue importante en nuestras vidas es como si nos fuéramos muriendo un poco con ellos. Será así hasta que nos toque a nosotros hacer que alguien se muera un poco por nuestra marcha.
por ella llevamos calcetines blancos
«Mi queridísima Olivia, hiciste que nuestras vidas fueran mucho mejores. Tu impacto fue increíble. Te quiero mucho. Te veremos en el camino y estaremos todos juntos de nuevo. ¡Tuya desde el primer momento que te vi y para siempre!¡Tu Danny, tu John!». Con este texto en su cuenta de Instagram, John Travolta se despidió su compañera y amiga.
Los chicos que despertamos al sexo viendo los escotes de las mesoneras que aparecían en la serie Curro Jiménez, tan alejadas de las chicas de la High School, también la quisimos. Era nuestra Olivia, nuestra Sandy, la chica por la que, de niños, pedimos a nuestros padres que nos compraran calcetines blancos para parecernos a su amor de película. ¿Y ahora qué hacemos con esos calcetines?
Porque todos fuimos su Danny y, por ella, también nos hicimos un tupé que manteníamos erguido utilizando crema Nivea. Ella fue protagonista de una película que algunos no nos cansamos de ver. La película en la que, para huir de esa oscura España de los 70, nos hubiéramos quedado a vivir para siempre. Descanse en paz.