El rostro de quien esto escribe se adorna con unas narices que, siendo compasivos, se podrían definir como gongorianas. En el Siglo de Oro, podrían haber servido de inspiración a algún soneto de Quevedo pero, en este mundo tan moderno y digital, el ingenio poético ha sido desplazado por la imagen tomada desde el smartphone, el selfie nuestro de cada día y subido a Instagram. Pues bien, querido lector, si tú también pareces un reloj de sol mal encarado, cuídate de confiar en lo que ves en tu brillante pantalla y disfruta de esta buena noticia: quizás tus narices no sean tan grandes y más que un hombre o mujer a una nariz pegado o pegada, seas víctima del efecto selfie. Después de reinterpretar la verdad y la historia, reescribamos ahora la literatura: “Érase un hombre a un smartphone pegado, érase una nariz distorsionada..”
El caso es que, según investigadores de la Escuela de Medicina de Rutgers (EE.UU), las fotografías que tomamos, día sí y día también, con nuestro teléfono móvil nos ofrecen una imagen deformada de nosotros mismos. El smartphone se convierte así en una especie de espejo del Callejón del gato valleinclanesco, devolviéndonos una imagen esperpéntica de nosotros mismos, en especial de nuestra nariz que, quizás, sea ya de por sí la parte más esperpéntica de un rostro.
Boris Paskhover, profesor asistente en el Departamento de Otorrinolaringología de dicha universidad, explica que “los adultos jóvenes se toman selfies constantemente para publicar en las redes sociales y piensan que esas imágenes son representativas de cómo son realmente, lo que puede tener un impacto en su estado emocional». El experto quiere dejar claro que, cuando miramos uno de nuestros selfies “es como si viéramos nuestra imagen reflejada en el espejo cóncavo de una feria”. Pobre, pone ese ejemplo porque no conoce a Valle-Inclán.
el selfie, un problema de salud pública
Para demostrar su teoría, Paskhover creó un modelo matemático junto a Ohad Fried, un investigador del Departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Stanford, y los resultados, publicados en JAMA Facial Plastic Surgery, no dejan lugar a dudas: un selfie promedio, tomado a unos 30 centímetros de la cara, hace que la base nasal parezca aproximadamente un 30 por ciento más ancha y la punta nasal un 7 por ciento más ancha que si se hubiera tomado la fotografía a un metro y medio, una distancia de retrato estándar que proporciona una representación más proporcional de las características faciales.
Según Paskhover, la manera en que los selfies deforman la imagen de las personas es un problema de salud pública. La Academia Estadounidense de Cirugía Plástica Facial y Cirujanos Reconstructivos informa que el 55 por ciento de los cirujanos dicen que las personas acuden a ellos en busca de procedimientos cosméticos para mejorar los selfies.