Los días de Donald Trump en la Casa Blanca están contados. Mientras, Biden cuenta los suyos para mudarse a Washington como nuevo presidente de Estados Unidos. Los caminos de ambos se cruzarán el próximo 20 de enero, y lo harán frente a una mesa con nombre propio.
El escritorio Resolute es un viejo inquilino de la Casa Blanca. Ha servido a Trump, como antes sirvió a Obama. Y servirá a Biden como a tantos otros presidentes de Estados Unidos desde que John F. Kennedy decidió instalarlo en el despacho oval en 1961. Ya en aquel entonces, la mesa era uno de los muchos mitos de la residencia presidencial; una leyenda ‘viva’ que había empezado con un barco fantasma en el océano Ártico.
Durante años, el escritorio Resolute fue el lugar en el que se grababan los grandes discursos para la televisión y la radio. Y antes había formado parte del estudio presidencial. Desde que llegó a la Casa Blanca en 1880, la mesa apenas volvió a abandonar el edificio. Pero su historia empieza, en realidad, mucho antes, en los astilleros de Newcastle (Reino Unido) en 1849.
Un carbonero al servicio real
Que la Tierra no es plana es algo que se sabe desde hace mucho. Sin embargo, durante siglos, era más una teoría probada mediante experimentos físicos y matemáticos que algo que se hubiese constatado. Nadie había ido a dar la vuelta al mundo, por si acaso. Eso cambió en el siglo XVI, con la mejora de la tecnología marítima y la necesidad de buscar nuevas rutas comerciales hacia América y las Indias.
Tras la expedición de Magallanes y Elcano, la primera en dar la vuelta al mundo entre 1519 y 1522, siguieron otras. Los océanos pasaron a ser un territorio disputado por las potencias marítimas europeas. La búsqueda de nuevos pasos desconocidos y mares que no estaban en los mapas se convirtió en una obsesión para los monarcas y gobernantes durante siglos.
Y así llegamos a 1849, en plena carrera por controlar el Ártico y encontrar los pasos que comunicaban el Atlántico y el Pacífico por el norte, bordeando Siberia o Canadá. Ese mismo año se botaba el Ptarmigan, un carguero que nunca llegó a servir su propósito comercial. En 1850, con las bodegas parcialmente llenas de carbón, fue adquirido por el Almirantazgo de la Marina Real Británica. Iba a servir a una finalidad más elevada: explorar el polo norte. Al cabo de un mes sería rebautizado como Resolute.
En busca del paso del noroeste
En 1850, Sir John Franklin era una de las personas más conocidas de Reino Unido. Había partido cinco años antes al mando de una gran expedición en busca del paso del noroeste. Estaba seguro de que había una forma de bordear Norteamérica, esquivando icebergs y evitando la banquisa ártica, para llegar del Atlántico al Pacífico. No se equivocaba, pero nunca lo consiguió probar.
Es más, en 1850, Franklin llevaba tres años muerto, pero nadie lo sabía. Su expedición había quedado atrapada en el hielo en la isla del Rey Guillermo, lejos todavía del Pacífico. No habría ni un solo superviviente de aquel accidente. Sin embargo, en 1850, la Marina Real Británica todavía esperaba poder encontrar a Franklin y su tripulación y lanzó una gran expedición en su búsqueda. Misión de la que el nuevo Resolute formaba parte.
En aquel primer intento volverían sin noticias a Reino Unido, pero no se darían por vencidos. El Resolute partió de nuevo al norte en el verano de 1852, probando suerte a través de una nueva ruta. A finales de agosto, cerca de la isla de Dealy y bastante lejos de donde se había quedado atrapado Franklin, el Resolute sufría un accidente y ya nunca conseguiría salir de allí. Al menos, con su tripulación a bordo.
Un barco fantasma y un escritorio presidencial
Llegaron 1853 y el invierno, la primavera y luego el verano, pero el hielo alrededor del Resolute no se derritió. La tripulación decidió pasar otro invierno más a bordo, pero en la primavera de 1854, viendo que nada se movía, tomaron la decisión de abandonar el navío. Corrieron más suerte que los hombres de Franklin y todos fueron rescatados. Pero como nadie intentó ir a por el barco, él mismo empezó a tomar sus propias decisiones.
“El Resolute encontró por su cuenta el modo de salir del hielo. Un año después, un ballenero americano lo localizó a la deriva junto a la isla de Baffin (Canadá), a unos 1500 kilómetros de donde lo habían abandonado”, contaba Nancy Campbell en ‘La biblioteca del hielo’. “El capitán Buddington lo abordó y lo encontró todo ordenado, acorde a las reglas de la deserción, con los remos recogidos, atados en un lateral, y las barcas apiladas”.
Aquel barco fantasma fue devuelto al poco tiempo a la corona británica y siguió sirviendo durante años. Su fama era tal que, cuando llegó el momento de desguazarlo, en 1879, la propia reina Victoria ordenó que su madera fuera reutilizada para elaborar elementos decorativos. Entre ellos, un escritorio que fue entregado como regalo personal para el presidente Rutherford B. Hayes en 1880.
Desde entonces, casi todos los presidentes lo han utilizado. Las excepciones fueron Lyndon B. Johnson, que lo mandó retirar tras el asesinato de Kennedy en 1963, Nixon y Ford. Jimmy Carter, en 1977, devolvió el Resolute a la Casa Blanca, de donde ya no ha vuelto a salir.
Para entonces, hacía todavía pocos años que el primer navío comercial había logrado cruzar el paso del noroeste. Eso sí, la ruta fue descubierta en el mismo 1854, mientras el Resolute era abandonado por su tripulación, por el explorador escocés John Rae.
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Imágenes | Wikimedia Commons/Adam Jones, Ph.D., Illustrated London News, Museums Greenwich