Quién no conoce a Santiago Ramón y Cajal. Pintor de la mente. Padre de la neurociencia moderna. Uno de los dos únicos científicos españoles en recibir el Premio Nobel. Pues resulta que solo un 5% de los españoles lo nombran cuando se les pregunta por tres científicos importantes en la historia.
Partiendo de esa base, ¿quién recuerda a su hermano Pedro, a Francisco Tello o a Nicolás Achúcarro, miembros de la Escuela Neurológica Española o Escuela de Cajal? ¿Y a las cuatro mujeres pioneras que dentro de este grupo marcaron el futuro de la neurociencia entre 1911 y 1945?
La respuesta está bastante clara. Casi nadie. Cualquiera que haya estudiado a Cajal y su escuela, habrá oído hablar de Tello y Achúcarro. Pero los nombres de Laura Forster, Manuela Serra, Soledad Ruiz-Capillas y María Luisa Herreros habían permanecido ocultos hasta ahora.
La escuela de Cajal
Los archivos de Ramón y Cajal y de la Escuela Neurológica Española son, desde 2017, Patrimonio de la Humanidad reconocido por la Unesco. Son manuscritos, preparaciones histológicas, dibujos y pinturas, fotografías, correspondencia, publicaciones y distinciones que nos cuentan una historia olvidada hoy en día. Durante el primer tercio del siglo XX, la investigación neurocientífica mundial pasaba por Madrid.
Ramón y Cajal había recibido, junto a Camillo Golgi, el Nobel en Fisiología y Medicina en 1906. Entre los dos, habían descrito la estructura del sistema nervioso y el cerebro. Cajal estaba detrás del descubrimiento de las neuronas. A partir de entonces, aumentó el apoyo público a la investigación del científico aragonés. Alrededor de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y el Instituto Cajal creció la Escuela Neurológica Española.
Los discípulos de Cajal brillaron con luz (científica) propia. Francisco Tello, por ejemplo, creo el primer servicio de anatomía patológica en España. Sin embargo, la Guerra Civil, que Cajal esquivó por poco, la posguerra y el exilio de muchos de estos científicos marcaría la desintegración de la Escuela de Cajal. Y enterraría para siempre el nombre de cuatro mujeres injustamente olvidadas. Hasta un buen día de 2019.
Las mujeres de Cajal
En 1911, la médica australiana Laura Forster decidió que Madrid era el lugar donde tenía que estar. Dejó la Universidad de Oxford para aprender neurohistología con Ramón y Cajal. Así lo cuenta José Antonio López, biólogo de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y divulgador científico.
El nombre de Forster, junto al de Manuela Serra, Soledad Ruiz-Capillas y María Luisa Herreros acaba de salir a la luz como resultado de una investigación de Elena Giné, profesora de Biología Celular de la Facultad de Medicina de la UCM, Cristina Nombela, profesora de Psicología Biológica y de la Salud de la Universidad Autónoma de Madrid y Fernando de Castro, científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El artículo con toda la investigación se publicará próximamente en la revista ‘Frontiers in Neuroanatomy’.
Laura Forster
En el mismo año que llegó a Madrid, Laura Forster participó ya en un artículo sobre la degeneración postraumática de la médula espinal de los pájaros. Después acabaría volviendo a Reino Unido y se convertiría en la primera mujer australiana en ser enviada a la guerra como médico. Parte del equipo de Cruz Roja, Forster estuvo a cargo de un hospital de refugiados en Bélgica durante la Primera Guerra Mundial. En 1917, agotada tras dos años de conflicto, Forster falleció en Zaleshchiki, hoy Ucrania, víctima de la fiebre tifoidea. Allí todavía sigue su tumba.
Manuela Serra
“En el laboratorio de investigaciones biológicas han trabajado y llevado a cabo, bajo la dirección del maestro, importantísimos descubrimientos los doctores […] Laura Forster, Manuela Serra y muchos más”. De esta manera, un 21 de julio de 1929, el diario ‘ABC’ (enlace a la hemeroteca) reflejaba sin reparos la labor científica de estas dos mujeres integrantes de la Escuela de Cajal. Serra fue, de hecho, la colaboradora más destacada. Fue la única que publicó un artículo con su firma: ‘Nota sobre las gliofibrillas de la neuroglia de la rana’, en 1921.
Soledad Ruiz-Capillas
Las referencias directas a Soledad Ruiz-Capillas en el ‘ABC’ de aquellos años no pasan de un par de esquelas (de su marido y de su hermano) y una lista de donantes a favor de los trabajadores víctimas del marxismo, ya en 1936. Por lo poco que ha trascendido del estudio de Giné, Nombela y De Castro, Ruiz-Capillas fue miembro del laboratorio dirigido por Gonzalo Lafora en 1929. Allí colaboró en la investigación de las patologías del sueño.
María Luisa Herreros
Junto a Ruiz-Capillas, María Luisa Herreros es considerada más una nieta científica de Cajal que una discípula directa. Sus menciones en la prensa de la época también son escasas. Su trabajo se desarrolló, sobre todo, durante y después de la Guerra Civil. Colaboró con Fernando de Castro, vicedirector del Instituto Cajal, a pesar de que este había sido desposeído de la Cátedra de Histología y Anatomía Patológica (que había regentado Santiago Ramón y Cajal) en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid por razones ideológicas.
“Estas mujeres iniciaron su andadura investigadora en la Escuela de Cajal y desarrollaron brillantes carreras profesionales en el extranjero o en España. Es sorprendente el hecho de que nunca se haya prestado atención a la presencia y contribución de estas neurocientíficas, que completan nuestra visión de, probablemente, la escuela científica más exitosa de la Historia de la Ciencia biomédica, junto a la de Louis Pasteur, como en 2017 ha reconocido la UNESCO”, señala el otro Fernando de Castro (autor del estudio actual).
Con mayor o menor importancia, Forster, Serra, Ruiz-Capillas y Herreros pusieron su granito de arena en la investigación neurocientífica española y mundial. Cuatro herederas de Ramón y Cajal que estos días salen del olvido. Cuatro nombres que quizá alguien recuerde cuando oiga hablar de Cajal y de neuronas. O de mujeres en la ciencia.
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Imágenes | CSIC, Wikimedia Commons/Sgtrinaldi, CSIC, UCL