A pesar de estar separadas por más de una generación, las trayectorias creativas de Auguste Rodin y Alberto Giacometti ofrecen paralelismos y disparidades que se desvelan por primera vez en esta exposición conjunta presentada en la sala Recoletos de la Fundación Mapfre.
El visitante tendrá la oportunidad, desde el 6 de febrero hasta el 10 de mayo, de hacer un recorrido a través de unas 200 obras en las que la exposición pretende mostrar la forma en la que estos artistas encontraron un punto común. Resulta llamativo cómo sus modos de aproximarse a la figura que reflejaban una visión nueva, personal pero engarzada en su tiempo: en Rodin el del mundo anterior a la Gran Guerra; en Giacometti, el de entreguerras y el inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Más allá de algunos aspectos puramente formales que comparten ambos artistas, se establece un diálogo entre ambos artistas que supera cualquier tipo de barrera. Rodin es uno de los primeros escultores considerado moderno por su capacidad para reflejar -primero a través de la expresividad del rostro y el gesto, con el paso de los años centrándose en lo esencial-, conceptos universales como angustia, dolor, inquietud, miedo o ira; también es este uno de los rasgos fundamentales de la obra de Giacometti: sus obras posteriores a la guerra, esas figuras alargadas y frágiles, inmóviles, a las que Jean Genet denominaba “los guardianes de los muertos” expresan, despojándose de lo accesorio, toda la complejidad de la existencia humana.
Rodin y Giacometti, una relación más allá del tiempo
Auguste Rodin fue uno de los primeros escultores en emprender el camino hacia lo real, pues “la belleza reside únicamente allí donde hay verdad”. Por ejemplo, en una de sus obras más conocidas, Los Burgueses de Calais, trató de trabajar cada una de las figuras como si fuera independiente, generando una experiencia con el espectador, que podía recorrer la obra y mezclarse con las figuras. A finales de la década de 1940, también Giacometti se interesa por la cuestión de los grupos escultóricos, debido sin duda a la influencia del Monumento a los Burgueses de Calais. Piezas como La plaza o Cuatro mujeres sobre pedestal, nos hablan del interés del artista a lo largo de toda su trayectoria por comprender la paradoja que supone la soledad del individuo, aunque se encuentre entre la multitud.
En esta exposición alojada en la Fundación Mapfre de Madrid, el visitante podrá asomarse a la búsqueda de la expresividad en la que se sumergieron tanto Rodin como Giacometti. El primero de ellos se caracteriza por el énfasis que introduce en sus rostros, que tienden en ocasiones a la caricatura, deformándose en busca del impacto expresivo. En el caso de Giacometti, las esculturas son cada vez más alargadas y estilizadas, a veces de muy pequeño tamaño, luego muy altas, pues, tal y como señalaba el propio escultor, ese era el modo en el que las veía en la realidad. Ambos artistas utilizaron el fragmento para generar nuevos significados a sus piezas, que seguían siendo bellas a pesar de estar “rotas”. Partes de materia fragmentada, accidentes en el proceso de modelado, se recuperan y se incorporan otorgándole un significado distinto a la escultura, quizá uno más pleno.
Un modelado cada vez más perfecto
Tras sus experimentaciones cubistas y su paso por el surrealismo, Giacometti va destilando cada vez más sus esculturas. Sus características figuras alargadas sustituyen entonces a las piezas anteriores, de gran perfección técnica, y la presencia de la materia y el modelado se convierten en protagonistas de su trabajo. Lo mismo ocurre en Rodin, que en ocasiones dejaba percibir el barro bajo el bronce, mostrando un modelado enérgico y vital.
Otra de las coincidencias que se dan en estos dos genios es la repetición de un mismo motivo. Por un lado, es un modo de acercarse de forma más aproximada al modelo representado y a su psicología; por otro, la repetición les permite ir transformando la obra, que parecen no dar casi nunca por finalizada. La obra El hombre que camina de Rodin hace reflexionar a Giacometti para luego plasmar esta idea en su propio trabajo. Comparado con el de Rodin, el Hombre que camina de Giacometti parece desgastado y frágil; si bien el del maestro francés también muestra una gran expresividad y con ello todo el sentimiento de la fragilidad humana.
Aunque pueda parecer extraño, Auguste Rodin y Alberto Giacometti nunca se conocieron. Aún así, esto no ha impedido que se establezca un diálogo artístico entre ambos que perdura a lo largo del tiempo y que los visitantes tendrán la oportunidad de disfrutar hasta el próximo 10 de mayo de 2020.