A medida que el volcán de Cumbre Vieja sigue escupiendo lava, la isla de La Palma se va haciendo cada vez más grande. De la misma forma, en 1927, una serie de erupciones volcánicas dieron lugar a una nueva isla en el lugar en el que décadas antes había explotado el Krakatoa, en Indonesia. Es conocida como Anak Krakatau (‘hijo de Krakatoa’) y crece unos 13 centímetros cada semana.
A lo largo de los siglos, los volcanes han dibujado y transformado la forma de la tierra. De sus erupciones han surgido también descubrimientos científicos, novelas y leyendas. Hacemos un repaso por tres grandes erupciones que cambiaron, de un modo u otro, nuestra historia.
De Indonesia a Hawái: los efectos del Krakatoa
El 5 de septiembre de 1883, los habitantes de Hawái observaron con nerviosismo que el sol tenía un aspecto extraño. Presentaba un color pálido, entre azulado y verdoso, y era posible mirarlo directamente, como si estuviese cubierto por una gasa fina. Este fenómeno se repitió cada mañana y tarde durante semanas.
Lo que los habitantes de Hawái no sabían todavía era que la causa de la neblina estaba al otro lado del océano, en la isla indonesia de Rakata. Tras varias semanas de intensa actividad sísmica, terremotos y escapes de gases, el volcán Krakatoa entró en erupción. El 27 de agosto de 1883 se dio una explosión tan violenta que el sonido se escuchó en Australia, a más de 3000 kilómetros de distancia.
Se calcula que miles de personas murieron debido a la explosión, la emisión de flujos piroclásticos y el maremoto que provocó el volcán. De acuerdo con la investigación ‘Grandes erupciones volcánicas y su influencia en el clima’, del meteorólogo Javier Cano, se lanzaron 18 kilómetros cúbicos de materiales con una fuerza equivalente a un millón de bombas de Hiroshima (Japón), lo que desencadenó un temporal de viento que dio siete vueltas al planeta.
Además, las cenizas y el humo se elevaron en una columna de 80 kilómetros de alto, la más alta jamás alcanzada por la erupción de un volcán. La capa de polvo quedó suspendida en la atmósfera de todo el mundo durante meses.
Entre los hawaianos que observaron con sorpresa esta neblina estaba el reverendo Sereno Edwards Bishop, un científico aficionado que terminó relacionando el fenómeno con la erupción del Krakatoa. Llegó a la conclusión de que los vientos de la atmósfera habían desplazado los gases del volcán e inició una investigación que sentó las bases para estudiar, décadas más tarde, la corriente del Golfo.
Tambora y el verano de las heladas
A principios del siglo XIX, el volcán Tambora se elevaba 4000 metros por encima del nivel del mar en Sumbawa, en Indonesia. Estaba cubierto de vegetación tropical y daba forma y personalidad a la isla. Sin embargo, en 1815 se creó un tapón en el cráter. Este explotó dejando la isla cubierta de lava y el volcán reducido a 2851 metros de altura.
La violencia de la erupción tuvo consecuencias más allá de Sumbawa y el resto de las islas de Indonesia. De acuerdo con Javier Cano, lanzó más de 151 kilómetros cúbicos de polvo, cenizas y piedras (8,4 veces más que lo que arrojaría el Krakatoa medio siglo después). Se calcula que, en total, expulsó 1 700 000 toneladas de cenizas y rocas.
Estas se convirtieron en un filtro que transformó el día en noche en 600 kilómetros a la redonda. Cuando se extendieron por todo el planeta, formaron una barrera que impedía pasar el calor del sol, provocando una caída de las temperaturas. Los peores efectos se notaron en 1816, cuando el frío y la oscuridad afectaron a las cosechas y causaron importantes hambrunas.
Aquel año, un grupo de amigos entre los que estaban los poetas Lord Byron y Percy B. Shelley emprendieron un viaje por Suiza. El mal tiempo hizo que tuviesen que buscar ideas para entretenerse dentro de casa, ya que fuera llovía y hacía un frío inusual. Una de ellas cambió para siempre el rumbo de la literatura y la ficción: ¿por qué no escribir historias de terror, para leerlas después y elegir la más estremecedora?
Mary Shelley comenzó a escribir ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’ en la mansión Villa Diodati, mientras las cenizas del Tambora marcaban el carácter de su libro y del conocido como el año sin verano.
Las crónicas del Vesubio
En el año 79 de nuestra era, los habitantes de la bahía de Nápoles vieron cómo se levantaba una espesa columna de humo y el Vesubio entraba en erupción. No fue una de las más violentas de la historia, pero sí una de las que ha generado más curiosidad.
En primer lugar, por sus consecuencias: dejó sepultadas durante siglos las ciudades romanas de Pompeya, Herculano y Estabia. Esto permitió que se preservasen en buen estado casas particulares, edificios públicos y todo tipo de objetos que muestran cómo era el día a día hace 2000 años.
En segundo lugar, por las crónicas que dejaron por escrito cómo se vivió esta erupción. Plinio el Joven relató cómo el 24 de agosto (fecha que ha levantado muchos interrogantes y dudas) el día se convirtió en penumbra y comenzaron a llover cenizas y piedras. “Se cernía con violencia la mayor catástrofe que había tenido lugar en la historia y no cabía lugar para pensar en la manera de sobrevivir”, escribió.
De acuerdo con sus crónicas, se habían dado señales de alarma en forma de pequeños temblores que habían ido en aumento. Dos días después, el volcán había sepultado las tres ciudades y, con ellas, a miles de personas. Entre ellas estaba su tío, el escritor y militar romano Plinio el Viejo, quien se había acercado para observar el fenómeno y ayudar a evacuar a los vecinos.
Aunque no todas las grandes erupciones nos trasladan a tiempos pasados. El 2010, la erupción del Eyjafjallajökull, en Islandia, obligó a cancelar más de 20 000 vuelos en Europa, recordando una vez más cómo la fuerza de la naturaleza rige los ritmos de nuestro planeta.
En Nobbot | Erupciones imaginarias: los volcanes de la ficción nunca se apagan
Imágenes | Unsplash/Purnomo Capunk, Unsplash/Tanya Grypachevskaya, Unsplash/Freestocks, Wikimedia Commons/Alex Bakharev