Pueden estar verdes o demasiado maduros, pero un plátano es un plátano. Cuando lo pelamos y lo mordemos, estamos seguros de lo que nos vamos a encontrar. El dulzor y la textura apenas varían. Parece que, vayamos donde vayamos, estemos comprando siempre el mismo plátano. Y, en el fondo, es un poco así.
Casi todos los monocultivos industriales de plátano dependen de unos pocos clones muy parecidos en genética, de la misma variedad, la banana Cavendish. Sus ventajas para adaptarse a los ritmos del comercio internacional han sido evidentes. Hasta ahora.
La igualdad genética de todos los plátanos del mundo los hace muy vulnerables. En los últimos años, un hongo ha puesto en jaque las plantaciones de todo el planeta. En busca de soluciones genéticas, los científicos están intentando encontrar los antepasados de todos los plátanos, las primeras bananas en ser domesticadas por el ser humano.
El colonialismo bananero y Cavendish
¿Cuántos tipos de plátanos hay en el mundo? Desde luego, muchos más de lo que vemos en las baldas del supermercado. Las bananas señorita, típicas de Filipinas, son pequeñas y muy dulces. Mientras, las Orinoco, originarias de Venezuela, son grandes, angulosas y de color anaranjado. En la mayor colección de bananas del mundo, la del International Musa Germplasm Collection de la Universidad de Leuven (Bélgica), hay más de 1500 variedades registradas, entre salvajes y comestibles. Todas son primas más o menos cercanas de la variedad más conocida, esa amarilla y curvada, de unos 20 centímetros de largo y piel gruesa.
Son estas características las que han llevado al plátano Cavendish a conquistar el mundo. Hoy representa más del 99 % del transporte internacional de esta fruta. Su historia empieza en 1826, tal como relata el periodista gastronómico Dan Saladino en su libro ‘Eating to extinction’. Fue entonces cuando el botánico irlandés Charles Telfair se queda impresionado con la calidad de los plátanos que crecían en el jardín de una familia del sur de China. Decide llevarse una planta a isla Mauricio, donde llama la atención del duque de Devonshire en aquel momento, William Cavendish, quien decide cultivarla en su invernadero de Derbyshire, en Reino Unido. Allí siguen creciendo hoy en día.
Sin embargo, el salto a la fama de los plátanos Cavendish todavía tardaría en llegar. La primera variedad que llamó la atención de una incipiente industria bananera fue otra: Gros Michel. Esta fue descubierta también China, pero la llevaron a las colonias francesas en el Caribe, desde donde dio el salto a América Latina. Dos estadounidenses, Andrew Preston y Dow Baker, se encargaron de convertir el plátano Gros Michel en una de las frutas más populares del mundo. Ellos son, también, los que llevaron a su Compañía Bananera a ser una de las organizaciones más poderosas del planeta, señalada por sus injerencias constantes en los gobiernos latinoamericanos.
Aunque esa es otra historia. En los años cuarenta del siglo pasado, decenas de millones de hectáreas de tierra de los países del entorno del Caribe estaban dedicadas al cultivo de esta variedad de plátano, todos derivados de un puñado de clones y formados por plantas incapaces de reproducirse sexualmente. En estado salvaje, las plataneras conviven con varias especies de hongo contra las que van generando resistencia. Pero en los monocultivos genéticamente iguales, era imposible que las plantas evolucionasen para adaptarse a ellos. Así, en los años cincuenta, una variedad del hongo Fusarium (TR1) que había empezado a extenderse en las décadas anteriores, volvió inviable la producción global de plátanos.
Y ahí estaba Cavendish, resistente a esa primera variedad de la llamada enfermedad de Panamá. Cogió el testigo y en unos pocos años se volvió el plátano más cultivado del mundo. Hoy, cada año se producen cerca de 120 millones de toneladas, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que generan más de 8000 millones de dólares en ingresos para la industria bananera. Pero la enfermedad de Panamá ha vuelto. La llamada raza 4 tropical de Furarium (R4T) ha infectado las plantaciones de la India, África, Australia y China, para llegar hasta Sudamérica.
No solo afecta a los grandes monocultivos genéticamente idénticos de Cavendish, sino que es tan agresiva que también puede destruir las plantaciones locales de otras variedades. ¿Nos dirigimos hacia un mundo sin plátanos? La respuesta está, quizá, en el pasado.
La tatarabuela de los plátanos
Buscar los orígenes de la domesticación de una especie no siempre es sencillo. En el caso del plátano, existe cierto consenso científico sobre que la planta crecía en su origen en Australasia, estaba llena de semillas y era poco comestible. Los primeros en cultivarla, con muchas probabilidades, los pueblos de Papúa Nueva Guinea, lo hacían para usar las fibras del tallo de la planta y para comer sus flores y una especie de tubérculos que crecen en sus raíces. Poco a poco, se fueron seleccionando ciertas variedades y se fueron mezclando entre sí y los frutos se volvieron más apetecibles. De hecho, algunas variedades actuales tienen tres pares de cromosomas, lo que indica que la hibridación fue intensiva.
En busca de soluciones a la enfermedad de Panamá, varios equipos de científicos están analizando el material genético de diferentes variedades con la esperanza de encontrar genes que pudiesen generar resistencias al hongo y que pudiesen introducirse en alguna de las variedades cultivadas. En esta búsqueda, un equipo de la Alliance of Bioversity International liderado por la genetista Julie Sardos, pudo confirmar que la variedad banksia de la especie Musa acuminata fue la primera en ser domesticada. Pero también que muchas de las plataneras que crecen hoy en día tienen material genético de origen desconocido.
De acuerdo con los investigadores, se han identificado tres fuentes genéticas desconocidas en cultivos de Nueva Guinea, el golfo de Tailandia y el norte de Borneo y Filipinas. Esto vuelve a abrir el debate sobre el origen de las variedades domésticas de plátano y sobre la importancia de las técnicas de hibridación hace más de 7000 años, cuando se estima que tuvieron lugar los primeros procesos de domesticación. Además, deja un resquicio de esperanza para el cultivo de plátanos a nivel mundial. Quizá en alguno de estos misteriosos antepasados esté la llave para restaurar la resistencia de la especie al hongo Fusarium.
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Imágenes | Unsplash/Lotte Löhr, Jametlene Reskp, Francesco Ungaro, Phys.org